domingo, 27 de abril de 2008

Enigma Parte 1

Introducción
En el verano de 1938, una pequeña localidad del condado de Buckingham vio perturbada su tranquilidad por la llegada de unos estrafalarios visitantes. Se trataba de hombres de aspecto próspero pero descuidado, acompañados por chicas que los lugareños juzgaron sospechosamente guapas y alegres. Estaban dirigidos al parecer por un tal Capitán Ridley, y decían que el motivo de su presencia era la caza. Ninguna de las camareras que les servían la cena en los hotelitos de la zona les oyó comentar anécdota cinegética alguna, lo cual era congruente con el hecho de que faltaban meses para la temporada. Lo que sí les oyeron comentar eran los opíparos almuerzos con que se obsequiaban.Estos debían tener lugar en la propiedad llamada Bletchley Park, puesto que allí se dirigían todos en sus coches cada mañana y de allí volvían cada tarde. Todo el mundo en Bletchley conocía la finca, sin duda la mejor de la comarca. La había creado sesenta años antes un exitoso corredor de bolsa de Londres llamado Herbert Leon, deseoso de disfrutar de la vida rural de las clases altas victorianas.Presidía la finca una mansión cuya fachada lucía una grotesca mezcla de estilos, que imitaba los palacios de las grandes familias rurales que habían sido reformados varias veces durante centurias. En la parte trasera había un gran patio, separado del edificio principal, donde estaban las cuadras, una enorme despensa donde guardar fruta fresca para el invierno y varias edificaciones auxiliares que recreaban de manera muy fidedigna el centro de operaciones de una propiedad rural.El camino que conducía desde la entrada hasta la mansión cruzaba un jardín de estilo romántico inglés. Dentro del extenso parque había un lago, un gran jardín de rosas y un laberinto de setos para entretenimiento de los invitados. En aquel entorno, imbuido en su papel de terrateniente rural, había pasado sus últimos años Herbert Leon, elevado a la categoría de Sir como premio a toda una vida dedicada a ganar dinero.En 1937, los herederos de la viuda habían vendido la finca a un grupo de inversores que pretendían derribar la mansión para urbanizar toda la propiedad con pequeñas casas. Por motivos desconocidos para los habitantes de Bletchley, finalmente los promotores del proyecto decidieron venderla otra vez tal como estaba. Nadie en el pueblo sabía realmente quién era el nuevo propietario. Algunos decían que iba a servir como campo de entrenamiento para defensa aérea civil, pero el periódico local lo desmentía rotundamente sin ofrecer ninguna alternativa.Con la llegada de los "cazadores", se extendió el convencimiento que el Capitán Ridley era el verdadero propietario, y que deseaba utilizarla para su asueto y el de sus disolutos amigos. Pero el Capitán Ridley no era más propietario que cazadores sus acompañantes. El Capitán Ridley era un oficial de Inteligencia Naval, y la mansión había sido adquirida para establecer en ella los cuarteles de guerra del Servicio Secreto inglés.A medida que avanzaba el verano, el número de cazadores iba en aumento. Los ojos atentos de los lugareños aprendieron a distinguir dos tipologías bien determinadas. Una minoría eran claramente funcionarios del gobierno, algunos de ellos con un marcado porte militar y la mayoría con un fuerte acento escocés. Pero los más llamativos eran los otros: un grupo alegre y desenfadado de universitarios, que discutían entre ellos sobre poesía clásica y física de partículas. Los jóvenes, aunque algo desaliñados en el vestir, denotaban en su acento y en sus maneras su procedencia inequívoca de clase alta. Cómo se había formado aquel heterogéneo grupo de militares escoceses e intelectuales adinerados era un secreto que tardaría medio siglo en ser desvelado.Hoy sabemos que los escoceses eran veteranos de la Sala 40 y los universitarios procedían de Oxford. Todos habían sido reclutados porque eran muy inteligentes. No estaba realmente claro qué tipo de gente haría falta, pero el Almirante Sinclair, el superior del Capitán Ridley, sabía que la inteligencia nunca sobraba en estos casos.El más pintoresco de todos era un joven que se mordía siempre las pieles alrededor de las uñas, iba con ropa sin planchar y era más bien bajito. Este joven retraído se llamaba Turing, y había sido reclutado porque unos años antes había creado un computador binario. Probablemente poca gente en los servicios secretos ingleses sabía lo que era un computador -y mucho menos binario- pero a Sinclair no le cabía duda de que sólo alguien realmente inteligente podía inventar algo así, cualquier cosa que eso fuese.Sinclair había reunido aquel selecto grupo de genios para desafiar un monstruo de 159 cuatrillones de cabezas llamado Enigma. Con el tiempo, obtendrían en esa lucha una victoria legendaria. Pero si lo consiguieron fue porque cuando ellos trabaron combate, la máquina venía herida. Unos enemigos que la habían acosado desde su nacimiento, les dieron los secretos de su debilidad. Y aunque la máquina mutó y creció en la lucha, nunca pudo librarse de la vulnerabilidad de haber sido atacada cuando aún era débil.La historia de ese primer combate es parte de una epopeya mucho mayor. Una antigua nación europea, descuartizada y desahuciada por la historia, volvió a la vida en un momento de momentánea debilidad de sus enemigos. Cuando la máquina Enigma amenazó su precaria existencia, lanzó contra su magia a tres jóvenes, elegidos también por su inteligencia. Nunca la derrotaron del todo, pero por las brechas que le abrieron entrarían los alegres cazadores de la partida del Capitán Ridley.
Los Polacos
Woodrow Wilson fue elegido presidente de los Estados Unidos de América en 1912. Era un demócrata sureño, moralista y culto que había labrado su primera fama convirtiendo un vetusto colegio llamado Princeton en una de las mejores universidades del mundo. Su programa electoral no decía apenas nada sobre política exterior, más allá de unos vagos deseos de paz universal. El principal tema de su campaña fue la promesa de terminar con la supremacía de las grandes corporaciones frente a “la gente normal” y atender a los desheredados que poblaban los guetos de las ciudades industriales. Pero, como les ha sucedido a tantos presidentes norteamericanos, la política exterior se metió en su legislatura a través de las portadas de los periódicos.El ocho de Mayo de 1915 toda la nación fue sacudida por la noticia de que un submarino alemán, que bloqueaba los puertos ingleses, había hundido un buque de pasajeros llamado Lusitania, matando a 128 ciudadanos norteamericanos de todas las edades.Una ola de indignación y conmoción recorrió el país. De pronto todo el mundo hablaba de la guerra europea que había estallado el verano anterior entre Alemania y el Imperio Austro-Húngaro, de una parte, y Francia, Rusia e Inglaterra de la otra.Wilson pensó muy seriamente en declarar la guerra al bando de Alemania, pero la minoría irlandesa, la minoría alemana, los campesinos del medio Oeste, los intelectuales pacifistas y los políticos neutralistas se opusieron ruidosamente. A Wilson tampoco le entusiasmaba la perspectiva de intervenir, porque consideraba la guerra europea como un síntoma de los modos diplomáticos de ese continente. No quería verse envuelto en algo tan sucio e inmoral y declaró: “América es demasiado orgullosa para rebajarse a hacer la guerra”. Los alemanes desde luego no querían que se rebajara a hacer la guerra contra ellos, y ofrecieron todo tipo de excusas y parabienes. Con gran pomposidad hicieron saber, de la forma más enfática posible, que nunca más atacarían barcos civiles y que respetarían escrupulosamente la libertad de navegación por aguas internacionales. Poco a poco el Lusitania dejó de ser un tema “de agenda” y las desventuras europeas volvieron a las páginas interiores. Cuando en 1916 Wilson fue reelegido presidente, la Gran Guerra aún asolaba Europa y sus jóvenes caían por millones, tanto en el vórtex de muerte que se extendía desde Suiza hasta el mar, como en las masivas y confusas batallas que se libraban en las fronteras europeas del Imperio Ruso.Intentando buscar una forma de detener aquella vil y monstruosa matanza, de la que se sentía ahora culpable por omisión, Wilson envió a Europa un delegado, para que hiciera de intermediario. Los contendientes le ignoraron completamente y siguieron con la carnicería.El mismo año de su reelección, Wilson invitó a la Casa Blanca al más celebre pianista de su tiempo, Ignace Paderewski. Era un hombre tímido y desaseado, pero una auténtica estrella, capaz de llenar hasta la bandera durante semanas cualquier palacio de conciertos del mundo. Interpretó para el presidente y su familia su repertorio favorito, que era básicamente Chopin y más Chopin. Al terminar tomaron un refrigerio todos juntos y Paderewski les explicó que Chopin era polaco, como él mismo. Después se lanzó a un emotivo discurso sobre Polonia, una nación que durante cinco siglos había existido en Centroeuropa, pero cuya historia había terminado abruptamente ciento veinte años antes, cuando había sido dividida y borrada del mapa.Ahora, todos aquellos que se consideraban a sí mismos como polacos languidecían separados bajo tres yugos diferentes: la brutal dictadura zarista, la decadente dinastía austro-húngara y los prusianos, con su fanatismo nacionalista no por ilustrado menos odioso. Habló de los niños polacos que eran castigados si se les escapaba una palabra de su lengua en el colegio, de las colas interminables que partían hacia Siberia y de la miseria inmunda de la Galitzia austríaca. Narró con emoción la tragedia de aquel pueblo noble y culto que ya sólo existía en la palabra de sus literatos, en la música de sus compositores y en las nanas cantadas en secreto por las madres a sus hijos. Días después, Wilson confesó que las palabras de Paderewski habían tocado en su corazón fibras aún más íntimas que las que había pulsado su música.Así descubrió otro dilema moral. Varios de los contendientes eran auténticas prisiones de naciones, y su pasividad permitía que éstas continuaran bajo sus yugos respectivos. Pero como quiera que el Imperio Zarista (que luchaba en el bando que favorecían muchos norteamericanos, empezando por su ministro de asuntos exteriores), era la mayor y más cruel prisión, tomar partido por las democracias (Inglaterra y Francia) significaba hacerse cómplice de esa opresión. Cuanto más claro veía que debía hacer algo, más se complicaba la decisión de qué hacer.El 22 de Enero de 1917, en su discurso sobre el Estado de la Nación, Wilson afirmó que cuando llegase la paz debería ser una paz definitiva, y que EEUU no admitiría que los eventuales vencedores, fuesen los que fuesen, impusieran su venganza. Como muestra de su preocupación por el tema de las minorías nacionales, nombró varios países que debían ser independientes “fuera cual fuera el resultado de la guerra”. Entre los países nombrados ocupaba un lugar de honor la Polonia de Paderewski, que a partir de entonces dejaba de ser considerada un problema interno ruso. Algunos senadores le preguntaron cómo pensaba implementar esa política sin hacer la guerra. Otros le preguntaron si pensaba hacer la guerra en nombre de la paz, y en general el debate se fue enredando a medida que se adentraban en la paradoja de cómo hacer algo útil sin hacer daño a nadie y sobre todo sin hacérselo a su país. El gobierno alemán, de fuerte inspiración militarista prusiana no se andaba con tantas sutilezas. Era una guerra total, una final para saber cuáles serían las grandes potencias del siglo XX, y ellos querían romper el empate de tres años. Atrapado en una guerra en dos frentes, que hacía que no pudiera optar a una victoria decisiva en ninguno de los dos, el gobierno del Kaiser decidió hacer algo. Bloqueados por la marina inglesa, la solución era bloquear las islas, puesto que Inglaterra sufriría más que ellos al tener menos recursos a disposición. Hundiendo mediante submarinos todos los barcos que entrasen o saliesen de puertos ingleses, la escasez de recursos y el hambre de la población civil obligarían a Inglaterra a salir de la guerra. Apenas una semana después del discurso de Wilson, el gobierno de Guillermo II proclamó que a partir de ese momento volvería a atacar cualquier barco que se dirigiese a puertos de sus enemigos “fuera cual fuese su naturaleza o nacionalidad”, rompiendo así su compromiso de 1915 con el gobierno norteamericano. Sabían que eso podía involucrar a los estadounidenses en la guerra y tenían un plan especial para esa eventualidad.Mientras en los periódicos norteamericanos se debatía con furor si era necesario esperar alguna provocación más para tomar partido en la guerra europea, el presidente Wilson recibió de su embajada en Londres un mensaje sorprendente. Los ingleses habían obtenido una comunicación cifrada entre el ministro de asuntos exteriores alemán Zimmerman y la embajada alemana en México. Era un documento en el que el gobierno alemán proponía una colaboración militar al mexicano para invadir el sur de EE.UU., y recuperar los estados perdidos en las guerras de los años anteriores. Ése era el plan de contingencia alemán y demostraba que los alemanes no sólo daban por descontado que EEUU les atacaría, sino que ya estaban planeando el contraataque: nada menos que una invasión del territorio continental americano. Se levantaron voces que preguntaban de dónde había salido el mensaje, y si no sería un truco inglés. El presidente muy pronto estuvo seguro de que no era ningún truco, porque encontró una copia en un sitio inesperado. Los americanos habían estado transmitiendo mensajes cifrados alemanes. Lo hacían de buena fe, porque si no la embajada alemana en Washington no podía hablar en nombre de su gobierno, al estar aislada de éste ya que los ingleses habían cortado todos los cables telegráficos submarinos que salían de Alemania. En realidad los alemanes tenían otro canal a través de Suecia, que fue donde los ingleses interceptaron la primera copia, pero los americanos lo ignoraban. Por ello accedieron a la petición de transmitir mensajes entre Berlín y la embajada alemana en Washington utilizando su propia línea. Habían establecido un procedimiento especial por el que pasaban los mensajes desde su embajada en Berlín a la de Copenhague, y desde allí, a través de Londres, directamente al asesor personal del presidente, el Coronel Edward House, quien los entregaba a la embajada alemana.Los norteamericanos, presa de una horrible sospecha, examinaron todos los mensajes cifrados que habían transmitido y encontraron uno que les pareció por su longitud que era el mismo. Los ingleses habían previsto esto, porque también monitorizaban secretamente todo el tráfico de la embajada norteamericana y sabían que el mensaje había seguido también ese segundo canal. No dijeron nada porque querían que los estadounidenses lo descubriesen ellos mismos. Cuando se lo pidieron, les ayudaron gentilmente a descifrar el mensaje, que estaba cifrado en un código diferente que la primera copia. Una vez hecho público todo el asunto en la prensa, el presidente Wilson quedó bajo una gran presión, aunque siguió debatiéndose en su laberinto electoral y moral sin tomar ninguna decisión. El 26 de Febrero un submarino alemán mató a dos mujeres norteamericanas al hundir un buque de la Cunard, y una semana después dos mercantes de bandera norteamericana fueron hundidos cerca de la costa sin víctimas, porque las tripulaciones se salvaron a remo. Para entonces el imperio del Zar, tras una rápida revolución, se había convertido en una república democrática, bajo el gobierno de un socialdemócrata moderado llamado Kerensky. Esto destruía el argumento de que había dictaduras en los dos bandos. Wilson se decidió por fin y llamó a filas de un solo golpe a cuatro millones de norteamericanos. Todas sus dudas se habían convertido en una fiera resolución. Los EEUU iban a cumplir su compromiso con la paz y la democracia, pero ya no habría más apelaciones a la buena fe de las partes, derrotarían a los imperios centrales y construirían una nueva Europa donde no habría más guerras, más diplomacia secreta, ni más injusticias. Mientras una fabulosa máquina militar -basada en la enorme industria norteamericana- se ponía lentamente en marcha, los combates en Europa siguieron tan encarnizados como siempre.

Enigma II

La efímera república rusa de Kerenski se derrumbó en Noviembre de ese año, por su empeño en proseguir la guerra a pesar de la serie de derrotas que les infligieron los alemanes, y que no se distinguían en nada de las que habían sufrido los ejércitos del Zar. Un grupúsculo de intelectuales exiliados, introducido en Rusia por los alemanes, creó en pocas semanas una enorme organización de masas que tomó el poder, prometiendo tierras a los campesinos y paz a todo el país. Instauró un gobierno basado en las elaboraciones de Marx sobre el funcionamiento de la nueva sociedad capitalista y sobre las experiencias revolucionarias del siglo XIX. La variante rusa ponía mucho énfasis en evitar los errores que -en opinión de sus ideólogos- habían causado la caída de movimientos anteriores parecidos, como la Comuna de París en 1871. Habría democracia asamblearia en la elaboración de las políticas, pero una vez tomadas las decisiones, todo el peso de la ley más brutal caería sobre los que las boicoteasen.El nuevo gobierno firmó la paz con Alemania, puesto que ése había sido su principal argumento para atraerse a las masas, concediendo territorios que, de todas formas, tampoco podía recuperar por la fuerza. Una vez liberados del frente del Este, los alemanes trasladaron la mitad de su ejército que había combatido allí, a su frente del Oeste y lanzaron a partir de Marzo una serie de cinco grandes ofensivas. La preparación había sido aún más cuidadosa que todas las veces anteriores, y tanto las tácticas como la organización reflejaban una profunda reflexión sobre aquel tipo de guerra que tanto les había desconcertado durante años. Bombardeos cortos y precisos (cada uno de los 6.000 cañones se calibró especialmente en un campo de tiro de pruebas), batallones especiales de asalto y movimientos envolventes de las posiciones mejor defendidas, derrotaron al Quinto Ejército inglés abriendo una enorme brecha en el frente -algo que no había sucedido en toda la guerra- por la que empezaron a entrar divisiones en masa.El general alemán Luddendorf, con una deficiente y temperamental dirección de las operaciones, no consiguió aprovechar la ventaja. En lugar de tomar una dirección concreta (p.ej. hacia el mar, por detrás de las líneas inglesas) lanzó ataques en direcciones alternativas, cuya fuerza fue disminuyendo con el tiempo. Agotados por la lucha continua, desordenados por la dinámica de los combates y con unas líneas de abastecimiento no muy largas, pero tampoco suficientes para sostener el municionado de cientos de miles de soldados disparando día y noche, los alemanes se detuvieron. En un esfuerzo supremo, y echando mano de sus últimas reservas, los ingleses y franceses contraatacaron, consiguiendo a mediados de Julio de 1918 restablecer la situación anterior a las ofensivas alemanas.La situación había vuelto al punto de partida, con los contendientes literalmente agotados. Habían soportado en conjunto un millón de bajas en cuatro meses de lucha continua. Ni en Alemania, ni en Francia, ni en Inglaterra quedaban ya hombres en edad militar para llevar al matadero, después de cuatro años de mortandad a un ritmo parecido.A pesar de que hacía ya dieciocho meses que estaban en guerra, los norteamericanos sólo habían jugado un papel de comparsas. Sumidos en discusiones interminables sobre si los negros debían ser mezclados con blancos en los mismos batallones, distraídos por las dificultades logísticas de hacer cruzar a cuatro millones de soldados el Atlántico, ofendidos por la pretensión británica y francesa de integrar en sus ejércitos a las unidades norteamericanas, y desconcertados sobre cómo luchar en aquel tipo de guerra que tanto les recordaba el sitio de Richmond de su Guerra Civil, habían contemplado casi como espectadores los dantescos combates que habían tenido lugar. Algunas unidades se habían involucrado directamente y su empuje había tenido que ver con el fracaso de los alemanes, pero ahora había llegado el momento de tomar la iniciativa.Desoyendo a sus aliados formaron el Primer Ejército, integrado únicamente por norteamericanos y bajo el mando del General Pershing. En septiembre se lanzaron a la ofensiva, y tras soportar pérdidas enormes incluso para los macabros estándares de esa guerra, rompieron el frente. Era la segunda vez que sucedía en ese año y en toda la guerra. Los alemanes se dieron cuenta de que habían perdido. Dos millones de norteamericanos les estaban atacando y 250.000 más llegaban cada mes a Europa. Los alemanes simplemente no podían matarlos a todos. Si mataban dos por cada muerto propio perderían la guerra rápidamente, y ni siquiera eso podían hacer una vez el ataque norteamericano superó las tres líneas de trincheras, y por tanto los alemanes se defendían en campo abierto. Con un optimismo que no se veía en Europa desde 1914, armados hasta los dientes y más numerosos que las langostas, los norteamericanos iban a destruirles. Luddendorf le dijo a su superior Hindenburg que la guerra estaba perdida y éste lo comunicó al gobierno, aconsejando negociar un armisticio.Pocos días después todos los aliados de Alemania la abandonaron y pidieron una paz separada. En un par de semanas, mientras el leviatán norteamericano avanzaba inexorable hacia sus fronteras, Alemania se rindió, con la única condición de que fuera ocupado sólo un trozo pequeño del país. Fiel a su promesa de una paz justa, Wilson forzó el armisticio con esas condiciones. La guerra -que había parecido que iba a durar siempre, excepto si ganaban los alemanes- había terminado de golpe.Se convocó rápidamente una Conferencia Internacional en Paris a la que debían enviar delegados todos los países del mundo. Allí se redactaría un tratado de paz en el que se sentarían las bases de un nuevo orden mundial, presidido por la diplomacia pacífica y sincera. Wilson en persona acudiría como responsable de la delegación norteamericana para asegurarse de que se cumplían sus directivas. Antes de salir en un lujoso paquebote hacia Europa, formuló en un discurso en el Senado los catorce puntos irrenunciables que presidirían la posición de su país en la conferencia internacional.En sus catorce puntos se enunciaba formalmente la filosofía moralista del presidente y también se enumeraban algunos detalles concretos del nuevo orden. En el aspecto filosófico se condenaba el tipo de diplomacia cínica y mentirosa que se había practicado en Europa durante todo el siglo XIX, y se decía que ésa era la causa de aquella guerra apocalíptica que acababa de terminar. Se condenaba no sólo la forma de esa diplomacia sino también su fondo, basado en la amenaza física más cruda y en la complicidad de las grandes potencias europeas para oprimir al resto de naciones. Se prohibirían en consecuencia tanto los tratados secretos como el recurso a la guerra. Una Sociedad de Naciones actuaría como asamblea de iguales, decidiendo de forma inapelable quién tenía razón en cada contencioso, con independencia de la potencia militar de que dispusiera. Los países tenían la misma obligación moral que los individuos y no podían matar, mentir ni realizar ninguna acción que estuviera vedada a éstos. Todos lo países debían trabajar juntos para el progreso del mundo. Los puntos finales detallaban una lista no exhaustiva de modificaciones de fronteras, y de países que debían ser independientes. Polonia tenía el punto 14 dedicado a ella sola, y se decía que tenía derecho, no sólo a ser libre y soberana disfrutando de medios suficientes para prosperar, sino que además tendría una salida al mar, para no depender nunca más de la buena voluntad de sus vecinos que, como la historia demostraba, eran sus peores enemigos. Los funcionarios del Departamento de Estado familiarizados con el tema, dieron vueltas y vueltas a los mapas, buscando alguna forma de implementar esta directiva.Entre Enero y Junio de 1919, la Conferencia de Paz de París trazó las nuevas fronteras de Europa y redactó el tratado que debían firmar todas las partes. Fueron meses frenéticos, en los que los miles de delegados que llenaban todos los hoteles de París forcejearon en las reuniones de las comisiones, en los pasillos y en las ruedas de prensa para conseguir torcer las cosas en la dirección que interesaba a su país. Las grandes delegaciones, como la norteamericana, la inglesa o la francesa, estaban abrumadas por la masiva negociación multilateral que tenía lugar, viéndose obligadas a tomar decisiones a un ritmo de docenas por día. Cuando en las comisiones no se llegaba a ningún acuerdo -o sea, casi siempre- se sometían las alternativas a la reunión de los tres grandes, el presidente francés Clemenceau, el primer ministro Lloyd George y el presidente Wilson, que trataba infructuosamente de seguir el faro de sus preceptos morales en aquel inextricable laberinto de intereses cruzados y resentimientos ancestrales. Había pensado estar sólo unos días en París, hasta que el proceso estuviera en marcha, pero se vio obligado a quedarse durante los seis meses que duró.

Enigma III

La derrota de los Imperios del Centro y la descomposición del Imperio Ruso habían hecho desaparecer la autoridad centralizada de la mayor parte de Europa. En todas las ciudades que hubieran sido alguna vez capitales de algo, por lejano que fuera ese momento en el tiempo, milicias de soldados desmovilizados proclamaban la independencia de la nación correspondiente. Muchas de estas proto-naciones enviaban delegaciones a París para pedir el territorio que a su juicio les correspondía, mientras intentaban conquistarlo y mantenerlo por la fuerza, tanto contra otras proto-naciones como contra los restos de los ejércitos de los diversos imperios.La comisión que trataba sobre el futuro de la Polonia independiente y reunificada que había prometido Wilson públicamente, fue la que celebró más reuniones de toda la conferencia. La delegación polaca estaba dividida en dos. Por una parte estaban los antiguos exiliados polacos en París y por otra los delegados enviados desde Varsovia por un gobierno provisional que había proclamado la resurrección de Polonia, en medio de delirantes manifestaciones de alegría callejera. Ambas delegaciones manejaban enormes mapas con versiones gigantescas de la Polonia medieval que, en su máximo apogeo, había formado una confederación con Lituania, dominando una amplia zona desde el Báltico hasta el mar Negro. No pedían Ucrania, pero dejaron caer que no la rechazarían. El resto de delegados de la comisión, y especialmente los norteamericanos, veían con simpatía a la causa polaca, aunque la tozudez y ambición de las dos delegaciones les sacaba rápidamente de quicio. No podían darles todo el territorio que pedían sin quitárselo a otros como los lituanos, los checos, los eslovacos y los ucranianos, que lo reclamaban con mapas igual de extravagantes.El criterio étnico no dejaba nada claro, ya que en algunas regiones las mayorías eran de 60% contra 40%, o había un triple empate entre tres nacionalidades. Además, en el campo la mayoría solía ser diferente que en las ciudades. Los polacos estaban un poco por todas partes, ocupando un área discontinua, no definida por ningún accidente geográfico concreto, sobre la inmensa llanura centroeuropea. Mientras la delegación discutía, un ejército de antiguos soldados polacos de los imperios centrales imponía su ley en un territorio que parecía no tener límite, puesto que tan pronto estaban a las puertas de Vilna como amenazaban Kiev.La crispación fue subiendo de tono mientras las tres grandes potencias disentían entre sí y la propia delegación polaca se dividía más y más, hasta el punto de que los exiliados en París amenazaban con tomar Varsovia, con el ejército de voluntarios polacos que había combatido con los franceses. Los norteamericanos llamaron a Paderewski, que puso orden y unificó la posición polaca. El ejército de exiliados fue a Varsovia y se fusionó con el ejército de los que habían combatido con los imperios centrales. Como los polacos siempre habían combatido en todos los bandos en unidades polacas con oficiales de la misma nacionalidad, ahora disponían de un ejército perfectamente estructurado y numeroso, que ganó cinco guerras de tamaño creciente en los seis meses que duró la conferencia.Poco a poco, las fronteras conquistadas por la fuerza y las que se trazaban en los mapas en Paris fueron encajando, hasta que la delegación polaca estuvo casi satisfecha con el enorme país que se habían procurado. El problema que quedaba era la famosa salida al mar. Wilson la había prometido y Polonia la necesitaba. No iban a discutir sobre eso, e incluso Paderewski hizo saber a Wilson que no era algo negociable. Una vez descartado anexionar Lituania a Polonia por la ruidosa negativa de los lituanos, había que buscar otra solución más al sur.Los expertos norteamericanos tenían muchos problemas, puesto que si bien a base de unir áreas de tenue mayoría polaca lograban llegar hasta el Báltico, siguiendo el valle del Vístula, no había ninguna ciudad con polacos que tuviese costa. Los polacos pedían Danzig, que era una ciudad completamente alemana en la que no vivía ni un polaco. Los norteamericanos estaban cansados de todo aquello y dispuestos a lo que fuera para terminar. Los franceses buscaban dañar a Alemania todo lo que pudiesen, y quitarles Danzig partía el país en dos, por lo que lo encontraban muy razonable. Los ingleses se preguntaban qué pasaría cuando Alemania se recuperase. ¿Quién defendería Danzig de las iras teutonas?. Si la estabilidad era el objetivo, Danzig debía ser alemán.La delegación alemana se negó en redondo a ceder Danzig, y señaló que los polacos que vivían en Alemania estaban muy integrados, por lo que debían celebrarse referéndums para saber cual era su voluntad. A la vez que les intentaban quitar Danzig, en otras comisiones les arrebataban otras partes de su país. Su frontera con Francia, por ejemplo, había retrocedido mucho hacia el norte, y se encontraba casi donde la había querido poner Napoleón. Los alemanes sólo fueron invitados a la fase final de la conferencia, por lo que cuando llegaron poco podían hacer. Intentaron presentar su punto de vista, pero con una pomposidad y con un tono marcial que no les granjeó ninguna simpatía. Su punto principal era que ellos también eran una nación, así que tenían derecho a un estado sobre todo el territorio en que había alemanes, al igual que las demás naciones.Pero con ser el tema territorial muy importante, otra amenaza les preocupó aún más. El norte de Francia estaba devastado y el presidente francés quería que los alemanes pagasen una indemnización que cubriese todo el coste de la reconstrucción. También se decidió que debían resarcir a los vencedores de todos los costes de la guerra, como si ésta fuera un juicio que debiera pagar la parte perdedora. Secretamente, Francia quería volver a la situación anterior a la guerra Franco-Prusiana de 1870, cuando ambos países eran parecidos en población e industria. Esto resultaba imposible, porque Alemania había crecido mucho en pocos años, mientras la población francesa estaba estancada y su industria era mucho menor. El tema de las reparaciones se arrastró durante meses, mientras los alemanes exigían pagar una cantidad finita y los franceses cobrar otra, si no propiamente infinita, si por lo menos imposible de cifrar hasta que se calculasen todos los guarismos implicados.La delegación alemana se sintió traicionada, porque Francia consiguió hacerle mucho más daño en la conferencia del que le podría haber hecho nunca en el campo de batalla. Tan sólo la prudencia inglesa, que miraba con preocupación la cantidad de contenciosos territoriales que la ilusoria política de autodeterminación de Wilson junto a la mala fe francesa estaban creando, impidió que Alemania saliera aún peor parada. Aún así, el mapa final de Alemania mostraba grandes mordiscos en los cuatro puntos cardinales, y siempre en zonas ricas por su minería y/o industria. En el norte, un área en forma de cuerno de rinoceronte se clavaba de forma especialmente dolorosa en el costado, y llegaba hasta el Báltico partiendo el país en dos. En la punta del cuerno estaba Danzig, entregada de facto a Polonia mediante un complicado subterfugio de soberanía internacional y aduanas polacas.En lo referente a las indemnizaciones, para evitar cerrar la cifra, en el texto sólo se nombraban los sumandos terroríficos (reconstrucción completa de Francia y Bélgica, gasto total de los vencedores, indemnizaciones para todos los lisiados, pensiones para las viudas, lucro cesante, etc...), dejando el cálculo para el futuro, ante la dificultad de compilar todos los datos. Estaba claro que aunque Alemania pagara más de lo prudente para su economía durante decenios, no conseguiría reducir aquella deuda de pesadilla, cuyo monto total, en palabras de un experto, sería "con toda seguridad, la cifra contable más alta concebida jamás por una mente humana". La promesa noramericana de una paz justa había resultado papel mojado. La redacción final declaraba que Alemania había causado la guerra, y por tanto debía pagar con dinero y con territorio.Los delegados alemanes abandonaron Paris para consultar a su gobierno, que ya no era el imperial del Kaiser Guillermo II, sino una república democrática, surgida tras una breve revolución. A su llegada cayó el gobierno, porque nadie quería tomar la decisión de firmar o volver a la guerra. Desde Paris, las tres grandes potencias enviaron un ultimátum de pocas horas. Tras varias peripecias, se consiguió reunir el parlamento, que votó a favor de aceptar los términos ,excepto aquellos artículos donde se culpaba a Alemania en solitario de haber empezado la guerra. Ante la negativa fulminante de las potencias que movilizaron sus tropas para preparar la invasión, el parlamento se volvió a reunir con unos pocos diputados y finalmente aceptó firmar, en un ambiente de postración y derrota. Muchos parlamentarios de extrema derecha alegaron posteriormente estar ausentes de la sala, y el ejército, que había sido quien originalmente pidió la rendición, acusó a los políticos que votaron de haberles vendido al enemigo con sus votos. La rendición dijeron, "había sido una puñalada en la espalda de la patria".

Enigma IV

El 28 de Junio de 1919, en un espléndido día de verano, se reunieron en la Sala de los Espejos del palacio de Versalles, todas las delegaciones para la firma de la paz. La sala estaba abarrotada y uno tras otro los jefes de delegación estamparon su firma. Cuando le tocó el turno a los alemanes se hizo el silencio, mientras dos ministros, llegados en tren durante la noche, estamparon su firma con gesto sereno pero mortalmente pálidos. Uno de ellos declaró años después que en ese momento sintió un dolor casi físico por el daño que estaba causando a su país y que su único empeño había sido que sus antiguos enemigos no pudieran percibir en su cara ese dolor. Una vez hubieron firmado, sonó una atronadora salva de artillería y el júbilo corrió por toda Francia.En Alemania el efecto fue contrario, pero mucho menos instantáneo. Durante meses la sociedad alemana fue absorbiendo poco a poco la enormidad de lo que le había pasado. Leyó con estupor las cláusulas que reducían su ejército a apenas diez divisiones (p.ej. mucho menor que el de Polonia), que prohibían totalmente su marina y su aviación, que impedían incluso a ese ridículo ejército desplazarse por algunas zonas de su territorio; se dio cuenta que un 12% de su población ahora vivía en zonas de soberanía extranjera (la mayor parte en Polonia y Checoslovaquia) como ciudadanos non-gratos (sobre todo en la primera) y para colmo empezó a experimentar el derrumbe de su economía, atrapada en un maligno mecanismo inflacionario. Al año siguiente Francia ocupó el sur, alegando que Alemania no pagaba al ritmo correcto.Los sucesivos gobiernos socialdemócratas moderados tuvieron que hacer frente a levantamientos y disturbios de todo tipo. Hindenburg, el general que había recomendado la rendición, compareció en el parlamento para decir que la guerra podría haberse ganado si los políticos no se hubieran rendido. Varios políticos de primera fila fueron asesinados a causa de esta declaración, y el país se arrastró por el caos. Los socialdemócratas, que habían arrasado en las primeras elecciones, nunca pudieron recuperarse de su asociación con esta época. Los comunistas les echaron en cara no haber favorecido una revolución a la russe y los sectores nostálgicos del Imperio les acusaron -junto a la propia democracia- de ser el fermento del desastre.El año 1923 señaló el punto más alto de la marea. El marco se había devaluado hasta valer una millonésima parte de un marco de 1918. Los billetes impresos con cifras fabulosas no valían nada sólo unas horas después de salir de la casa de la moneda. Varios golpes de ultraderecha y entre ellos el más famoso, el pustch de Munich, amenazaron con terminar con la democracia. Pero de pronto pareció que escampaba. En Julio, se lanzó un nuevo marco, el Rentenmark, que se cambió a 3 trillones de marcos antiguos por cada uno nuevo. Todo el mundo que tuviera dinero en efectivo había quedado arruinado, pero por fin la inflación desapareció y en consecuencia el panorama político se estabilizó también. Como si aquella catarsis hubiera inmunizado a los alemanes contra el miedo al futuro, la economía empezó a crecer, débil pero firmemente.

Enigma V

Una de las personas que en 1923 decidió montar un negocio fue un ingeniero llamado Arthur Scherbius. Se asoció con otro ingeniero, Richard Ritter, para poner en producción un invento nuevo que le parecía que estaba llamado a revolucionar el viejo y secreto arte de la criptografía. Otros tres inventores habían desarrollado el mismo concepto con meses de diferencia: Hebern en EEUU, Alexander Koch en Holanda y Arvid Damm en Suecia. Scherbius y Ritter compraron la patente de Koch y la aportaron como capital para constituir una sociedad dentro de un grupo llamado Securitas, en cuyo directorio obtuvieron un par de asientos con la operación. La empresa se llamaría Chiffriermaschinen Aktien Gesellschaft y comercializaría, bajo la marca Enigma, una máquina de cifrar literalmente invencible.El aparato tenía el aspecto exterior de una máquina de escribir muy voluminosa, con la particularidad de que los tipos móviles eran activados mediante un electroimán, como en las máquinas de escribir eléctricas. Sobre el teclado había cuatro ventanitas con una letra. Podía funcionar en dos modos, que se regulaban con un pequeño mando. Con el modo de operación normal, cuando se apretaba la tecla A se imprimía una A, tal como es de esperar en cualquier máquina de escribir. Pero con el modo "Cifrado" se hacía pasar la corriente a través de un curioso mecanismo, de forma que la letra que se imprimía era el producto de una sofisticada codificación. Se trataba de una serie de ruedas colocadas tocándose por sus caras, formando un cilindro. La ruedas podían moverse sobre un eje común, sin dejar de tocarse.Cuando se activaba una tecla, la corriente llegaba a la primera rueda. Las ruedas tenían contactos eléctricos delante y detrás, y en su interior estaban conectados los de delante con los de detrás según un patrón arbitrario pero fijo. Había 28 contactos en cada cara, uno por cada tecla (25 letras y tres acentuadas), por los cuales entraba y salía la corriente. En el interior de la primera rueda, la letra original era transformada en otra siguiendo el patrón fijado por el cableado al activar el contacto correspondiente en la salida trasera. La A se convertía por ejemplo en K, etc... A continuación, el contacto correspondiente a la K en la parte delantera de la rueda central activaba el contacto correspondiente a otra letra en la parte trasera, digamos la L. Finalmente, la tercera rueda trasformaba la L en una G, que se imprimía con el mecanismo de la máquina de escribir eléctrica. Así pues la máquina realizaba un cifrado mediante sustitución, pero de un tipo novedoso, si no como concepto sí como aplicación práctica.Desde antiguo se sabía que para cifrar se pueden seguir dos caminos: podemos desordenar las letras del mensaje hasta que no sea posible leerlo o podemos sustituir cada letra por otra. Una regla de sustitución se llama un alfabeto, y normalmente se nombran poniendo las letras cifradas que se hacen corresponder a cada letra en claro al cifrar ordenadas como estas últimas. Es decir que si un alfabeto es HTFRD.. significa que la A se sustituirá por la H, la B por la T, etc...Si utilizamos el mismo alfabeto para todo el mensaje, obtenemos una sustitución monoalfabética. Se trata de un cifrado trivial, que puede ser descifrado en pocos minutos mediante análisis de frecuencia. En cada idioma, las letras aparecen con una frecuencia determinada y si se ha cifrado un texto mediante una regla fija de cambiar cada letra por otra, basta con aplicar la frecuencia del idioma a la frecuencia del texto para saber, de forma muy exacta, qué letra corresponde a cada carácter. Si además sabemos que algunas parejas y tríos de letras son más probables que otros (análisis de contacto), podemos descifrar el texto incluso cuando la frecuencia no es determinante porque el mensaje es muy corto.Existen varias formas de soslayar este problema. Una de ellas es trabajar con muchos alfabetos y utilizar uno diferente para cifrar cada carácter del texto en claro. Durante dos siglos y hasta mediados del XIX, era muy popular el sistema de Vigenère, definido en el S XVI sobre ideas anteriores, que permitía, mediante una clave, crear un juego de alfabetos que se usaban sobre cada letra del texto de forma consecutiva. El motivo por el que se había dejado de utilizar era porque cada clave sólo generaba dos o tres docenas de alfabetos (dependiendo de su longitud) y por ello en textos largos era posible descubrir el periodo con el que se aplicaban los alfabetos y separar los caracteres que habían sido cifrados con el mismo para aplicar después el análisis de frecuencia. Además, al estar generados por la clave, los alfabetos no eran aleatorios, sino que seguían un patrón discernible con mucha paciencia, sobre todo con claves cortas. Aunque ejecutado a mano era un sistema muy laborioso y muy proclive al error, se utilizó profusamente hasta que se descubrió que no era seguro.El método que se siguió utilizando era otro, que había nacido prácticamente a la vez. Consiste en crear un libro de códigos donde cada letra, cada sílaba y cada palabra tengan una correspondencia con un grupo de números o letras. No hay análisis de frecuencia, porque tenemos miles de caracteres y no sabemos si cada grupo de números representa una palabra, una sílaba o una letra. Para complicarlo más se incluyen a veces varias correspondencias, de forma que las letras o silabas más comunes estén representadas por varios grupos. Resulta muy seguro cuando el criptoanalista hostil tiene pocos ejemplos y carece de contexto (es decir no sabe nada de lo que contienen los mensajes) pero, a base de trabajo y acumulando mensajes, es fácil componer el código de manera casi sistemática. Cuando se tiene completo es como leer un libro abierto. Todos los códigos terminan rotos y por tanto hay que cambiarlos a menudo, con el problema de negociación de claves que esto comporta, máxime cuando la clave es un voluminoso libro.Lo que Scherbius y el resto de inventores contemporáneos habían imaginado era un sistema de sustitución que utilizase alfabetos a gran escala generados por el movimiento discreto de ruedas contiguas. Si tenemos dos alfabetos podemos combinarlos para obtener un tercero. Si por ejemplo tenemos DCLGBOS... (es decir que la A será D, la B será C, la C será L....), y tenemos IUJSCRF... ( A será I, B será U, C será J, etc...) podemos aplicarlos consecutivamente. Si la A será D por el primer alfabeto y la D será G por el segundo, en el alfabeto compuesto por ambos la A será una G. Análogamente, dos ruedas contiguas que no se muevan entre sí actúan igual que una sola rueda cableada de la forma conveniente.Como hay 28 maneras de combinar dos alfabetos de 28 letras (o, para el caso, 28 maneras de colocar la segunda rueda si la primera está quieta), podemos crear con ellos 784 alfabetos diferentes. Las ruedas de contactos de Enigma eran la expresión eléctrica de los alfabetos. Al ir girando las cuatro ruedas que tenía el primer modelo se variaba la composición, y por tanto se generaban diferentes alfabetos, hasta un total de 614. 656. Gracias a la mecanización, Enigma permitía ciclos tan largos que en un texto nunca se utilizara dos veces el mismo alfabeto. Cada vez que se pulsa una tecla, una de las ruedas gira cambiando la composición y por tanto el alfabeto. En el primer modelo, el giro de las ruedas estaba gobernado por unos engranajes separados de éstas, que hacían que se movieran con un patrón muy complicado. Las ruedas podían ser intercambiadas para crear nuevos juegos de 614. 656 alfabetos. Así pues, la clave, que se podía transmitir en claro, era el orden de colocación de las ruedas y la posición inicial de éstas, apenas una docena de caracteres.

Enigma VI

El uso del telégrafo, en el que un montón de empleados tenían acceso a los mensajes mientras los tecleaban, había provocado un boom de los libros de códigos. En 1923, Scherbius y Ritter presentaron su máquina en un stand del Congreso Internacional Postal que tuvo lugar en Suiza y repitieron al año siguiente en que el congreso tuvo lugar en Estocolmo. Era el modelo A de cuatro ruedas y capaz de imprimir a la vez que cifraba. Era una máquina muy voluminosa y sobre todo muy cara, por lo que las ventas fueron escasas a pesar de la campaña de publicidad con prospectos y anuncios en la que Scherbius usaba la frase comercial "Un solo secreto salvado ya paga el coste".Muy pronto la compañía lanzó tres modelos más llamados B, C y D. El B era similar pero utilizaba ruedas de 26 contactos, eliminando por tanto las letras acentuadas para reducir un poco el tamaño. Parecía aún más una máquina de escribir, porque todo el mecanismo de cifrado estaba dentro de una pequeña protuberancia cuadrada en el costado, en la que se veían las ventanitas donde se seleccionaba la posición inicial.Con el modelo C, Scherbius quiso dar al mercado un producto aún más compacto y económico. Para ello introdujo varias novedades. La primera es que desapareció todo el complicado mecanismo de impresión. Ahora al pulsar cada tecla se encendía una luz de las 26 que lucía el aparato, cada una con una letra pintada. El operador debía apuntar el resultado por su cuenta. También incorporó una idea, original de Hugo Koch, que eliminaba la necesidad de un mando para cambiar del modo de cifrado al de descifrado del que disponían los modelos A y B. En cada uno de estos dos modos la corriente debía pasar en dirección opuesta. La solución era convertir la cuarta rueda en un reflector, es decir que los contactos de una de las caras estaban conectados a pares entre sí. Esto hacía que la corriente pasase otra vez por las otras tres ruedas. Scherbius creyó erróneamente que eso también incrementaba la seguridad de la máquina y por ello pensó que con tres ruedas sería suficiente. En realidad el reflector la debilitaba, porque ahora la codificación era simétrica y si la A se convertía en U para una posición determinada, la U se convertiría en A. Además, una letra nunca podía ser imagen de sí misma. Finalmente, el modelo C eliminaba los engranajes independientes para hacer girar las ruedas y los incorporaba a éstas. Cada rueda tenía solidario con sus circuitos una pequeña muesca, y cuando esa muesca llegaba a una posición determinada hacía girar una vez la siguiente rueda, la distancia angular entre dos contactos, de forma análoga a como lo hace un cuentakilómetros.Casi inmediatamente salió a la venta el modelo D, que sería la estrella de la empresa y el único que se vendió en cantidades razonables. Era casi igual al C, al que acabó sustituyendo, pero un poco más elegante de aspecto. El reflector no giraba, sino que el operador lo ponía en la posición deseada (que se adjuntaba a la clave) y permanecía así durante todo el cifrado/descifrado.Antes de montar su empresa, Scherbius había ofrecido su invento a la marina alemana y al ministerio de asuntos exteriores. Tanto la marina como el ministerio habían sufrido la habilidad de los criptoanalistas ingleses de la Sala 40. Se habían perdido muchos barcos y se había hecho el ridículo con el telegrama Zimmerman, así que Scherbius pensó que tenía una oportunidad. Sin embargo, cuando los contactó, justo después de la guerra, en medio del impacto provocado por el tratado de Versalles y con el país arruinado, ambos le habían hecho saber que aunque su invento parecía muy seguro no tenían un tráfico que justificara su alto coste, sobre todo para la marina que prácticamente sólo podía disponer de lanchas guardacostas. En 1925, cuando varios gobiernos extranjeros adquirieron Enigmas para estudiarlas y alguno como el italiano la adoptó oficialmente para su marina, algunos oficiales pensaron que quizás sería una buena idea estudiar nuevamente el caso.La marina alemana se estaba reconstruyendo dentro de la camisa de fuerza que representaba el tratado, pero sus oficiales ya trabajaban con la mirada puesta en el día en que pudiesen ignorarlo. Encontraron las nuevas versiones de Enigma muy compactas y de precio muy conveniente pero pidieron que se les hiciera un modelo especial que tuviese 29 contactos para soportar las letras acentuadas. Más tarde modificaron este modelo varias veces, incluyendo la ampliación a cuatro ruedas como las Enigmas modelos A y B.Cuando el ejército tuvo noticia, envió también oficiales de inteligencia a evaluar Enigma. El ejército había sufrido a manos de los criptoanalistas franceses lo mismo que la marina con los ingleses. Ellos también pidieron un modelo especial. La Enigma del ejército de tierra tendría el reflector fijo para reducir el precio, 26 letras por rueda para reducir el tamaño, el gatillo que haría girar las ruedas sería solidario con el anillo exterior donde estaban las letras que nombraban las posiciones (en lugar de con los circuitos como en los modelos C y D) e hicieron añadir un panel de conexionado. Este panel permitía permutar pares de letras de forma que apretando la A pasase lo que habría pasado si hubiésemos pulsado la R y viceversa. Al tener el panel, la clave debía incluir la configuración de éste, pero la pequeña complicación añadida quedaba ampliamente justificada por la seguridad que daba. En 1928 el modelo G, que incorporaba todas estas mejoras, se usaba ampliamente en el ejército. En 1930 salió el modelo I, que se consideraba el definitivo y del que empezó una producción en masa.Para entonces Alemania estaba reconstruyendo su ejército y su marina, a la vez que creaba un ejército del aire de forma disimulada. Gracias a tratados que había ido firmando y que modificaban el original de Versalles, las duras condiciones iniciales ya no existían, pero Alemania estaba haciendo muchísimo más de lo que permitían los nuevos tratados y tenía la firme intención de seguir en esa línea. Por ello, aunque formalmente estaba en paz, tenía la misma necesidad de secreto que un país en guerra. Enigma era justo lo que le hacía falta.Los oficiales de inteligencia de los países que vigilaban el cumplimiento alemán pasaron informes muy pesimistas sobre la posibilidad de criptoanalizar los mensajes cifrados con Enigma. Lo consideraban inútil, porque a su juicio era un cifrado total y completamente invulnerable. El control de Alemania debía hacerse mediante visitas sorpresa y fotografía aérea. Los mensajes captados debían ser tirados a la basura porque nunca serían descifrados. Un ejército de miles de operadores que dispusieran todos ellos de copias de Enigma tardaría millones de años en encontrar la clave de... un solo mensaje. O lo que era lo mismo, para encontrar la clave en un tiempo en que pudiera ser útil leer ese único mensaje de los cientos que se radiaban diariamente (p.e. en el mismo decenio en que se había cifrado), hacían falta varios miles de millones de operadores cada uno con su Enigma. Ni comprometiendo a toda la humanidad durante una generación entera era posible leer un solo mensaje. Era una grado de imposibilidad más allá de lo imaginable. Si aquella máquina inventada por el demonio se vendía por todo el mundo, los días del criptoanalisis estarían contados.

Enigma VII

En 1920, el nuevo estado Polaco ganó la guerra más grande de las varias en que se había visto envuelto desde su fundación el año anterior. Un numeroso ejército revolucionario ruso fue derrotado cuando intentaba reconquistar los territorios cedidos a los alemanes en la paz de 1917. Ahora pertenecían a Polonia y estaban defendidos por su ejército de veteranos, que estrenaba bandera. El Mariscal Pildsuski, un antiguo soldado polaco del ejército prusiano cuya única obsesión desde 1914 había sido refundar Polonia, dirigió las maniobras defensivas, que culminaron en un ordenado contraataque, que fue ganando inercia hasta desbandar a los rusos más allá de sus fronteras. Fue la apoteosis de la demiurgia nacionalista, cuando el odiado opresor ruso huyó, puesto en fuga por un ejército de patriotas. En pocos meses, Polonia había pasado de nación oprimida, desahuciada por la historia, a potencia regional.El ejército polaco combinaba el ardor patriótico con la experiencia profesional, pero tenía además un arma secreta. Veteranos activistas políticos de las tres clandestinidades que habían vivido los polacos, nutrían las filas de un floreciente servicio de inteligencia. Mediante agentes dobles, intercepciones de mensajes y análisis cuidadoso, durante toda la campaña habían estado en condiciones de informar sobre la posición de los rusos e incluso sobre sus planes inmediatos.Cuando terminó la guerra se formalizó un departamento llamado Segunda Sección del Estado Mayor que agrupaba todos los servicios relacionados con actividades secretas. En varias localidades se instalaron antenas para captar tanto los mensajes de los ejércitos enemigos como las transmisiones de los agentes propios sobre el terreno. Una vez conjurado el peligro en el Este, giraron su atención al Oeste, donde la Alemania malherida post-Versalles se debatía entre la dictadura militar, la revolución bolchevique y la democracia de partidos, sin que se atinase a ver en qué hueco se pararía la bolita.A medida que pasaron los años, Alemania se fue estabilizando. Los polacos estaban más o menos tranquilos, porque gracias a la efectividad de sus criptoanalistas podían monitorizar la amenaza de forma muy precisa y no vislumbraban un peligro inminente. Francia había montado durante la Gran Guerra una estación de escucha y descifrado que superaba el sistema tradicional de que cada mensaje era descifrado individualmente por una persona. Habían creado una estación con mucho personal que funcionaba en departamentos separados de adquisición, compilación de códigos, descifrado, análisis y archivo. Con ello siempre habían tenido bajo control todos los mensajes alemanes y habían sacado un gran provecho de ello. Ahora los franceses instruyeron a los polacos y éstos recrearon la metodología. Fuera por escasez de personal o fuera por convencimiento, los servicios secretos polacos empezaron a reclutar matemáticos además de lingüistas, que había sido la opción obvia tradicionalmente.En la Polonia de la época existía una pujante escuela de matemáticos y lógicos que trabajaban alrededor de la revista Fundamenta Matematicae de Varsovia, cuyos nombres más emblemáticos eran Sierpinsky y Tarsky, famosos por sus contribuciones a la dilucidación de la independencia de la hipótesis del continuo, versión moderna de un problema dos veces milenario. Se sabe que Sierpinski en persona colaboró con la Segunda Sección desde el principio junto a otros matemáticos polacos mundialmente famosos como Mazurkiewikc. Muchos de estos matemáticos procedían de Prusia y habían estudiado en Gotingen, capital mundial de la matemática durante el cambio de siglo. Al principio de la Gran Guerra, cuando Alemania había arrebatado Varsovia a los rusos tras la derrota de los lagos de Tannenberg, se habían trasladado allí para refundar la universidad cerrada durante un siglo. En pocos años, la semilla había fructificado y a mediados de la década varias facultades por toda Polonia impartían matemáticas al mismo nivel que Gottingen. La Segunda Sección realizaba regularmente cursos sobre Criptográfía a los mejores estudiantes de cada promoción y reclutaba a los que mostraban más talento.

Enigma VIII

A principios de 1926 la marina alemana empezó a radiar unos mensajes que causaron inquietud. Por mucho que se trabajaba sobre ellos, no parecía posible compilar el código. Pensaron que los mensajes llevaban alguna sobreencriptación y redoblaron los esfuerzos pero sin obtener resultado alguno. En 1928 casi todos los mensajes de la marina alemana resultaban indescifrables y, por la cantidad de esfuerzo invertido, empezaba a parecer que pasaba algo más grave que una simple superencriptación de un código convencional. En Julio, algunos mensajes del ejército resultaron también invulnerables y cundió el pánico a medida que la proporción aumentaba rápidamente. ¿Que método estaban usando los alemanes? ¿Cómo podía ser atacado...?Se formó un grupo de trabajo de tres personas, dirigido por el Capitán Maximilian Ciezki, con el objetivo especifico de aclarar la cuestión. Este grupo reunió durante meses todas las evidencias y llegó a una conclusión sorprendente: los alemanes habían abandonado el cifrado mediante códigos y habían empezado a utilizar algún tipo de encriptación polialfabética mecánica. Probablemente estuvieran utilizando máquinas del tipo Hebern o Enigma y, siendo Enigma alemana, las sospechas se inclinaban por esta última. El grupo organizó un operativo en colaboración con la rama ejecutiva y consiguió adquirir de forma encubierta una Enigma comercial tipo D.En Varsovia existía una fábrica de equipo electrónico llamada Ava, que colaboraba regularmente con la Segunda Sección. Allí se construían las antenas utilizadas en las estaciones de escucha y las pequeñas radios portátiles que se entregaban a los agentes sobre el terreno. En cuanto la máquina cruzó la frontera, agentes de la Segunda Sección la trasladaron rápidamente a los laboratorios de Ava. Allí fue examinada cuidadosamente por Ludomir Danilewicz y Antoni Palluth, los dos ingenieros propietarios de la firma y personas de absoluta confianza. Antoni Palluth llevaba prácticamente una doble vida. Además de su trabajo en Ava, solía supervisar todos los aspectos técnicos de las estaciones de escucha. Pero la parte más estresante de su colaboración era instruir en el manejo de las radios a los nuevos agentes. Con una pistola en la cintura y una identidad falsa, acudía a citas clandestinas organizadas por la rama ejecutiva en el interior de Alemania, para dar sus cursillos sobre instalación de antenas ocultas, uso de frecuencias, indicativos y mantenimiento de los equipos. Cuando era necesario, participaba en el descifrado o en cualquier tarea para la que se le requiriese. Su familia estaba acostumbrada a ver llegar una limusina negra, con soldados en el asiento delantero, que le llevaba o traía a las horas más intempestivas.Danilewicz y Palluth desmontaron la máquina Enigma y escribieron un informe para el Mayor Podorny, responsable de la Segunda Sección, en el que detallaban el cableado de las ruedas, aunque avisando de que todos sus intentos para establecer una relación entre éste y los mensajes proporcionados por Ciezki habían fracasado. La conclusión era que, incluso si ésa era la misma máquina que usaban los militares alemanes, no había forma de descifrar los mensajes. El grupo de Ciezki siguió trabajando y mediante varias fuentes sobre el terreno, estableció conclusiones aún más preocupantes. Al parecer, la Enigma militar disponía de una especie de panel de conexionado externo que la hacía más invulnerable, si tal cosa era posible. A finales de 1931, la Segunda Sección sufrió una reorganización y el Mayor Gwido Langer sustituyó a Podorny. Se creó el Biuro Szyfrow, dividido en secciones territoriales. Ciezki fue nombrado responsable del BS4, encargado de la adquisición de comunicaciones alemanas.A pesar de que se intensificaron hasta el paroxismo los esfuerzos para descifrar Enigma, éstos terminaron con el más absoluto fracaso. Palluth había inventado un método a base de unas tiras de papel, que intentaba aplicar cada noche en su casa. Muchas madrugadas su mujer tenía que acompañarle a la habitación, porque quedaba ciego después de horas y horas de esfuerzo infructuoso. Vencidos uno tras otro todos los que lo habían intentado (incluyendo a Ciezki y Langer), se extendió la convicción de que era una tarea imposible. Polonia estaba ahora inerme y su arma secreta había dejado de existir.

Enigma IX

A mediados de diciembre de 1931, el Mayor Gwido Langer estudiaba cómo reforzar sus redes de agentes en el interior de Alemania, una vez se había demostrado en la práctica que la cifra con Enigma era inescrutable. Una mañana le dijeron que Gustave Bertrand, del Deuxieme Bureau francés estaba en Varsovia y quería verle. Los franceses asesoraban a los polacos desde la firma de un tratado de ayuda mutua en 1921 y Langer se preparó para otra sesión de suficiencia y pedantería francesas. Esta vez -sin embargo- no era una visita cualquiera. Bertrand abrió el bolsón que portaba y le enseñó una copia del auténtico manual de operación de la Enigma I del ejército de tierra alemán. Le dijo que tenía una fuente dentro del ejército alemán y que necesitaba ayuda para utilizar el material que le suministraba. Bertrand no le contó casi nada a Langer de sus problemas personales, pero esa visita era una jugada desesperada.Un año atrás, un individuo que trabajaba en la oficina de cifra alemana había contactado con la embajada francesa en Berlín para ofrecer secretos a cambio de dinero. Hans Tilo Schmidt era un individuo algo obeso, que había visto con desesperación como su suegro pasaba de una confortable riqueza a la más abyecta pobreza durante la crisis económica. Hombre de gustos caros y mucha afición a la vida nocturna, su sueldo de funcionario le resultaba completamente insuficiente y había decidido complementarlo mediante la traición a su país.Como los franceses no tenían infraestructura alguna en Berlín le habían citado en un hotel en Bélgica, cerca de la frontera alemana. En la primera cita llegó a un acuerdo con el agente francés Lemoine para intercambiar secretos por grandes cantidades de dinero. Concretamente, prometió a Lemoine que pondría en sus manos todas las comunicaciones alemanas. Éste le entregó una cámara Leica y le instruyó en su manejo. También le explicó el procedimiento que usarían para concertar las citas y le dio unos mínimos consejos de seguridad.Bertrand era el encargado del departamento de criptoanálisis francés y -al igual que los polacos- también había chocado con Enigma. Cuando se enteró de la promesa de Schmidt a Lemoine pidió -y obtuvo- permiso para participar en la segunda cita como especialista en cifra. Alojados en el mismo hotel, por la noche se encontraron los tres en la habitación de Schmidt. Cuando éste abrió su cartera aparecieron cuatro libritos. Un rápido examen reveló que eran manuales de operación de Enigma pertenecientes a la aviación y al ejército de tierra. Dos describían sistemáticamente los pasos sucesivos del procedimiento de cifrado, mientras los otros dos explicaban los principios básicos. Schmidt también les entregó unos carretes, que les aseguró contenían fotografías detalladas de una máquina Enigma. Bertrand y Lemoine salieron de la habitación para hablar entre ellos. Bertrand opinó que con ese material podrían descifrar mensajes de Enigma y que debía pagarle mucho dinero. Lemoine volvió la habitación y pagó a Schmidt cinco mil marcos en efectivo.Aunque Bertrand estaba al mando de los criptoanalistas franceses, él mismo no era uno de ellos. A pesar de su entusiasmo por el botín, cuando llegó a Paris los técnicos le dijeron que no servía para nada. Era interesante saber cómo se operaba la máquina pero ello no ayudaba a descifrarla. En las descripciones faltaba lo más importante, que era el cableado de las ruedas. Pero incluso si la fuente consiguiese el cableado no serviría para nada. Enigma era un sistema seguro y, por tanto, ni siquiera disponiendo de una se podía descifrar. Harían falta las claves diarias y, a menos que su fuente pudiera obtenerlas, ningún mensaje podría ser leído. Además, cada vez que se cambiasen deberían ser obtenidas de nuevo.En un informe interno se recomendó que Bertrand quedara fuera de la operación y que se orientaría a Schmidt a recabar información sobre el rearme alemán. En Alemania, la inofensiva república de Weimar tenía los días contados y los viejos demonios del Reich se acercaban cada vez más al poder, disfrazados de modernidad post-democrática. El material se envió a los ingleses, que agradecieron formalmente el envío pero no hicieron ninguna pregunta ni enviaron una lista de la compra para la fuente.Ésa era la razón de que Bertrand estuviera en Polonia. Sabía por compañeros suyos que los polacos habían estado trabajando sobre Enigma y quería que Langer utilizase el material para descifrarla ya que,de lo contrario, él estaría fuera de la operación Asché. Langer le prometió que estudiarían su potencialidad y que ellos mismos no disponían de ninguna información adicional. Langer sí que tenía una lista de la compra. Sobre todo y ante todo hacía falta el cableado de las ruedas. Una vez obtenido esto haría falta un suministro continuo de claves diarias. En caso de que las claves diarias resultasen imposibles de obtener, quizás utilizando parejas de mensajes en claro y cifrados hubiera alguna forma de hallarlas, por lo que debía pedir a la fuente la máxima cantidad de mensajes en claro, para cuadrarlos con los cifrados que captaban sus estaciones de escucha.Acordaron un procedimiento especial para comunicarse directamente utilizando los seudónimos Bolek (Bertrand) y Luc (Langer), por el que circularían las claves. De vuelta a París, Bertrand consiguió convencer a sus superiores de que los polacos veían posible descifrar Enigma si se les suministraba un poco más de material. A pesar de la reticencia de Lemoine se acordó seguir pidiendo a Schmidt material relacionado con Enigma y en concreto el cableado de las ruedas, juegos de claves y todos los mensajes en claro que pudiera obtener. Por los manuales de procedimiento se sabía que se editaban libritos mensuales de claves, que se asignaban a cada mes sobre la marcha.Lemoine, Bertrand y Schmidt se vieron varias veces durante la primera mitad de 1932. Schmidt traía kilos y kilos de mensajes en claro, muchos con su pareja en criptotexto. Con la cámara Leica fotografió varias máquinas Enigma y más manuales de operación y mantenimiento, pero nunca se atrevió -o tuvo ocasión- de desmontar las ruedas, ni tuvo acceso a claves. Por ello siempre acudía sin claves diarias ni de ese mes ni de ninguno y sin el cableado que, según él, sólo era conocido por media docena escasa de personas. Bertrand cada vez lo trataba peor, puesto que cada vez su posición personal era más insostenible. Un agente llamado Perruche empezó a participar en las citas. Perruche no estaba interesado en Enigma sino en el rearme alemán y Lemoine no se cansaba de repetir a sus jefes del Deuxieme Bureau que sería mucho mejor suspender los viajes de Schmidt al extranjero, porque eran muy peligrosos.Mediante tinta invisible o esteganografía, sería posible que éste suministrase información por correo con mucho menos riesgo. En caso necesario podía incluso montar un sistema de buzones en Berlín o concertar citas cortas para intercambiar sobres. Cualquier cosa menos esos viajes al extranjero cargado de material extremadamente peligroso. Bertrand, por el contrario, estaba dispuesto a correr el riesgo de sacrificar la fuente, porque sabía que con los métodos más seguros Schmidt sólo podría proporcionar información militar concreta, en lugar de las pilas de mensajes cifrados y en claro que Langer le decía que serían una buena alternativa a las claves cuando se tuviese el cableado.Bertrand se resistió de todas las maneras a quedar fuera y puso a Schmidt bajo una extraordinaria presión. Un día de mediados de Agosto de 1932 Schmidt pidió a través del procedimiento establecido para urgencias, una cita en el mismo Berlín. Acudió Lemoine en un operativo bastante arriesgado y Schmidt le pasó dos libritos de claves que le dijo que se usarían en Septiembre y Octubre. Las claves fueron enviadas a París por valija diplomática y de allí a Varsovia. Bertrand fue poco después y Langer le dijo que si no conseguían el cableado antes de que las claves entraran en operación, no servirían de nada y caducarían.

No hay comentarios: