domingo, 27 de abril de 2008

Enigma Parte 4

Enigma XXX
A principios de Enero, los viejos informes de Sinclair sobre el ejército alemán eran repasados febrilmente, junto con los reportes sobre la campaña de otoño en Polonia. Los estrategas ingleses estaban perplejos por la movilidad de los alemanes, su capacidad de ruptura y su habilidad para realizar movimientos coordinados a gran escala. Había que remontarse a los pequeños ejércitos napoleónicos para encontrar tanta destreza en la maniobra. Pero el nuevo ejército alemán era todo menos pequeño. Se sabía que más de 50 divisiones acechaban a lo largo de la frontera. Durante la Gran Guerra, una fuerza inglesa muchísimo mayor que la que había cruzado ahora el Canal, no había podido conseguir más que un mortífero empate...
Los franceses eran mucho más optimistas y no daban tanta importancia a la movilidad de los alemanes ni al tamaño de su ejército. Consideraban que el factor clave seguía siendo la potencia de fuego. La llanura polaca había facilitado los movimientos de una forma imposible de reproducir en el nuevo campo de batalla. El plan francés, fruto de años de preparación meticulosa, buscaba fijar a los alemanes y destruirlos a cañonazos. En el flanco derecho, donde tenían frontera con Alemania, habían construido una franja inexpugnable de bunkers de hormigón con paredes de 15 metros de grosor, separados por fosos antitanque, campos de minas y dientes de dragón, y erizados de armas de todos los calibres. Desde luego allí no habría ruptura ni movimientos envolventes.
Por lo que hace al flanco izquierdo, tenían previsto entrar en Bélgica y organizar allí una defensa en fuerza, usando como obstáculos sus anchos ríos y profundos canales. Defendiendo los puntos de cruce, los alemanes quedarían bloqueados en las cabezas de puente y en el lado contrario. La artillería, el arma francesa por excelencia durante medio milenio, les aplastaría con una masiva lluvia de fuego. Calculaban un mes de batalla continua si los alemanes persistían más allá de lo razonable.
El problema era que los belgas se negaban a permitir el paso, porque veían en la estrategia francesa una excesiva inclinación a plantear la batalla en territorio ajeno. El Estado Mayor francés planificaba hasta el menor detalle extensos planes de despliegue, con los que buscaba trabar combate sobre los cursos de agua, mientras los políticos intentaban convencer a los belgas para que dejasen entrar a los ejércitos de las democracias en su territorio. Los belgas alegaban que si el ejército francés tomaba posiciones en Bélgica, estaría flanqueando al alemán y le obligaría a atacar. Quizás los alemanes quisieran aceptar su neutralidad para no añadirse enemigos, ya que precisamente aquellos ríos y canales les protegían de ser una presa fácil. Bélgica aspiraba a ser algo más que el campo de batalla de todas las guerras europeas, y esta vez permanecería neutral. Bélgica hacía un llamamiento a las partes para que dirimieran sus diferencias por medios pacíficos, a la vez que llamaba a Alemania a abandonar Polonia como muestra de buena voluntad.
¿Respetarían los alemanes la neutralidad belga y atacarían por el flanco derecho francés?. ¿Buscarían un trato sobre Polonia con Francia e Inglaterra?. ¿O, por el contrario, el ataque era cuestión de horas?. Y en ese caso, ¿cuál era su plan de batalla?. Como quiera que Menzies, el sucesor de Sinclair, había comunicado jubiloso a sus jefes que podía leer los mensajes de Enigma, ahora le pedían que desvelara los planes alemanes. Querían saber por lo menos la fecha y la dirección general del ataque.
Catastróficamente, Menzies no tenía nada que ofrecer. Poco antes se había descubierto que el método de las hojas de Zygalski no funcionaba. Jeffreys amontonaba frenéticamente hojas 20 horas al día, sin que nunca quedaran agujeros libres. Todo el resto de personal de Whelchman esperaba en vano y los intentos al azar de descifrar algo terminaban con una indigesta sopa de letras. Algo estaba mal y Turing intentaba encontrarlo junto con Twinn, pero por mucho que se esforzaban no veían ningún error. Knox estaba convencido de que los alemanes habían cambiado el procedimiento, y recordaba que ya había advertido que el método de los indicadores dobles era una chapuza que sería pronto corregida.
Denniston y Knox discutían de forma cada vez más acalorada, porque este último quería contactar inmediatamente con lo polacos, mientras el primero quería mantener el secreto del fracaso y resolverlo. Además Knox pretendía compartir con ellos el método del rodding, si al final las hojas resultaban un fracaso. La discusión fue subiendo de tono hasta que Knox amenazó con irse a su casa si no podía trabajar junto a los polacos.
De mala gana, pero conocedor de la tozudez de Knox, Denniston aceptó enviar a Turing con un juego de Hojas de Zygaski para cinco ruedas (los polacos sólo habían tenido para tres) y un juego de Hojas de Jeffreys (que eran una ayuda para el rodding, que permitía identificar la rueda media y la lenta una vez se tenía identificada la rápida) también para cinco ruedas. Uno de los dos juegos no haría falta, pero nadie sabía cuál.
El 7 de Enero de 1940, en medio de las más estrictas medidas de seguridad y escoltado férreamente por el servicio secreto, Alan Turing voló a París, y desde allí se desplazó hasta Vignolles para visitar a los polacos. Después de la destrucción de su país, Langer, Rejewski y su grupo se habían establecido allí, bajo la protección de los servicios franceses, para formar una estación de descifrado que trabajaba sobre Enigma usando las intercepciones francesas y entregándoles el material. Copia de parte de este material era enviado a Inglaterra en unas carpetas rojas, que se hicieron características por contener siempre información de primera calidad.
El encuentro de Turing con Rejewski y sus compañeros resultó extremadamente productivo. Revisaron las hojas de Zygalski que había traído Turing y descubrieron que estaban mal, porque el cableado de las ruedas que se había usado para hacerlas tenía algunos errores. Los alemanes no habían cambiado el procedimiento y fue un alivio comprobarlo.
Después de hallar este problema, el humor de todos era excelente y departieron durante dos días sobre los arcanos de Enigma, mientras el residente de la estación inglesa en París intentaba poner cara de entenderlo todo. La poderosa mente de Turing, que llevaba cuatro meses en contacto con la sabiduría empírica de Knox, había creado todo un corpus de teoría, que ahora pulió hablando con aquellos expertos, con siete años de experiencia en descifrar Enigma a sus espaldas. Durante la comida de despedida, Turing y los polacos discutieron vivamente sobre las ventajas del sistema monetario decimal frente al sistema inglés, que sería la pesadilla de los extranjeros hasta 1973. Turing demostró algebraicamente que para que ‘n’ comensales partieran cuentas en un restaurante, el sistema inglés era mucho más conveniente, ya que era menos probable que alguien tuviera que aflojar un penique para redondear.
Cuando Turing volvió a BP, Coleman, que como se recodará estaba al cargo de la dirección de la Sala de Intercepción que planificaba las escuchas, ofreció tres enormes paquetes de las claves Verde, Azul y Roja, cada uno de los cuales contenía mensajes de un solo día, puesto que la clave se cambiaba a diario. Con esas claves había estado fracasando Jeffreys. La misma tarde de su llegada, y con las hojas corregidas chapuceramente, a base de nuevos agujeros hechos de cualquier manera y con los erróneos tapados con papelitos y goma arábiga, Knox, Jeffreys, Turing y Twinn atacaron una vez más los mensajes de la red Verde. Clareaba la mañana helada del día siguiente cuando por fin se halló la primera clave. Fueron corriendo a la sala donde estaban las Type-X modificadas y, cuando el sol de invierno estaba ya alto en algún lugar más allá de las espesas nubes, apareció un mensaje en perfecto alemán.
Todos los presentes habían aprendido el idioma para leer a Goethe, Schiller y Kant, excepto Turing y Twin, que lo habían aprendido para leer a Leibnitz, Euler y Hilbert. Desde luego ninguno conocía aquella jerga militar prusiana, hecha aún más incomprensible por las abreviaturas y convenciones. Así que nadie entendió qué decía el mensaje, pero a nadie le importó. Al día siguiente cayó la clave Azul, y esta vez si que todos comprendieron el mensaje, puesto que era una poesía para niños muy popular en Alemania. Finalmente cayó la Roja, que resultó ser otra vez jerga militar, pero un poco más comprensible que la Verde.
Se determinó que la red Azul era una red de práctica, en la que los operadores se entrenaban en el uso de Enigma, y para ello usaban textos clásicos alemanes o canciones infantiles. Curiosamente, antes de haberla descifrado, se monitorizaban cuidadosamente el número diario de mensajes de la red Azul, porque se pensaba que tenía relación con un ataque inminente, y varios aumentos repentinos de tráfico hicieron que se enviaran falsos avisos al Estado Mayor. Se pospuso el descifrado de los mensajes almacenados de la red Azul y se restringieron las escuchas de sus frecuencias al mínimo.
La red Verde era una red del Estado Mayor, dedicada a la coordinación de tareas logísticas. Para conseguir que aquella información sirviese de algo, habría hecho falta una organización aún más grande que la que tenían, puesto que para poder comprender plenamente los mensajes era preciso estar al tanto del día a día de todas las unidades que los intercambiaban. Se continuó con las escuchas de la red Verde, pero los mensajes se guardarían de momento.
La red Roja era la más prometedora. Se había creído que era una red del ejército de tierra, pero en realidad era una clave aérea. Se trataba de la clave con la que recibían órdenes los escuadrones de aviones que realizaban el apoyo a tierra. En todas las entrevistas con militares polacos, estos afirmaban que los aviones y los tanques actuaban de forma plenamente coordinada, y que esa coordinación era la clave de la capacidad de ruptura. Decían que ninguna unidad alemana se movía sin tener asegurado el apoyo aéreo. La clave Roja prometía información de primera mano sobre el modus operandi de los alemanes y sobre sus acciones concretas en cada momento.
Se disponía de varios meses de intercepciones de la red Roja y de algunos días determinados había cientos de mensajes. Se ordenaron los días por número de intercepciones y la maquinaria creada por Whelchman se puso a devorarlos a tiempo completo. Muy pronto, el túnel que unía el Cobertizo 6 con el 3 estaba lleno de mensajes en claro esperando traducción. Pero al descifrarlos se daban cuenta de que sólo interceptaban una fracción diminuta de los mensajes radiados en la red Roja. Si pudieran leerlos todos, podrían determinar todos los movimientos alemanes con precisión. “El otro lado de la colina” estaría a la vista.
Whelchman habló con Travis, pero éste tenía malas noticias. Las coordinación de las estaciones de intercepción estaba confiada a un comité, formado por los servicios de inteligencia de las tres armas, denominado Comité Y. Este comité destacaba por su inoperancia, ya que cada arma procuraba hacerse cargo del menor número de escuchas posibles. Cuando se descubrió que la red Roja “era una red aérea”, el ejército obligó al comité a reunirse y protestó enérgicamente. El trato era que cada arma interceptara mensajes de su contraparte alemana y por tanto era la aviación quien debía correr con los gastos de escuchar la red Roja. Pero sucedía que la aviación no tenía ninguna estación en funcionamiento, ya que la que tenía en Cheadle era en realidad un centro de comunicaciones y no dedicaba operador alguno a intercepciones. El comité decidió que Chatham dejara de interceptar la red Roja y urgió a la aviación para que empezara a trabajar.
Cuando Travis se lo contó, Whelchman montó en cólera. Contestó que quería que las expertas operadoras de Chatham siguieran trabajando en la red Roja. Travis le explicó que formalmente las escuchas las hacía cada servicio de inteligencia para sus propios fines, y que las entregaban a BP “por cortesía”, por lo que todo el asunto debía tratarse con mucho tacto. Pero Whelchman, y no digamos Knox, no pensaban ser corteses. A empujones obligaron a Travis a elevar la protesta hasta Menzies y éste logró que el comité se reuniera otra vez para decidir que Chatham seguiría con la Roja. El ejército avisó sin embargo que en caso que los alemanes atacaran Francia, cesarían las escuchas de mensajes de la aviación y se dedicarían las operadoras sólo a lecturas del ejército de tierra alemán. Esta decisión era una tontería, al igual que la repartición de las escuchas por armas, pero Menzies la aceptó, porque permitía seguir con Chatham de momento. La aviación aprovechó el trato para continuar con su política de no dedicar ni un operador a las escuchas.
Whelchman consiguió permiso de Travis para que Ellingworth visitara BP, devolviéndole la visita que él había hecho a Chatham dos meses atrás. Whelchman le mostró la sala donde varios grupos amontonaban hojas frenéticamente y le dijo que en poco tiempo hallarían la clave Roja de ese mismo día. Como la cosa se retrasaba, fueron a despachar a la oficina de Whelchman. Ahora que se podían descifrar los mensajes de Enigma, nuevos procedimientos tenían que ser establecidos. Trabajaron sobre el tema varias horas y sobre la una de la madrugada oyeron unos gritos de júbilo. Se había hallado la clave (ahora ya del día anterior) y ambos fueron corriendo para presenciar cómo eran descifrados los mensajes. Whelchman le dijo que con el desayuno, los oficiales de Estado Mayor recibirían los mensajes alemanes. Tan sólo 24 horas más tarde que los oficiales enemigos.
Una de las cosas que acordaron fue que la Sala de Intercepción tendría la potestad de determinar las prioridades en el envío del material a BP y que había un tipo (que posteriormente recibió el nombre de “Especiales de Whelchman”) que tendría prioridad total, y cuyo envío se saltaría todos los procedimientos. Al día siguiente, cuando Ellingworth se había ido, Whelchman estableció cuatro niveles más de prioridad en la comunicación entre el cobertizo 6 (recepción y descifrado) y el 3 (traducción y análisis). Las bandejas que pasaban a través del túnel sólo contendrían mensajes de la misma prioridad.
Whelchman y Travis estuvieron persiguiendo a Menzies para que instalara un sistema de tubos neumáticos que uniera todos los cobertizos, pero éste les dijo que no había presupuesto. Por ello se tuvo que seguir con el túnel entre el cobertizo 3 y el 6. Aunque Whelchman quería que las bandejas se pasaran mediante cuerdas atadas a ellas, los que trabajaban en las dos bocas acabaron hartos de líos y decidieron por su cuenta usar mangos de fregona para empujar las bandejas.
Enigma XXXI
Durante la Navidad, Rusia había invadido Finlandia, que había pertenecido al imperio de los zares y a la que Lenin había dado la independencia durante la guerra civil para quitarles un aliado a los Rusos Blancos. A pesar de la desproporción de fuerzas (de seis a uno), el ejército finlandés, ayudado por el clima ártico especialmente duro ese invierno, había detenido a los rusos e incluso contraatacaba localmente. Los franceses y los ingleses enviaron material militar a Finlandia, aunque en cantidades simbólicas, ya que ellos mismos esperaban un ataque alemán en cualquier momento. El ministro de Marina Churchill sugirió un desembarco en Noruega para bloquear la llegada de acero sueco a Alemania. Una gran parte de ese acero salía en barco de Narvik, más allá del Círculo Polar Ártico. Churchill propuso tomar el puerto y mantenerlo mientras se convencía a los noruegos que dejasen la neutralidad y se uniesen a Inglaterra y Francia. El gabinete de guerra rechazó la idea, porque Noruega era neutral y además no era prudente atacarla en mitad de la noche polar del invierno más frío del siglo. Era la típica idea de bombero de Churchill, contra la que todo el mundo estaba prevenido...
Mientras las Type X repiqueteaban alegremente, Turing volvió a su obsesión particular, la Enigma naval. Las comunicaciones de la Marina alemana estaban protegidas por una versión del método de Enigma que usaba tres ruedas adicionales entre las que escoger y además no utilizaba el procedimiento del doble indicador, sino uno mucho más complicado que invalidaba el método de las hojas de Zygalski. Los únicos que creían que era posible descifrar mensajes de la Marina alemana eran Birch y Turing, el primero por puro voluntarismo y el segundo porque había descubierto que descifrar la Enigma Naval era la única tarea en la que era su propio jefe.
Los polacos habían entregado en la reunión del bosque de Piry, en Julio de 1939, ocho mensajes cifrados, con sus correspondientes traducciones que databan de 1937. Los habían obtenido la misma semana en que la Marina alemana había abandonado el procedimiento estándar, que aún usaban la aviación y el ejército. Los primeros días se usó el nuevo procedimiento pero sin haber cambiado la clave y varias estaciones cometieron pequeños errores que permitieron descifrar esos ocho mensajes. Turing los había estudiado antes de Navidad y pudo postular el sistema de dígrafos que se usaba para cifrar los indicativos, así como un método tentativo para resolverlo. Calculó la capacidad de cálculo que haría falta para romper la clave y llegó a la conclusión de que sin la tabla de dígrafos estaba fuera del alcance de cualquier máquina imaginable.
La cuestión de la máquina era un tema recurrente en las conversaciones de Turing. Knox estaba fascinado y procuraba ayudarlo, aunque veía muy difícil encontrar un álgebra que resolviese los mensajes “sin tener que pensar”. Denniston era escéptico y le dijo a Turing que nunca podrían leer mensajes de la Enigma naval. Whelchman, que conocía perfectamente el trabajo de Turing antes de la guerra, se convirtió en un entusiasta en cuanto se enteró. Utilizó su ascendiente sobre Travis para conseguir que éste contactase con la fábrica BTM de calculadoras electromecánicas de Letchworth, que envió a su mejor ingeniero, Doc Keen.
Aunque Turing no era capaz de construir algo de esa complicación, sí que era capaz de describir los circuitos de forma que los que él llamaba “los electricistas” (ellos a sí mismos preferían llamarse ingenieros) pudieran comprenderlos. La idea original de Turing era crear unas Enigmas en las que la corriente no recorriese dos veces cada rueda, sino que hubiera dos juegos de ruedas, uno delante y otro detrás del reflector, convertido en una rueda más. De esta forma podían encadenarse varias Enigmas. Después fue evolucionando el concepto y pensó que podía poner las ruedas horizontales, con las conexiones en dirección al reflector en dos círculos concéntricos más exteriores, y las conexiones en dirección contraria en dos círculos concéntricos más interiores. Estas conexiones sobre la superfície del disco estaban en contacto con 4 juegos de 26 escobillas que conectaban cada rueda con la siguiente al modo que los huecos estaban conectados en Enigma.
La máquina completa consistiría en una serie de estas “Enigmas abiertas”. Cada una probaría la correspondencia entre una letra de criptotexto y la letra de la palabra probable que correspondiese a la posición, configurándolas con la distancia entre posiciones de las ocurrencias. Turing sabía que si se disponía de una palabra probable suficientemente larga, se podían caracterizar unos contactos entre pares de letras que serían propios de una sola secuencia de alfabetos. Si, por ejemplo, la R cifraba la T (y lo que es lo mismo, T a la R) varias veces en una parte del mensaje y en unas posiciones dadas, ello sólo sería compatible con un subconjunto determinado de los alfabetos consecutivos de una posición de las ruedas. Estas ocurrencias se llamaban cliks y eran usadas en el rodding. Si se construía una máquina que los probara todos, se obtendría la posición inicial y por tanto la clave. Basta con conectar las Enigmas de manera que se encienda una bombilla cuando la corriente pase por todas ellas. La bombilla se conecta a la salida de la J de la última y la corriente se introduce por el conector de la A en la primera. Escribió algunas páginas sobre esto y las añadió al documento sobre Enigma que iba elaborando sobre la marcha.
Así pues se trataba de hacer girar las ruedas muy deprisa y parar de golpe cuando se alcanzase una posición en la que se cumpliese la condición establecida. Turing había calculado la velocidad de giro ideal, ya que ésta era la que determinaba la longitud temporal de la prueba. Doc Keen escuchó esas velocidades estupefacto, ya que los actuadores que usaban en sus máquinas electromecánicas de cálculo no reaccionarían a tiempo y de hecho lo más probable es que no reaccionasen nunca, ya que la corriente llegaría a la bombilla sólo durante milésimas de segundo. Turing había calculado los tiempos exactamente y si las ruedas giraban más lento para dar tiempo a los actuadores a reaccionar en los casos positivos, la prueba duraría meses.
Doc Keen volvió a Letchworth con el convencimiento de que hacía falta algo revolucionario. Sólo había un dispositivo biestable capaz de conmutar a aquella velocidad y eran las válvulas de gas. Se trataba de una especie de bombillas sin filamento que contenían deuterio. En su interior había dos placas metálicas paralelas y muy cercanas, cada una conectada a una entrada. Se mantenía el gas a una temperatura alta mediante una resistencia y por un efecto termoiónico, en caso de que se diese voltaje a un cebador, la corriente pasaba entre las dos placas sin apenas resistencia. Se podían usar como actuadores a base de colocar el cable cuyo voltaje se quería comprobar conectado al cebador. En caso de que hubiera voltaje, la corriente pasaba por el circuito principal. Las válvulas reaccionaban de forma prácticamente instantánea, pero eran muy aparatosas y frágiles, además de desprender mucho calor y por tanto requerir mucha potencia para funcionar.
Estaban en fase de experimentación y sería una pesadilla diseñar circuitos eléctricos con ellas, puesto que todos los voltajes debían ser calculados cuidadosamente y los circuitos cargados de forma exacta. Por si fuera poco, las partes mecánicas (y sobre todo las escobillas de los conectores que tocaban a las ruedas) sufrirían un desgaste brutal a tanta velocidad. Por ello, lo más probable era que la máquina resultara un trasto, que se pasaría la mayor parte del tiempo averiada y en mantenimiento. Durante su estancia en BP, Doc Keen se dió cuenta de que la ingeniería militar tiene otras normas que la civil. En una situación normal, un aparato poco fiable es rechazado por los clientes que buscan otra solución. En cambio en la guerra muchas veces no hay más alternativa que intentar lo imposible cruzando los dedos. Todo el mundo sabía lo que significaba el bloqueo de las islas por los submarinos y Doc Keen no dejaría de explorar el límite de la tecnología si con eso podía ayudar.
Mientras los ingenieros de Letchworth cavilaban sobre cómo construir un prototipo, Turing generalizó el concepto para que no hicieran falta palabras probables tan largas como las que requería el primer diseño a base de cliks (que requería largas “frases probables”). Los contactos entre criptotexto y palabras probables determinaban ciclos, al igual que lo hacían los dobles indicadores que habían usado los polacos hasta que en 1938 se había cambiado el procedimiento de codificar las claves con la misma posición inicial. Con picardía y palabras probables se conseguía caracterizar ciclos muy complicados, cuya aparición sólo era compatible con muy pocas posiciones. Turing dibujó los circuitos variables que debían conectar las ruedas para que se pudiera programar cada sistema de ciclos que debía ser comprobado. Al principio llamó a su máquina ‘Enigma de Lechtworth’, pero a las versiones mejoradas las llamó Bomba, en homenaje a la máquina polaca (que trabajaba sólo con los indicadores).
Turing entregó a Travis el diseño final, junto con un memorándum en el que se decía que, incluso si se pudieran usar válvulas, para que su máquina funcionara, hacía falta conseguir el cableado de las tres ruedas de uso exclusivo naval. También ayudaría tener el máximo número de mensajes en claro, para tener palabras probables de las que se carecía casi completamente (sólo se tenían los ocho mensajes entregados por los polacos). Finalmente, si se deseaba que la máquina resolviese las claves en tiempos razonables para que la información fuese útil, haría falta la tabla de dígrafos de cada mes, que podría entonces ser simulada con circuitos a la entrada.
La Marina fue informada de la necesidad de capturas. Conseguir ese material no parecía tarea fácil ya que los alemanes lanzaban al agua todo lo que se refería a Enigma en cuanto tenían la mínima sospecha de que podía caer en manos inglesas. Disponían de unas bolsas lastradas a tal efecto y además los libros de códigos estaban escritos en una tinta extremadamente soluble, que se borraba con sólo mojarse un poco.
Enigma XXXII
El cobertizo 4 albergaba la Sección Naval, y el análisis de tráfico (la tarea que Whelchman había realizado al principio para las intercepciones supuestamente terrestres) lo realizaba allí Harry Hinsley. Hinsley era un estudiante de Historia sin graduar, y uno de los pocos en BP que tenía un origen humilde. Su padre era un minero galés, y si estaba en Cambridge estudiando Historia, era gracias a una beca que había ganado gracias a sus extraordinarias dotes.
El comienzo de la guerra lo había pillado nada menos que en Alemania como turista, ya que pensó acertadamente que era el último verano en que un inglés podría visitarla. Consiguió llegar a Suiza la madrugada del mismo 1 de Septiembre, poco antes de que se cerrara la frontera. Haciendo autoestop volvió a Cambridge, justo a tiempo para oir el discurso de declaración de guerra de Chamberlain. En Cambridge le dijeron que si seguía estudiando podía retrasar la incorporación a filas, algo que aceptó entusiasmado. Sin embargo, al cabo de un mes, el director de su facultad le llamó a su despacho, y al acudir encontró allí a un hombre que le fue presentado como “Alistair Denniston, que trabaja para el gobierno”...
Hinsley se incorporó al Cobertizo 4 bajo las órdenes de Phoebe Seniard, con quien congenió inmediatamente. Hinsley obtuvo del análisis de tráfico resultados espectaculares, gracias tanto a su extraordinaria intuición como al hecho de que -a diferencia del Whelchman- se integró desde su llegada en una organización que ya funcionaba perfectamente bajo la dirección de Birch. Hinsley determinó que la Marina alemana sólo tenía dos redes de comunicaciones, una para el Báltico y otra para el resto del mundo. Muchas intercepciones de la Marina incluían la dirección de la fuente y por ello mediante triangulación podía determinar el origen de las señales y hacerse una idea de lo que estaba pasando. Tenía una especie de sexto sentido, que le permitía relacionar hechos completamente separados para formar un cuadro general de la situación. Según él, esta habilidad la había desarrollado mediante el estudio de pergaminos medievales, cuando intentaba resolver problemas históricos a través de menciones de tercera mano en latín corrupto vertido en caligrafía carolingia. Nadie, ni él mismo, creía que con tan pocos datos sus conclusiones fueran nada más que especulaciones. Sólo era un civil de 20 años, que jamás había subido a un barco de guerra ni tenía la más remota idea de cómo se usaba.
Por otra parte, la batalla naval en curso era fundamentalmente una batalla antisubmarina y sobre submarinos Hinsley podía decir poco. Aparecían de pronto, hundían medio convoy de mercantes y desaparecían. Destruían los barcos ingleses a una velocidad que de prolongarse unos meses dejaría a Inglaterra aislada. Los almacenes ingleses de comida y materias primas ya estaban más bajos de lo prudente. Era una idea que daba escalofríos. Pero si los submarinos eran la principal amenaza, también eran la principal esperanza para conseguir capturas, ya que tenían mucha más tendencia a rendirse que los barcos de superficie, que tenían a gala dejarse hundir.
La vida de las tripulaciones de los submarinos alemanes que hacían el bloqueo de Inglaterra era muy dura y éstas estaban sometidas a un tremendo stress que las desgastaba en pocas semanas. Enfrentadas a las galernas del Atlántico Norte durante ese invierno particularmente infernal, los oficiales hacían largas guardias en la torreta abofeteados por vientos árticos huracanados mezclados con rocíones de agua helada, mientras la tripulación, hacinada en la claustrofóbica estrechez, languidecía debajo, aquejada de mareos descomunales provocados por la frecuente mar montañosa. Nadie estaba nunca seco y para ahorrar combustible sólo se conectaba la calefacción en caso de peligro de muerte por congelación.
El 7 de Febrero de 1940, el submarino U-33 al mando del capitán Dresky salía de Wilemhaven con una misión especial. Después de una semana en seco para recuperarse de dos meses de caza de mercantes (11 barcos hundidos) en las rutas al sur de Islandia, se les había comunicado que irían a minar el río Clyde, donde estaban los astilleros que habían reemplazado a Chatham con la llegada de los barcos de hierro.
Para llegar rodearon Escocia, sin saber si temer más a los ingleses o a aquellos mares encrespados por la cercanía de tierra. Después se internaron en el canal de Irlanda, más tranquilo pero lleno de patrullas enemigas. Finalmente, intentaron remontar el estuario aprovechando las mareas, para depositar las minas lo más arriba posible del rio.
El 12 de Febrero antes del alba, después de una noche en blanco esquivando sobre cartas bajíos y campos de minas, fueron localizados a dos millas de la costa por un barco inglés. El capitán Dresky, acostumbrado a navegar con miles de metros bajo la quilla, se sumergió demasiado rápido, chocó contra el fondo que estaba a sólo 30 metros y el submarino quedó clavado en el cieno.
Un motor se estropeó intentando salir y el agua empezó a entrar por algunas de las viejas heridas que había traído de los choques con mares embravecidos, abiertas de nuevo por la lluvia de cargas de profundidad. Dresky ordenó soltar todo el aire de golpe en los depósitos de lastre y salir a la superficie, pero sin aclarar si una vez allí había que abandonar el buque o hacer alguna acción evasiva. En el último momento ordenó poner en marcha las bombas de relojería que debían destruir el submarino, pero a continuación ordenó desactivarlas.
Cuando alcanzó la superficie, la tripulación había llegado a sus propias conclusiones y a los gritos del primer oficial, llamado Schilling, que todo el tiempo había querido evacuar, se precipitaron hacia la escalerilla y empezaron a salir en tropel por la torreta. Dresky ordenó activar los relojes otra vez y siguió la corriente humana hacia el exterior. Cuando estuvo fuera le dijeron que no estaban activados, por lo que ordenó al primer oficial que volviera abajo a hundir el submarino. Mientras discutían a gritos, la torreta estalló. Heridos y conmocionados, ambos se lanzaron al agua, donde les esperaba el resto de la tripulación. Ya en el agua, Schilling pidió tres hurras por el submarino y después se ahogó.
Los ingleses recogieron a los supervivientes. Uno de ellos se había desvanecido de hipotermia y fue atendido por un enfermero, que le quitó del bolsillo tres ruedas pequeñas que parecían engranajes de bicicleta. Según el procedimiento el marinero debía arrojarlas al agua, pero no lo había hecho. Dresky había roto una norma de Donitz, que obligaba a todos los submarinos que trabajaban en tareas de minado a dejar sus Enigmas en los puertos.
Cuando las ruedas llegaron a BP se vio que dos de ellas eran de las tres de uso exclusivo naval a las que nunca antes se había tenido acceso. Estalló un debate, ya que así como para la Enigma normal existía un departamento de decodificación completo (el cobertizo 6 al mando de Whelchman), para la Enigma Naval no se había establecido, puesto que Denniston había insistido en que era una tarea imposible, a la que no valía la pena dedicar recursos. Con dos de las tres ruedas en la mano, Denniston por fin estuvo de acuerdo. Birch quería que Turing dependiese de él, pero Knox consiguió convencer a Travis de que era mejor crear una nueva sección. Esta nueva sección sería el cobertizo 8, al que se asignó a Turing y a Twin, que quedaron bajo la laxa égida de Knox. Si conseguían descifrar algo se lo pasarían al cobertizo 4 de Birch, Senyard y Hinsley, siguiendo el modelo de los cobertizos 6 y 3.
Enigma XXXIII
El 8 de Abril Hinsley estaba muy nervioso. Hacía una semana que la actividad de radio de la red que él suponía que era la de la flota del Báltico, era desusadamente alta. A pesar de que no podía entender ni una palabra de los mensajes, había llegado a la conclusión de que los alemanes tramaban algo. Ese día en concreto el patrón había cambiado. Había menos comunicaciones pero más regulares, y un par de triangulaciones que había obtenido comparando mensajes con indicación goniométrica le indicaban que la fuente navegaba frente a la costa sur de Noruega. Espoleado por Phoebe Seniard, llamó al Almirantazgo mediante el teléfono de manivela para comunicar sus sospechas. Una voz muy amable le dejó explicarse, le dio las gracias y le colgó sin más. Hinsley se quedó con la sensación correcta de que no le habían dado ninguna importancia.
Ese día en el Almirantazgo estaban muy ocupados con otra cosa. Hacía unas semanas que finalmente el gabinete de Guerra había aceptado el plan del ministro de marina Churchill de lanzar una acción contra Narvik, junto con dos desembarcos más al sur para conquistar todo el norte de Noruega. La flota inglesa estaba a punto de partir con la fuerza expedicionaria a bordo...
Al día siguiente, cuando Lord Halifax, el ministro de asuntos exteriores, llegó a Whitehall para redactar un comunicado explicando a la prensa internacional las razones de lo que al fin y al cabo iba a ser una invasión inglesa de un pais neutral, se encontró con un mensaje del embajador noruego. Decía que durante toda la noche, una fuerza hostil de barcos se había abierto paso a cañonazos por el fiordo que conducía a Oslo. Aunque los fuertes costeros habían hundido varios buques, a esa hora estaba claro que no podrían detenerlos y la caída de la capital era inminente. Paracaidistas alemanes habían ocupado el aeropuerto, donde aún se luchaba. Tenía noticias de cuatro desembarcos más en cuatro puntos muy separados.
Los barcos que Hinsley había sospechado existían, y formaban una gran flota que estaba protegiendo el desembarco alemán. Los alemanes, con la misma sensibilidad estratégica de Churchill, se les habían adelantado y estaban invadiendo Noruega tres días antes de la fecha que éste había arrancado trabajosamente al Gabinete de Guerra, pero casi tres meses después de la que él proponía al principio.
Los alemanes estaban aplicando un plan completo de ocupación, larga y minuciosamente preparado. Mercantes y buques disfrazados se habían desplegado durante días como apoyo para la invasión. Era como un mecanismo de relojería, más exacto aún que el que había destruido Polonia. Cinco desembarcos simultáneos, como punto de partida a una serie de rápidos movimientos convergentes sobre objetivos ocupados previamente por paracaidistas, desarticularon cualquier acción defensiva del ejército noruego o de la fuerza inglesa, que apenas estaba desembarcando cuando los alemanes ya coronaban su plan.
Una brigada inglesa remontó el rio desde Andalsnes hacia Lillehammer, pero una fuerza alemana de tropas de montaña les derrotó completamente y tuvieron que retirarse maltrechos. Era la primera vez que ingleses y alemanes cruzaban las armas en tierra. El ministro de defensa noruego Quisling, que era un simpatizante nazi, se hizo nombrar primer ministro fraudulentamente y aunque el rey Hakon lo rechazó, su acción provocó el colapso del gobierno y un gran desorden en un momento crucial.
En BP el cobertizo 6 caracterizó una nueva red, a la que dio el color amarillo. Era la utilizada por las unidades que participaban en la invasión de Noruega. Desde el mismo momento del desembarco las operadoras de Chatham fueron captando cientos de mensajes, a medida que la sofisticada máquina de guerra alemana se desplegaba y las unidades se iban reportando una vez en tierra. Preparada para una guerra móvil a gran escala, todas sus comunicaciones se hacían por morse cifradas con Enigma. Aunque siempre con 24 horas de retraso por la laboriosidad del metodo de las hojas, la totalidad de los mensajes alemanes fue decodificada y pasó a través del dispositivo preparado por Whelchman, con la consiguiente satisfacción profesional de los participantes.
Pero, al igual que las intuiciones de Hinsley, esto no sirvió de nada. Si bien los procedimientos en los cobertizos 6 y 3 funcionaron a la perfección, sólo algunos miembros del estado mayor repararon en el arma que tenían entre manos.
Narvik era el objetivo principal, porque era la terminal del ferrocarril que transportaba el mineral de hierro de las minas suecas de Kiruna para ser embarcado hacia Alemania. En el estrecho fiordo se desarrolló una furiosa batalla naval de dos días, que terminó con ventaja inglesa aunque a un gran coste. El General Macksey, que había desembarcado durante la batalla naval, estaba apostado a las afueras del puerto sin decidirse a atacar. Churchill, que no tenía mando sobre él ya que pertenecía al ejército de tierra, le enviaba continuos mensajes ordenándole un ataque inmediato. Por los informes redactados en el cobertizo 3 que tenía en la mano, sólo un puñado de alemanes lo defendían, ya que la fuerza principal estaba más al Sur. Macksey contestaba que la situación no era propicia y Churchill no tenía forma ni de darle una orden directa ni de convencerle sin comprometer el secreto de Enigma.
En medio de la batalla, una pequeña acción pasó desapercibida para casi todo el mundo. El capitán del destructor inglés HMS Griffin -que patrullaba frente a Andalsnes- recibió un mensaje diciendo que un pesquero holandés había disparado un par de torpedos a otro destructor. Esto no era extraño, ya que los barcos alemanes de apoyo -incluyendo los buques tanque- se habían infiltrado por la costa noruega con los más variopintos disfraces. Cuando avistó al poco rato un pesquero holandés de nombre Polaris, pensó que era un poco extremado hundirlo a cañonazos sin comprobar su verdadera filiación. Manteniéndose en movimiento, sin acercarse, y con el pesquero en la mira de sus cañones, lanzó una lancha de abordaje para inspeccionarlo.
Al mando de la lancha estaba el teniente Alec Dennis, que indicaba la dirección a sus hombres cada vez que alcanzaban la cumbre de las olas, porque había mar de fondo y cuando estaban en los valles sólo veían las negras paredes salpicadas de espuma. Cuando ya estaban bastante cerca, desde una cresta especialmente alta, Dennis vió que el bote volcado de la cubierta era falso y ocultaba un cañón. Mediante el heliógrafo se lo indicó al barco, pero ellos continuaron remando hacia el Polaris. Unas cuantas crestas y valles más tarde estuvieron a su altura y Dennis y un par de marineros saltaron a bordo con las armas en la mano, aprovechando una ola tan alta que puso el bote más arriba que la cubierta. Dennis llevaba una pistola y al caer se le disparó. La tripulación, que no les había visto acercarse entre las olas, al oir el tiro perdió los nervios y salieron de todos sitios con las manos en alto. En una rápida inspección, Dennis vio tubos lanzatorpedos montados en cubierta. Dennis gritó que si hundían el barco les dejarían ahogarse y se dispuso a esperar la llegada del destructor, que se acercaba a toda máquina.
El capitan del Griffin ordenó que los tripulantes del pesquero fueran trasladados a bordo. Cuando iban a comenzar a izarlos, uno de ellos salió corriendo con dos enormes bolsas y las tiró al mar. Una se hundió inmediatamente, pero la otra quedó medio flotando. Un cañonero llamado Foord saltó desde la borda del destructor con una cuerda atada y se apoderó de la bolsa. Al tratar de izarlo, la cuerda de rompió y Foord se hundió con la bolsa. Al poco salió otra vez a la superficie y por increible que parezca aún la tenía asida. Trataron nuevamente de izarlo pero con una sola mano no podía sostener el cabo y cayó otra vez al revuelto mar. Todo el mundo pensó que no lo verían más, pero nuevamente apareció sosteniendo la bolsa. Foord logró mantenerse a flote y hacerse un lazo a la cintura para que lo subieran finalmente a bordo, extenuado y al borde del colapso hipotérmico. A pesar de todos estos trabajos por recuperarla, dentro de la bolsa sólo había “papeles”. El capitán del Griffin era un hombre de la vieja escuela y ordenó a Dennis que patroneara el Polaris hasta Scapa Flow con la bandera alemana en el mástil debajo de la bandera inglesa, tal como debe hacerse con los buques capturados.
Scapa Flow se había construido durante la Gran Guerra en el archipiélago de las islas Orkneys como base para controlar los accesos al Skagerrak. Hundiendo algunos barcos y tendiendo redes se había cerrado una amplia rada situada entre varios islotes. Su situación estrátegica era inmejorable y su profundo y amplio puerto permitía fondear a toda la flota dedicada a la protección de la Inglaterra metropolitana si el ataque venía -como era el caso en las guerras con Alemania- del Norte. Sin embargo desde el punto de vista de los marineros era el peor destino después de las Malvinas. Barracones de ínfima calidad, que apenas protegían de las inclemencias del tiempo sub-ártico, y una cantina de tercera hacían soñar a los que estaban destinados allí con el clima, los pubs y la compañía femenina de los puertos tradicionales de la marina, Portsmouth o Plymouth.
Dos días después de la captura del Polaris, John Godfries, oficial de inteligencia naval, paseaba arriba y abajo de los destartalados muelles esperando. Sabía lo que había en la bolsa y estaba impaciente por ponerle la mano encima. Un atronar de sirenas le hizo mirar hacia la bocana. Vio horrorizado como el pequeño Polaris entraba en la base mientras todos los otros barcos lo saludaban. Salió corriendo como un loco hacia el lugar en que estaba atracando y se encontró a un equipo de noticias filmando a Dennis y a los marineros que le acompañaban. Con ayuda de la policía militar y buenas palabras, confiscó la película y trasladó el barco a una esquina desierta. Ordenó a Dennis y a los otros mantener estricto silencio sobre la captura incluso con sus familiares más próximos. Los alemanes no debían saber que se había capturado el barco. Godfries lo registró otra vez. Estaba todo tirado por el suelo, ya que la tripulación que lo había traido se había dedicado a saquearlo para conseguir recuerdos. Encontró un par de hojas sueltas con mensajes de Enigma que envió junto con la bolsa a BP.
Al cabo de seis horas ésta reposaba abierta sobre la mesa de Turing y Twin en el cobertizo 8. A estos se había unido Alexander, el campeón de ajedrez, y los tres se lanzaron a estudiar el amasijo de papeles en completo desorden que contenía. Encontraron el libro de códigos y multitud de mensajes en claro y codificados, húmedos pero legibles. Con ellos Turing pudo confirmar sus inferencias y describir de forma segura el procedimiento usado en la Enigma naval.
Enigma XXXIV
En lugar de inventarse la clave -como en la Enigma terrestre- el operador debía buscar un grupo de tres letras en el libro de códigos del día, codificarlo con la Enigma en la posición inicial para ese día -que también sacaba del mismo libro- y usar el resultado como posición inicial para el mensaje. Para comunicar al receptor la clave usada, le aplicaba un cifrado mediante un sistema de dígrafos. Para hacerlo, del libro sacaba un nuevo grupo de tres letras y procedía a añadirle una letra de su invención. También le añadía una letra de su invención al primer grupo de tres letras y luego ponía los dos grupos de cuatro letras obtenidos uno encima del otro. Tomaba cada una de las columnas de dos letras y, con una tabla de sustitución de dígrafos que cambiaba cada mes, las iba sustituyendo. Finalmente, ponía los dos nuevos grupos de cuatro letras uno a continuación del otro y los transmitía en claro (o sea tal cual estaban, que tampoco podía decirse que fuera “en claro”)...
Poco antes Doc Keen y sus ingenieros habían instalado su máquina en el Cobertizo 1, que estaba vacío desde que la estación de radio se había desmontado, tras decidir que los alemanes podían localizar el lugar por goniometría y que sería más prudente ceñirse al teléfono y al telex. La máquina se había bautizado como Victoria y era un diseño muy ingenioso, que utilizaba para hacer girar los discos una tecnología adaptada de la que la BTM tenía para los carros del papel de sus calculadoras. Cuando hallaba un resultado positivo se detenía al instante, gracias a las válvulas de efecto termoiónico (tiatrones). Al final Doc Keen había situado verticalmente las ruedas de las 30 Enigmas abiertas que contenía, por lo que la máquina presentaba un frontal lleno de círculos. Hacía ruido de máquina de tricotar acelerada y efectivamente se encallaba, calentaba y estropeaba continuamente. A pesar de eso, era un hito de la ingeniería haber resuelto todos los problemas prácticos en sólo tres meses, a pesar de estar usando tecnología punta en la que había que aprender sobre la marcha.
Turing y Twinn la usaron para descifrar algunos mensajes interceptados en las fechas que cubría el libro, pero como no disponían de las tablas de dígrafos correspondientes no pudieron ir más lejos y descifrar mensajes interceptados en otras fechas. La máquina no iba muy bien, ya que daba cantidades ingentes de positivos porque los ciclos no caracterizaban una sola combinación de alfabetos sino cientos de ellas. Antes de empezar a pensar en cómo mejorarla enviaron un memorándum a Travis ,repitiendo las conclusiones de unas semanas atrás. Faltaba la tercera rueda y el libro de dígrafos de cada mes para que la máquina, mejorada o no, tuviera alguna utilidad.
El ministro de marina Churchill emitió nuevas órdenes aún más explícitas: “Si un submarino alemán emerge, debe impedirse a toda costa que la tripulación lo abandone para que así se vea obligada a desactivar las bombas de relojería que utilizan para destruirlos. Con este fin, debe amenazarse a los que se asomen a la torreta realizando disparos de intimidación con armas ligeras. En caso necesario debe dispararse a matar, para que permanezcan dentro hasta que el submarino sea abordado”.


El destino reparte las cartas,pero nosotros somos los que las jugamos.

-- William Shakespeare

¿A QUÉ PRECIO?

Durante todo el invierno, mientras la maquinaria de Whelchman deglutía los mensajes, Knox había examinado cuidadosamente la inmensa cantidad de información sobre el uso de Enigma que iba quedando a la vista. Estudiaba compulsivamente los procedimientos de la red Roja y las costumbres de los operadores. Su intención era buscar atajos que permitieran reducir al mínimo el tiempo de manipulación de las hojas. Acostumbrado a atisbar sombras, encontró en aquella avalancha de material en claro una infinidad de procedimientos que permitían descartar millones de casos de un solo golpe.
El principal problema del método de las hojas era que para cada posición de las ruedas existía un juego diferente, hasta un total de 60. Si con diez mensajes hembra había suficiente, resultaba que en promedio hacían falta 300 colocaciones (600 en el peor de los casos). Sabiendo la posición de las ruedas, sólo había que poner diez hojas del juego correspondiente a esa posición. Knox y Jefreys eran dos expertos en hallar el orden de las ruedas, puesto que se recordará que ésa es la primera fase del rodding. Disponían además de las hojas de Jeffreys, que permitían extender las inferencias sobre la rueda derecha hacia las otras más cómodamente que deduciéndolas cada vez. Cuando el rodding es realmente infernal es cuando no se está seguro de si la palabra probable utilizada es correcta, porque uno se rompe la cabeza intentando encajar algo que no sabe si debe encajar. Pero ahora ése ya no era el problema.
En Enero, Knox había descrito un procedimiento para encontrar palabras probables completamente seguras basado en el envío de mensajes multiparte. Para dificultar el descifrado, los alemanes evitaban enviar textos de más de 250 caracteres y por ello los que eran más largos se partían en trozos, que se enviaban consecutivamente en mensajes separados cada uno con su indicador. Knox descubrió que los operadores solían usar la posición en que quedaban las ruedas después de cifrar la primera parte como posición (que se enviaba en claro) para cifrar las tres letras que indicaban cómo se cifraría la segunda. Bastaba restar la longitud del primer mensaje de las tres letras para obtener la posición inicial del primero y utilizarla como “palabra probable”, ya que en este mensaje aparecía cifrada con la clave enviada en claro (pero enmascarada por la posición de anillo).
A medida que la primavera sucedía al invierno, encontró muchas otras formas de hallar “palabras probables”. Muchos operadores tenían tendencia a usar diagonales del teclado, palabras pronunciables o bien ponían HIT como posición inicial para teclear LER y enviarlo como clave del mensaje. Knox probaba de forma sistemática estas combinaciones guiándose por su intuición. Les ponía nombres pintorescos cuando las explicaba a los demás y así empezó a nacer una jerga compartida sólo por los criptoanalistas de BP.
La acumulación de mensajes empezó a permitir determinar palabras probables de forma aún más directa. Una vez identificado el mando superior de la unidad a la que pertenecía la estación de radio receptora, era fácil deducir palabras probables de las primeras frases, puesto que los alemanes empezaban sus mensajes con los títulos completos del receptor. Los pomposos títulos estaban formados por las larguísimas palabras compuestas características del idioma alemán, que eran un objetivo ideal para los ataques de Knox y su equipo. También solían usar mensajes enviados a horas fijas con textos repetitivos ,como por ejemplo mensajes con el texto “nada que reportar”. Estos mensajes absurdos, eran especialmente distinguibles a simple vista por su longitud fija y proporcionaban una “palabra probable” completamente segura. Para cuando la clave Amarilla empezó a operar en Noruega, Knox entregaba cada día el orden de las ruedas antes de que se hubieran acumulado suficientes “hembras” para comenzar con las hojas. A veces fallaba con la rueda lenta, pero siempre clavaba las otras dos.
Herivel, el antiguo alumno de Whelchman, era uno de los que amontonaba hojas y odiaba esa tarea con toda su alma, por lo que estaba empeñado en encontrar una alternativa. Cada noche, después de cenar, se tumbaba frente al fuego y pensaba sobre el problema. Knox le había explicado una de sus ocurrencias, que consistía en preguntar hacia qué lado gira un reloj. Herivel había contestado que hacia la derecha y Knox le contestó “Dices eso porque no eres el reloj. Él cree que hace girar las agujas hacia la izquierda.” Para Knox esto resumía su método y Herivel encontró una aplicación inesperada a esta extraña reflexión. Hizo un razonamiento que mezclaba la visión rigurosa de los matemáticos con el pensamiento lateral de los veteranos.
En lugar de concentrarse en los mensajes en sí, se imaginó al operador alemán sentado en su mesa a primera hora de la mañana. El procedimiento correcto era coger el libro y mirar qué ruedas debían usarse ese día. A continuación el operador debía colocar la configuración de anillo que también sacaba del libro, es decir hacer resbalar el neumático sobre la llanta hasta que un pequeño punto sobre la sujeción coincidiese con la letra sobre el neumático que le tocaba a cada rueda. Después debía colocar las ruedas en la máquina, ponerlas en una posición cualquiera que enviaría en claro y en esa posición codificar dos veces seguidas tres letras cualquiera. Finalmente debía codificar el mensaje usando las tres letras codificadas.
Antes de que Knox y Jeffreys empezaran a dar la posición de las ruedas reduciendo así drásticamente el número de pruebas, Herivel había estado dos meses siguiendo el riguroso procedimiento de análisis de las hojas. Aunque siempre había sentido el impulso de saltarse algún paso nunca había conseguido encontrar la forma. Sin embargo el operador alemán sí que podía saltarse algún paso si era un vago, si tenía prisa porque se había dormido o simplemente porque estaba bajo fuego enemigo y le costaba concentrarse. Una vez tenía las ruedas del día en la mano, lo más práctico era meterlas en la Enigma para no equivocarse después, y una vez colocadas configurar los anillos. Si lo hacía así, cuando hubiese terminado, lo más probable era que la señal sobre la sujeción, que era solidaria con la circuitería de la rueda, estuviese en la parte más alta de la rueda, ya que era donde el acceso era más fácil. Era una tentación mover un poco las ruedas para cubrir el expediente y usar esa posición para codificar la clave del mensaje.
Por tanto, el operador poco cuidadoso enviaba en claro una combinación de letras que se parecía a la configuración de anillo. Como todos los operadores usaban la misma configuración de anillo y la misma Posición Inicial, si varios de ellos movían poco las ruedas en el primer mensaje del día, habría una desviación estadística muy fuerte en favor de posiciones que cumpliesen esa norma. Si la primera rueda tenía una configuración de anillo digamos B (es decir, que el operador veía la marca sobre la sujeción al lado de la B y en lo más alto de la rueda) los operadores perezosos de esa red comenzarían con claves que en esa rueda tendrían Y,Z,A,B,C o letras cercanas a ésas. Los criptoanalistas leerían muchos primeros mensajes con esas letras. Este principio podía extenderse, ya que quizás para el segundo mensaje las movía otra vez solo un poco. Herivel se lo comentó a Whelchman que lo incorporó al procedimiento. Pero desgraciadamente este método tan ingenioso no funcionaba en absoluto. Cada día los métodos de Knox ofrecían el orden de las ruedas y las hojas descargaban el golpe fatal, antes de que el “consejo de Herivel” hubiese hallado la clave.
Enigma XXXV
A finales de Abril de 1940, los oficiales de inteligencia del Cobertizo Tres veían muchos días entrar, antes del desayuno, las bandejas repletas de mensajes en claro. Aunque no comprendían todo lo que decían los mensajes -porque estaban llenos de tecnicismos y abreviaturas- sí que podían ver claramente las principales maniobras previstas para el día por los alemanes. Los comandantes ingleses sobre el terreno en Noruega podían recibir esa información apenas ocho horas después que sus oponentes, aunque eso rara vez pasaba, puesto que el material estaba clasificado como alto secreto y por tanto su difusión era muy limitada. Tan sólo de tiempo en tiempo el alto mando les insinuaba cursos de acción basados en las comunicaciones que le llegaban del Cobertizo 3, intentando que se trasluciera su grado de seguridad sin revelarlo del todo. Sin embargo, estando en constante contacto con el enemigo que les perseguía y hostigaba, si recibían o no la información carecía de importancia. Sus opciones de actuar no dependían de conocer las intenciones de los alemanes (que estaban a la vista), sino de moverse rápido alejándose de ellos. Tan sólo Maksey recibía noticias contrarias a su intuición y por desgracia se negaba a creerlas...
El dia 26 de Abril el Ministro de Marina presentó un cambio de planes al gabinete de guerra. Era el momento de conceder la derrota en Noruega para evitar más pérdidas. Las dos columnas del sur se embarcarían inmediatamente y la que acechaba Narvik tomaría el puerto, dinamitándolo antes de embarcarse también. Mediante un enérgico repliegue, la fuerza que había intentado tomar Lillehamer se separó de los alemanes y embarcó el 1 de mayo de vuelta a Inglaterra. La de Namsos lo hizo al día siguiente también sin novedad. Ante las perentorias órdenes que le llegaban a todas horas, Maksey presionó un poco más sobre el puerto, pero no quiso enzarzarse con lo que él creía que era una defensa atrincherada y numerosa hasta que llegaran los refuerzos, que pedía insistentemente sin ningún éxito.
Tanto la clase política como los militares estaban horrorizados con el resultado de la aventura. Quienes conocían el detalle sabían que la marina inglesa había vencido a la alemana en todos los encuentros, pero que se habían perdido muchos más barcos de los que habría sido prudente. En tierra por el contrario las pérdidas eran pequeñas, pero esto se había conseguido a base de repliegues y retiradas veloces. Y aunque todo el mundo decía que Narvik estaba a punto de caer, nunca sucedía.
Chamberlain hacía declaraciones optimistas diciendo que “Hitler había perdido el tren de la guerra” por no haber atacado Francia al principio de la primavera. Los Conservadores se debatían entre la evidencia de que la guerra estaba siendo mal conducida, y la conciencia de que el responsable era un gobierno de su partido. Pronto, dentro del partido se formó una corriente anti-Chamberlain, aunque en el fondo todos pensaban que el principal responsable de Noruega no había sido Chamberlain sino Churchill, con otra de sus ideas que, como “Amberes” y “Los Dardanelos”, había tenido el resultado que todo el mundo menos él preveía de antemano. Se decía que si Chamberlain era demasiado pasivo, Churchill era demasiado temerario, por lo que el segundo tendía a provocar grandes catástrofes mientras que el primero evitaba la derrota buscando el mal menor.
La opinión pública no conocía los detalles, pero sabía que Noruega era una derrota.
Liberada del dilema sobre si Polonia valía una guerra, la parte abstracta del temor había desaparecido y mientras el miedo a que Inglaterra fuese realmente destruida había aumentado fuertemente. Guernica, Barcelona y Varsovia estaban en la mente de todos. Aunque los políticos decían que Churchill se había equivocado muchas veces, había acertado en que habría guerra, puesto que así lo había dicho desde 1930, cuando Hitler sólo dirigía el tercer partido de Alemania. Y puestos a hilar fino, Chamberlain se había equivocado siempre, puesto que en todas sus ruedas de prensa había anunciado que pasaría lo contrario de lo que al final pasaba, como en el grotesco episodio del papel donde había anunciado 20 años de paz un año antes de declarar la guerra.
Con estos vientos soplando entre los votantes la facción anti-Chamberlain ganó peso rápidamente. Lord Halifax, ministro de Asuntos Exteriores, y por ello uno de los artífices de la doctrina del “apaciguamiento” de Alemania mediante concesiones, comenzó a decir que esa política quizás había sido un error, contestando con silencios cuando le insinuaban que él sería un buen recambio para Chamberlain.
La oposición y los diputados conservadores que habían cambiado de caballo, forzaron una reunión del parlamento para hablar de Noruega. Chamberlain había hecho una rueda de prensa señalando que Narvik estaba a punto de caer y por ello aún no era el momento de evaluar el resultado de la campaña. Sólo había conseguido que aumentara el número de los diputados que pedían la sesión. El ambiente contra Chamberlain se encrespaba, porque ya era casi el único que no dudaba de que las cosas fuesen bien. El nombre de Halifax se empezó a dar por seguro.
El 7 de Mayo se reunió la Cámara para escuchar al gobierno. Cuando Chamberlain entró para ocupar su asiento, fue recibido con gritos de “¡Tú sí que has perdido el tren!”. Durante su intervención no cesaron ni un momento los pitos y las chanzas. Cuando terminó, le tocaba al jefe del grupo parlamentario mayoritario, es decir al líder de su propio partido. Éste subió al estrado y citó un antiguo discurso de Cromwell, pronunciado 300 años antes: “Ya has estado demasiado tiempo sin hacer nada bueno. Yo digo: véte, déjanos seguir sin ti. En el nombre de Dios, ¡véte!”, a lo cual la Cámara respondió con un atronador aplauso de varios minutos. Se suspendió la sesión hasta el día siguiente, en que hablarían los líderes de los otros dos partidos, el Laborista y el Liberal. También le tocaría hablar al Ministro de Marina.
Éste cenó con algunos amigos que le aconsejaron que se distanciara del primer ministro y lo atacara, porque si no se hundiría con él. Aunque nadie la nombró, en la cabeza de todos estaba la coincidencia con la anterior presencia de Churchill en el Ministerio de Marina. Una operación anfibia fracasada y un primer ministro a la búsqueda de un cabeza de turco. Otra vez todo se repetía como una especie de maldición. Noruega se uniría a la lista de desastres causados por él. Quizás fuera su última noche en el gobierno.
Al día siguiente abrió la sesión el líder de los laboristas, que pidió un voto de censura inmediato al gobierno por su nefasta conducción de la guerra y aseguró que éste carecía de apoyo parlamentario para continuar. Después habló Lloyd George, del partido Liberal, que había sido primer ministro al final de la Gran Guerra y en algunos de cuyos gobiernos había participado Churchill cuando era de ese partido. Dijo que la cuestión no era qué apoyo tenía Chamberlain en el parlamento, la cuestión era que debía dimitir de inmediato en lugar de intentar cargar la responsabilidad sobre Churchill como intentaba hacer. Al oírlo, Churchill se levantó y se declaró responsable de todo. Lloyd George terminó su intervención y Churchill subió al estrado en medio de una gran expectación.
En un largo discurso, evaluó concienzudamente las razones para la invasión de Noruega y justificó el retraso en su implementación en la necesidad de prepararlo bien, señalando que ése había sido el motivo de la derrota. Sobre los apoyos de Chamberlain dijo que “no sabía cuántos le quedaban pero que cuando todo iba bien había tenido desde luego muchos”. Acabó diciendo que la batalla por Narvik no había terminado, que las pérdidas habían sido pequeñas y que al fin y al cabo habían hostigado a los alemanes, que si no habrían conquistado Noruega aún más fácilmente. Impresionó la soltura con la que trataba los temas militares y el tono médico con el que hablaba de la guerra. Decía lo que había pasado con toda naturalidad y lo evaluaba sin ninguna pasión. Chamberlain en cambio había intentado pintar de rosa algo que era desde luego negro oscuro. Churchill volvió a su escaño en medio de aplausos dispersos y un reflexivo silencio mayoritario.
Hubo una votación en la que el gobierno sólo recibió 81 votos de los 200 que le habían apoyado en la investidura. Con tan escasa base parlamentaria, quedaba a merced de un voto de censura en cualquier momento. Muchos diputados se levantaron a cantar “Rule Britania”, como muestra de hostilidad hacia Chamberlain, que se retiró en medio de un tumulto de insultos y abucheos.
Chamberlain, agotado por la extrema tensión emocional pero con sus reflejos de político intactos, se hizo conducir al palacio de Buckinham por su chófer y solicitó permiso al rey para formar un gobierno de coalición. Le dijo al rey que después del desastroso resultado de la votación en el parlamento y de la rebelión masiva en sus filas, sólo un gobierno basado en el resto de partidos complementando sus votos incondicionales dentro del partido Conservador, podía sobrevivir a una moción de censura.
Por la mañana, confesó a uno de sus diputados amigos que no creía que los laboristas aceptaran y que quizás se vería obligado a dimitir. Ese mismo diputado comió más tarde con Churchill en un club y le dijo que Chamberlain no estaba seguro de poder seguir. Le dijo que con toda probabilidad se encargaría formar gobierno al ministro de Asuntos Exteriores, Lord Halifax, que sería más aceptable para los laboristas.
Esa mañana varios diputados habían hablado con Churchill. Le dijeron que él era un hombre de guerra y que era el candidato ideal para suceder a Chamberlain. También le habían dicho que el mainstream del partido Conservador jugaba la carta de Halifax, atacando a Churchill con saña. Decían que era un aventurero temerario amante de los grandes gestos y de la retórica pasada de moda. ¿Acaso no era mejor un caballero, un político serio y honesto que anteponía el interés del país a su amor propio? ¿De verdad querían que Inglaterra quedase en manos de un pendenciero que perseguiría a Hitler hasta el infierno con tal de demostrar que había tenido razón desde el principio?
Al salir del club, Churchill acudió al 10 de Downing Street donde Chamberlain había convocado una reunión de los tres: Churchill, Halifax y él mismo. Halifax acudía como futuro primer ministro y Churchill para decirle que le dejarían quedarse como ministro si prometía no entorpecer al nuevo gobierno, aún en el caso de que ese gobierno se viese obligado dirigir la guerra de una forma menos enérgica que la que él preconizaba.
Delante de los dos, Chamberlain llamó por teléfono a los laboristas para ver si podía salvarse en el último momento. Le dijeron que estaban reunidos en un congreso nacional del partido y que consultarían a las bases el tema de entrar en el gobierno. De todas formas y sin querer sustraer a la asamblea de compromisarios su capacidad de decisión, les parecía que la conclusión más probable era que sólo quisieran entrar en el gobierno en caso de que Chamberlain no fuera el primer ministro.
Chamberlain colgó y comunicó a los dos que la mayoría de la clase política prefería a Halifax y que se iba a ver al rey para decírselo. Halifax sin embargo le interrumpió diciéndole que él no podía ser primer ministro ya que no era diputado y por tanto le sería dificil dirigir una mayoría parlamentaria sin la cual el gobierno no podría sobrevivir. Dijo: “Winston es una mejor elección”. En palabras de Halifax en su diario, “(Churchill)...fue muy amable y educado, pero no dejó duda de que él también pensaba que esa era la mejor solución”. Desgraciadamente Halifax no consignó en su diario los verdaderos motivos de su extraño comportamiento, que ha sido objeto de especulación desde entonces.
Quizás pensó era mejor dejar formar gobierno a Churchill para poder sucederle cuando sus excentricidades le hiciesen fracasar. Era consciente de que la gente de la calle estaba atemorizada y harta de política de salón, presintiendo como presentían el peligro inminente. Para ellos, Churchill representaba la vieja Inglaterra que no se atemorizaba, la Inglaterra de Drake, Nelson y Wellington. En las fotografías de los periódicos aparecía con aspecto resuelto y en sus declaraciones públicas rezumaba seguridad en sí mismo y en el Imperio. Su gesto de cargar sobre sí toda la responsabilidad por Noruega demostraba un sentido de estado que contrastaba con las maniobras de los cenáculos aristocráticos que conspiraban contra él, agitando rencores por sus cambios de partido y su comportamiento plebeyo.
Esa noche Churchill por primera vez habló, aunque en su círculo más intimo, sobre la composición de un gobierno presidido por él. Pero Chamberlain no fue a ver al rey sino que se fue a la cama a darle vueltas a su dilema imposible: ¿Cómo dimitir sin causar la perdición de Inglaterra entregándola a un aventurero como Churchill?
Por la mañana le despertó el edecán con la noticia de que había fuertes combates en las fronteras belga y holandesa de Alemania. Chamberlain decidió al instante que no era día para cambiar de primer ministro.
Churchill ya llevaba dos horas levantado. A las seis se había reunido con el Ministro de la Guerra y el Ministro del Aire para decidir las medidas a tomar. Ambos, que no habían dormido ni una hora, quedaron impresionados por su estado de ánimo. Discutió enérgicamente sobre las diferentes alternativas mientras ordenaba un copioso desayuno que terminó con un enorme cigarro puro.
A las ocho se reunió el gabinete de guerra presidido por Chamberlain, que no dijo nada sobre dimitir y dio la palabra a los tres ministros militares para que hicieran un resumen de la situación. La noticia de que pensaba quedarse se extendió inmediatamente por la clase política con la consiguiente estupefacción general, que se tornó rápidamente en ira sobre todo entre las filas de su propio partido.
Chamberlain insistió a sus colaboradores en que no dimitiría en medio de aquella incertidumbre. A las once se reunió el gabinete de Guerra otra vez y decidió, a propuesta de Churchill, enviar un representante a Bélgica para evitar que los belgas desfallecieran, aunque esta vez él no se presentó voluntario. Parecía que jugaba con la repetición, estudiaba las pequeñas variaciones que podían ser signos del Destino, aunque sabía por experiencia que el Destino no hace signos, sino que golpea sin avisar.
A las cuatro de la tarde se reunió el gabinete por tercera vez. Los analistas habían conseguido dibujar un cuadro de la situación y los tintes eran muy oscuros. Paracaidistas alemanes controlaban todos los puntos estratégicos de Holanda y columnas blindadas avanzaban hacia ellos arrasando cualquier oposición. La aviación alemana era dueña del cielo y enjambres de aviones de ataque a tierra apoyaban el avance.
A media reunión se presentó un mensajero con un papel en el que se comunicaba que paracaidistas alemanes habían saltado y estaban tomando posiciones muy detrás de las líneas belgas. Se suscitó la cuestión de hasta que punto era posible que los alemanes tomaran el control mediante paracaidistas. Se comentó que era importante que el ejército inglés estuviera preparado para hacer frente a súbitos lanzamientos masivos de paracaidistas en cualquier lugar, aunque nadie atinó a sugerir cómo debían desplegarse las apenas tres divisiones que quedaban en la isla para hacer frente a una tal amenaza.
Al cabo de un rato llegó un segundo mensajero con una nota para Chamberlain, que éste leyó en voz alta. Era la respuesta del partido Laborista. Sus bases habían votado masivamente en contra de entrar en un gobierno presidido por Chamberlain, pero en cambio aceptaban a cualquier otro del partido Conservador.
Chamberlain por fin se rindió. Puso fin a la reunión, salió a la calle y se dirigió a palacio a presentar su dimisión al rey y recomendar, según la versión de este último, a Winston Churchill como primer ministro. Es probable que eso no sea verdad y que discutieran alternativas una vez que la primera opción de ambos, Halifax, se había autoexcluido. La cuestión es que no las encontraron y el rey mandó llamar a Churchill. Cuando Churchill entró en palacio, Jorge V le dijo: “Supongo que no sabe por qué le he llamado”, a lo que Churchill respondió con sorna: “No puedo ni imaginármelo”. El rey le puso la mano en el hombro y le pidió que formara gobierno.
Esa noche, cuando volvía al almirantazgo, donde vivía en su calidad de Ministro de Marina, el inspector W. H. Thomson, que era su guardaespaldas desde hacía diez años, iba sentado con él en el asiento de atrás. Thomson pensó que debía felicitarle y le dijo: “Sólo habría deseado que la responsabilidad que le ha llegado lo hubiera hecho en mejores circunstancias, porque ahora será una tarea enorme”. A Churchill se le llenaron los ojos de lágrimas y contestó con la voz entrecortada: “Sólo Dios sabe cuan enorme. Me temo que es demasiado tarde. Sólo cabe hacerlo lo mejor que podamos.”Así que ésa era la sorpresa del Destino. Por el desastre de los Dardanelos le habían echado, y por el desastre de Noruega le habían hecho Primer Ministro. Pero un Primer Ministro que debería hacer frente a trágicos y ominosos presagios, quizás incluso el de la destrucción de Inglaterra. ¿Cabía ironía más cruel?
Enigma XXXVI
El sábado once de Mayo de 1940, casi un millón de franceses e ingleses armados hasta los dientes avanzaban por una llanura cuyos toponímicos eran nombres de batallas. Algunas que habían luchado sus padres y tíos, pero otras mucho más antiguas, como la que lleva el nombre de un pueblo cercano al pequeño terraplén en el que Wellington esperó a Napoléon.
Por fin los belgas habían aceptado que el ejército aliado se desplegara en su país. El estado mayor francés procedió a ejecutar el Plan Dyle en su variante Breda, tal como tenía decidido desde el mes de noviembre anterior. Consistía en situar el dispositivo a lo largo del río Dyle, defendiendo el flanco derecho con el río Mosa y entregando el norte y el este de Bélgica, junto con Holanda, a los alemanes. Cuando éstos hubieran derrotado a los belgas, se encontrarían con casi todo el ejército francés, más el cuerpo expedicionario inglés, en orden de batalla apostados detrás del río...
A pesar de que la disposición de las tropas estaba perfectamente preparada y cada unidad recibió órdenes muy concretas sobre su lugar de despliegue, el movimiento masivo no había sido planificado y el ejército francés empezó a desintegrarse, por la diferencia de velocidad entre sus unidades mientras todas intentaban avanzar lo más rápido posible.
El alto mando francés no estaba preocupado, porque el canal Alberto, de 60 metros de ancho, corre 50 Km al norte del Dyle. Un fuerte inexpugnable, con paredes de diez metros de grosor y capaz de abrir fuego de artillería en todas direcciones, cubría la confluencia del canal con el Mosa. Los alemanes necesitarían una semana por lo menos para neutralizar el fuerte y poder dominar las dos orillas en aquel punto crucial.
Churchill dedicó la mañana a formar su gobierno de unidad nacional con ministros de los tres partidos. A Chamberlain le nombró Presidente del Consejo, para demostrar su voluntad de no ser revanchista. A los laboristas les dio los ministerios de Trabajo y de Abastecimientos porque confiaba en que sus relaciones con los sindicatos y su influencia en la clase obrera les permitiría poner en marcha el esfuerzo sobrehumano que hacía falta para contrarrestar el monstruo industrial volcado a la guerra que era la Alemania nazi.
Se nombró a sí mismo ministro de la Guerra, con un rango más alto que un ministro normal. Así que los ministros de cada arma, y a través de ellos todos los generales, dependían del Churchill Ministro de la Guerra y éste sólo respondía ante el Churchill Primer Ministro. Se habían acabado las discusiones con generales incompetentes y pomposos; ya no haría falta convencerlos de cosas evidentes, sino que bastaría con dar órdenes con contundencia.
Por la tarde llegó la noticia de que paracaidistas alemanes, con planeadores que aterrizaban en cualquier lugar, habían tomado el famoso fuerte inexpugnable (aterrizando en el techo), así como varios puentes sobre el canal Alberto, cuyas dos orillas estaban ahora en sus manos. La palabra “paracaidistas” causaba escalofríos en Londres y los “planeadores que aterrizaban en cualquier lugar” eran lo que faltaba.
El Domingo doce los franceses (casi con el enemigo a la vista, puesto que éste había hecho en un día lo que hubiera debido costarle una semana) consiguieron crear una línea continua con el Dyle como defensa. Aunque había un poco de desorden podía decirse que empezaban a estar preparados para la batalla que se avecinaba. La parte más dificil, el despliegue rápido a tanta distancia, se había ejecutado razonablemente, aunque el enemigo estaba mucho más cerca de lo previsto. El ejército belga en el norte se colapsó y sus restos cruzaron a toda prisa por los puentes aún en sus manos para unirse a franceses e ingleses tras el río. Los alemanes se dejaron ver pero no intentaron cruzar. En la orilla opuesta, les esperaba una miríada de armas cargadas y armadas, listas para la batalla decisiva.
Por la noche llegaron a Londres noticias sorprendentes. Hacia las cuatro de la tarde un solitario avión de reconocimiento inglés que vigilaba una zona sin ninguna actividad bélica en el vértice sureste de Bélgica, había visto algo raro y se había acercado para fotografiarlo. Era una gran zona de colinas boscosas que el plan Dyle abandonaba a los alemanes, ya que la defensa se colocaba en el Mosa. Churchill había señalado a los generales franceses dos meses atrás esa zona de colinas como el lugar idóneo para infiltrar un ejército y atacar el Mosa por sorpresa. Al fin y al cabo, en bosques se habían escondido ejércitos desde que se tenía memoria. Los generales se rieron afectuosamente de las ideas de un amateur opinando con tanta ingenuidad. “Un ejército moderno tardaría semanas en cruzar esos bosques y los tanques nunca podrían pasar”. Cuando se revelaron las fotografías mostraron, a través de las copas de los árboles, cientos de tanques avanzando por las pequeñas carreteras rurales.
Cuando llamó para pedir explicaciones, los franceses tranquilizaron nuevamente a Churchill sobre aquel extraño movimiento. Le dijeron que aquello era un amago y que el golpe principal vendría en el lugar previsto. En cualquier caso, el Mosa en ese tramo es ancho, profundo y con altas orillas. Los alemanes no podrían cruzarlo con los tanques franceses esperándoles al otro lado. Eso era un faux pas, le dijeron.
Churchill llamó a Menzies, para preguntarle por qué no se recibía nada de BP. Era imprescindible que averiguaran qué planeaban los alemanes. Menzies le dijo que la fuente había dejado de manar súbitamente. Los alemanes habían cambiado el procedimiento poco antes del ataque a Holanda y sus mensajes ahora eran inmunes a los criptoanalistas ingleses. Los “dones” estaban estudiando el problema. Sólo tenía mensajes de la red Amarilla, que decían que una gran fuerza alemana se dirigía a reforzar Narvik, donde Maksey seguía al acecho tratando de asegurar el golpe.
Efectivamente; el cobertizo 6 se había quedado atascado el viernes. No hubo forma de encontrar la clave de la red Roja para ese día, a diferencia de lo que había estado pasando durante casi cuatro meses en que se hallaba sistemáticamente. Los alemanes habían eliminado el sistema del doble indicador y ahora enviaban los mensajes con la posición inicial sin repetir. Después de casi diez años de hacerlo mal, habían corregido el error y el largo camino empezado por los polacos en 1932 terminaba allí. Churchill acogió las noticias sobre el fin del sueño en BP como un mal augurio. Sabía por experiencia que en la guerra cuando las cosas empiezan a ir mal, rara vez cambian de dirección.
Enigma XXXVII
El Lunes trece de Mayo se reunía el parlamento para escuchar al nuevo Primer Ministro, que presentaría su gobierno. Como era un gobierno de todos los partidos, en principio no se realizaría votación de investidura, porque se asumiría que todos los diputados apoyaban la decisión de sus respectivas direcciones. Los enemigos de Churchill habían calentado el ambiente y todo el mundo esperaba una versión alargada hasta la náusea del discurso de Enrique V en Azincourt.
Churchill subió al estrado con la actitud grave pero resuelta que empezaba a ser su marca de fábrica. Dijo que aún no se había hecho cargo de la situación exacta, pero que quería hacer una declaración.
Si me preguntáis ¿cuál es tu política? os diré ¡guerra!, la guerra por tierra mar y aire contra la tiranía más negra de todo el largo y sombrío catálogo de la infamia humana. Si me preguntáis ¿cuál es tu objetivo? os diré ¡victoria!, la victoria a cualquier coste, a pesar del terror y por largo que sea el camino, porque sin victoria no hay supervivencia. Me creo en el derecho de pedir la ayuda de todos y os digo ‘venid conmigo, vayamos adelante con la fuerza de nuestra unidad.
Aunque los recalcitrantes señalaron con disgusto el tono lírico, el resto de la cámara apreció la brevedad y contundencia, que fueron premiadas con un aplauso moderado...
El martes 14 por la mañana muchos de los centenares de tanques que habían sido vistos en los bosques el Domingo ahora estaban en el lado francés del Mosa. Habían cruzado sobre un puente de barcas que habían construido bajo el fuego francés, después de tomar unas pequeñas áreas en la orilla enemiga mediante lanchas neumáticas. Mientras se intentaba reducir estas áreas, un poco más al norte otro ataque había asegurado un puente y se estaban construyendo varios más. Allí el cruce se había hecho por la mera fuerza del número y se calculaba que algunas unidades alemanas habían sufrido bajas del 70% sin dispersarse. No era sólo un ejército numeroso y bien armado, sino también fanático hasta el suicidio.
Varias oleadas de bombarderos ingleses y franceses no sólo no habían podido destruir los puentes, sino que ni siquiera habían reducido el tráfico a través del río, sufriendo además terribles pérdidas. Así se entabló la primera batalla de tanques de la historia, cuando cayeron sobre los alemanes que acababan de cruzar, varias divisiones blindadas francesas dotadas de los monstruosos Renault, el carro más poderoso de su época. A pesar de su formidable blindaje y sus potentes bocas no pudieron con las nubes de rápidos Panzer IV, que los acribillaban desde todas direcciones, con su característica táctica en la que unos se movían mientras otros disparaban, moviéndose como un pelotón de infantería ligera. Si los carros franceses hubieran actuado todos juntos habrían tenido una buena oportunidad, pero atacaron dispersos a la manera antigua, en un frente de 30 Km y mezclados con la infantería, que los abandonó en seguida, inerme en aquel choque de metal contra metal en campo abierto.
Los alemanes limpiaron la zona, la ensancharon y por la tarde disponían de 80 Km de río con nuevos puentes recién construidos para organizar el cruce del resto de las dos divisiones acorazadas. Una vez destruidas las divisiones francesas ya no tenían enemigo delante, puesto que el grueso de los franceses seguía en el Dyle, muy al noroeste. La inspección aérea a gran altura reveló que otras cinco divisiones acorazadas habían aparecido desde las colinas y esperaban para cruzar, completando aquella terrorífica ala izquierda alemana apoyada desde el aire por más de mil aviones de bombardeo en picado. Todo había sido efectivamente un truco alemán, pero el ataque de diversión había sido la invasión de Bélgica y Holanda, no esos tanques que eran en realidad el esfuerzo principal.
Por la tarde el primer ministro francés, Reynaud, llamó a Churchill para decirle que los alemanes preparaban una ofensiva contra París y reclamando más ayuda. Éste le contestó que lo estudiaría. Aunque no dijo nada, no creía que los tanques fueran hacia París, lo cual a su juicio profesional habría sido un mal menor.
Después de anochecer llegó la noticia de que Holanda se había rendido, porque los alemanes estaban demoliendo Rotterdam con un bombardeo masivo que no cesó a pesar de la rendición. Hitler quería enseñar las consecuencias de oponerse a sus designios. “Bombardeo masivo” se unió a “paracaidistas” y “planeadores” en la lista de palabras ominosas que se discutían en voz baja en los círculos militares británicos. BP seguía mudo y el mundo se estaba derrumbando sobre la cabeza de Churchill.
No pudo dormir mucho, porque a las seis le llamó otra vez Reynaud exigiéndole que protegiera Paris. Churchill le dijo que el impulso alemán perdería fuerza y que se prepararan para contraatacar en cuanto el enemigo flaqueara. Eso había hecho Foch en el Marne y eso debían hacer ellos. Esta idea era un talismán para Churchill, puesto que esa sencilla norma le había permitido profetizar el fracaso de las dos ofensivas críticas de los alemanes durante la Gran Guerra: la de apertura en 1914 y la que precedió al colapso en 1918. Le dijo a Reynaud que incluso con muy poca resistencia enemiga un ejército moderno no puede recorrer grandes distancias sin desorganizarse, por lo que existe una oportunidad para el defensor si ataca justo cuando ese efecto es más grande. Pero aunque al día siguiente no se registraron avances alemanes, tampoco hubo contraataque francés, simplemente porque no había nada con lo que contraatacar. En París todo el mundo daba por hecho que la ciudad estaba a punto de caer y los ministerios empezaron a quemar los archivos, mientras el gobierno francés se preparaba para huir.
Ese mismo Jueves 16 de Mayo de 1940, Churchill, siguiendo sus viejos instintos, se presentó en París a poner orden. Se reunió con Reynaud, el ministro de defensa Daladier y el general Gamelin. Estaban destrozados y Gamelin, a quien Reynaud consideraba un imbécil, insistía en que no podía defender París. Churchill le dijo que atacara en dirección a los puentes del Mosa con el pequeño ejército que estaba reuniendo trayendo soldados de toda Francia. Pero Gamelin tenía otro plan mucho menos agresivo. Quería formar una línea para proteger París, y además había dado la orden de que el grueso del ejército que estaba en Bélgica se replegase. Según él, ahora Inglaterra debía enviar el resto de su fuerza aérea a Francia para proteger la maniobra. Churchill no tenía la menor intención de hacer tal cosa y se lo hizo saber con buenas palabras.
Esa noche durmió en la embajada y por la mañana preguntó por qué el césped que veía desde su ventana estaba lleno de grandes manchas negras. “Hemos quemado los archivos”, contestó un empleado, “¿Y hacía falta destrozar el césped para eso?”, replicó Churchill. Desde el cuartel general llegaron “buenas” noticias que le llenaron de aprensión. Las siete divisiones acorazadas que habían cruzado el Mosa no se dirigían a París, sino que habían girado hacia el Oeste, es decir, hacia el mar.
Cuando volvió a Londres estaba muy deprimido. En el avión, dijo a sus colaboradores más cercanos que los franceses durarían menos de lo que habían durado los polacos. El Domingo por la noche, a sugerencia de Chamberlain, se dirigió por radio a toda la nación. Evocó la triste suerte de los austríacos, los checos, los polacos, los noruegos, los daneses, los holandeses y los belgas, sobre los que había caído “la más negra noche de la barbarie, que no estará alumbrada ni siquiera por la estrella de la esperanza, a menos que prevalezcamos como debemos prevalecer y como en efecto prevaleceremos”. Dijo que tenía plena confianza en el ejército francés y que los franceses le habían prometido que lucharían hasta el final, “fuese este amargo o glorioso”. Aunque en los círculos informados de Londres todo el mundo sabía que había mentido, la mayoría de la gente acogió el discurso con alivio. El país entero se acostó con la sensación de estar ante desafíos casi sobrehumanos, pero con grandes posibilidades de triunfar.
El Lunes ya no hacía falta descifrar nada para saber hacia dónde se dirigían las siete divisiones acorazadas. Estaban envolviendo a los ejércitos aliados. Una bolsa tan enorme que daba vértigo, en la que iban a quedar atrapados 250.000 ingleses que ahora corrían hacia el Sur en medio de los ejércitos franceses que se estaban desintegrando otra vez, como una semana antes cuando recorrieron la llanura a la misma velocidad pero en dirección contraria. Durante un día y una noche los nombres de las ciudades francesas tomadas por los tanques alemanes iban llegando como las campanadas de un funeral: Cambrai, Arras, Amiens, Abbebille... cada una más cerca del mar que la anterior. Coordinados mediante el uso masivo de la radio, y sin depender para moverse de las piernas de sus soldados, los alemanes ni se desorganizaban, ni se detenían.
El martes por la mañana, mientras los alemanes llegaban al mar y giraban hacia el norte para ocupar los puertos accesibles a la fuerza aliada, los tanques Matilda ingleses se lanzaron contra Arras. Parecía una buena idea, ya que la vanguardia alemana ahora estaba muy lejos hacia el oeste, pero fueron rechazados con energía y contundencia. Un brazo de acero separaba Francia de los ejércitos aliados, en un abrazo que se estaba cerrando.
El miércoles Churchill volvió a volar a París y le dijo al nuevo comandante francés, Weygand, que debía atacar inmediatamente hacia el norte para romper el cerco. Éste le mostró un ambicioso plan en el que los ejércitos franceses cercados atacaban hacia el sureste la franja alemana de sólo 30 Km de ancho, a la vez que el pequeño ejército que había reunido atacaba hacia el norte en el mismo punto. Era un plan muy aparente, pero en realidad no había forma de conseguir aquel nivel de coordinación a un escala tan grande.
El ejército francés se estaba desintegrando después de los dos largos desplazamientos que había hecho. Si el primero había culminado en un cierto desorden, el segundo estaba creando el caos. Era quimérico imaginar que de pronto pudiera realizar una tercera maniobra, como era convertir el repliegue hacia el sur en un ataque hacia el sureste. El único movimiento del plan que se ejecutó fue el ataque furioso de un grupo compacto de tanques franceses desde el sur, que acabó destrozado por los Panzer IV. Lo había dirigido un vociferante general nombrado por teléfono el día anterior llamado De Gaulle, que había estado afirmando que si se le daba el mando de todos los tanques franceses se abriría paso, porque él sabía luchar a la manera de los alemanes.
Mientras en el Continente se adivinaba la debacle acercándose, el Miercóles por la tarde en el Cobertizo 6 se oían los alegres hurras de los criptoanalistas que vitoreaban a Knox. Usando su método de hallar “palabras probables” en mensajes multiparte y usando éstas para hacer rodding y averiguar el orden de las ruedas, había limitado las posibilidades para la clave del Lunes anterior a apenas unas docenas, que se habían probado todas hasta hallar la correcta. No es que lo hubiese descifrado mediante rodding, sino que apoyándose en el método había deducido de las desviaciones del patrón aleatorio de los operadores una serie de conclusiones provisionales que combinadas entre sí le habían permitido hacer una lista corta de claves posibles.
Menzies se reunió con Denniston, Knox y Whelchman para estudiar la situación. Concluyeron que aunque el método de los dobles indicadores estaba finiquitado, la cantidad de información sobre la red Roja de que disponían, unida a la práctica y habilidad de sus criptoanalistas les permitiría romperla casi todos los días, aunque quizás se habían terminado las entregas a la hora del desayuno y habría que esperar a la hora de la cena. El “consejo de Herivel” había sido contrastado con los archivos y se había revelado como un método seguro que, combinado con la habilidad de Knox y un poco de fuerza bruta final, permitiría seguir leyendo la clave Roja. Efectivamente pronto empezaron a caer las claves de los días de Mayo que había durado el apagón, y el túnel entre los cobertizos 6 y 3 se llenó otra vez de bandejas.
Por desgracia y tal como había sucedido en Noruega, las intenciones alemanas ya no eran un secreto. Bastaba leer los reportes de la unidades sobre el terreno. El viernes 24, mientras los informes del Cobertizo 6 volvían a llegar con regularidad a Whitehall, las dos divisiones alemanas que seguían en movimiento, ya que las otras cinco se habían estacionado a lo largo del brazo, barrían la costa hacia el norte, amenazando con separar a los ingleses del mar. El problema ya no era saber qué hacían los alemanes, sino cómo oponerse.
Ese mismo Viernes sucedió algo muy extraño, puesto que Hitler envió un mensaje a sus tropas en Francia sin utilizar cifra alguna. Les decía que se detuvieran inmediatamente.
Hacía varios días que los generales sobre el terreno, Rommel y Guderian, desobedecían órdenes de ir más despacio. Preocupados ahora ellos mismos por la enormidad de longitud que tenían sus líneas de abastecimiento, que discurrían por la estrecha franja de 30x400 Km que habían creado, pidieron detenerse. El alto estado mayor alemán pensó que si alguien que había estado avanzando sin permiso pedía detenerse, era porque había un motivo. Rommel y Guderian habían recorrido 400 Km en combate en apenas una semana, cruzando Francia a lo ancho después de haber realizado dos cosas “imposibles” más: cruzar los bosques de las Ardenas en un solo día y el Mosa en una sola noche. Los alemanes lo habían radiado en claro para sacar ventaja de algo que debían hacer igualmente. Ése fue el análisis del Cobertizo 3, pero en Londres algunos dijeron que Hitler realmente quería negociar y la idea quedó flotando, con toda su dulce repugnancia a la vista.
Enigma XXXVIII
Churchill fue a ver al rey. Le dijo que estaba a punto de suceder un gran desastre y que el destino le había puesto en la situación de tener que decidir su naturaleza. O bien un cuarto de millón de ingleses se rendían a los alemanes o bien eran exterminados. En cualquier caso Inglaterra quedaría inerme y sin suficientes soldados para defenderse. Finalmente, le comunicó que algunos miembros del gabinete eran partidarios de preguntar a Hitler, a través de Mussolini, cuáles serían las condiciones para un armisticio, pero que él jamás aceptaría eso mientras fuese primer ministro. Volviendo a sus habitaciones en el Almirantazgo vio cómo se instalaban puestos de ametralladoras y sacos terreros en toda la zona de Whitehall. La opinión pública estaba inquieta porque veía que los franceses se tambaleaban y estos puestos no incrementaban el optimismo...
El sábado, a primera hora de la tarde, Lord Halifax, Ministro de Asuntos Exteriores, se reunió por iniciativa propia con el embajador italiano. Mussolini había intentado sacar ventaja de la guerra sin participar en ella, a base de pedir que le entregaran los puertos de la orilla Dálmata del Adriático como condición para mantenerse neutral. En la reunión, Halifax le preguntó al embajador italiano qué quería para no invadir Francia desde el sur. En lugar de pedirle Trieste como de costumbre, esta vez el embajador italiano tenía nuevas ideas. Le dijo que las circunstancias habían cambiado y que ahora tenían un tratado con Alemania, por lo que ya no podían negociar solos. Dijo que en cualquier tratado futuro entre Italia e Inglaterra habría que contar con Alemania como parte integrante del mismo. Halifax aceptó que Inglaterra estaría dispuesta a negociar un “tratado amplio”, sin descartar explícitamente una paz inmediata con Alemania.
Poco después, en París, se reunía el Comité de Guerra francés con asistencia del presidente Lebrun, el primer ministro Reynaud, el general Weygand y varios ministros, entre los que se encontraba el general Petain, el hombre que durante la Gran Guerra había conseguido que los ejércitos franceses no se retiraran de Verdún a base de fusilar a miles de soldados propios. El ambiente era muy sombrío y todo el mundo estuvo de acuerdo en que se habían hecho muchas cosas mal y ahora estaban derrotados. Algunos dijeron que la culpa era de haber seguido a los ingleses, poniéndose de esa manera por el asunto de Polonia, que al fin y al cabo no era tan importante. Ahora los ingleses se irían a su isla y los franceses tendrían que enfrentar solos a los alemanes. Quizás era la hora de negociar un buen trato, a pesar de que les habían dicho a los ingleses que nunca buscarían una paz separada.
El Domingo a las 9 de la mañana Churchill reunió el gabinete de guerra para analizar los informes que llegaban de París. Los belgas estaban a punto de rendirse, lo que no era extraño puesto que su ejército estaba destruido y apenas sí resistían algunas unidades mezcladas con franceses e ingleses dentro del cerco. Pero lo peor era que los franceses también estaban a punto de rendirse.
En la reunión, Halifax hizo un largo discurso en el que planteó que el objetivo tenía que ser restablecer la situación de preguerra y que si esto podía conseguirse sin una larga lucha había que pensarlo. A continuación explicó su conversación del día anterior con el embajador italiano. Churchill replicó en términos vagos que no podía aceptarse la hegemonía alemana, aunque no quiso seguir insistiendo porque veía que en el gabinete de guerra había muchas dudas y algunos consideraban que Halifax insinuaba cosas muy razonables. Él mismo dudaba, porque no estaba seguro de que la ética de un oficial de caballería del siglo XIX fuera conveniente para dirigir el Imperio.
Después de la reunión, Churchill y Chamberlain comieron con Reynaud, que se había presentado en Londres para decirles que los franceses estaban derrotados sin esperanza. Churchill le contestó que tenían que seguir luchando, pero que en cualquier caso los ingleses seguirían solos “hasta el final”.
A las dos se reunió el gabinete de guerra otra vez y Halifax no perdió tiempo, lanzando otra perorata sobre el mismo tema que la de la mañana, pero terminando con una pregunta a Churchill: “Si fuera posible un trato que preservara el Imperio y los asuntos vitales para la nación ¿estaría dispuesto a discutirlo?”. Churchill no se atrevió a decir que no y aceptó que podrían existir circunstancias en las que Inglaterra pudiera aceptar una paz que incluyera pérdidas de territorios, siempre que no afectaran a su “fuerza vital”. Había comentado en público la idea de devolver a Alemania sus colonias en ultramar, anexionadas por Inglaterra y Francia después de la rendición en la Gran Guerra.
Por la noche, Churchill reunió otra vez al Gabinete de Guerra. Empezó diciendo que no era aceptable pedir a Mussolini que solicitara a Hitler que tratara bien a los ingleses, y eso era a su parecer la idea francesa. Halifax tomó el guante y contestó que no veía ningún peligro en pedir a Mussolini que sondeara a Hitler. Chamberlain opinó que el tema era dificil y que ambos podían tener razón, pero que lo que estaba claro era que en caso de negociar era mejor hacerlo solos, sin Francia. Viniendo de un hombre que había vendido a los checos nadie dudaba de cuál era su plan. Churchill intentó terminar la discusión diciendo que lo mejor era no decidir nada y esperar el desenlace de la batalla en curso. Lo más probable era que terminase en catástrofe, pero en la guerra nunca hay que dar nada por descontado. Halifax no estaba de acuerdo y presentó un documento con una estrategia de negociación con Alemania a través de Italia, que no llegó a votarse por la oposición de Chamberlain.
Churchill notaba cómo la desconfianza hacia él crecía no sólo en el gabinete de Guerra sino en todo el país. Sólo hacía catorce días que era primer ministro y habían sido los catorce días más catastróficos de la historia de Inglaterra. Había afirmado ante todo el país que Francia resistiría, y tan sólo una semana después su rendición era inminente. ¿Por qué no negociar? ¿Quizás sólo para demostrar que había tenido razón desde el principio?. Churchill se tambaleaba internamente. Una vez liquidados los ejércitos cercados, los alemanes podían estar listos en cuestión de días para dar el salto. El riesgo crecía por momentos y la opinión pública ahora estaba extremadamente preocupada.
Esa noche no cenó apenas porque se sentía enfermo y se acostó temprano. Por la tarde le habían dicho que Gort, comandante de los ejércitos ingleses cercados, había decidido dejar de coordinarse con los franceses y se encaminaba hacia Calais y Dunkerke a toda velocidad. Decía no saber qué iba a hacer al llegar; quizás fuera posible organizar un perímetro abastecido por la Marina. Lo que estaba claro es que nadie estaba siguiendo las órdenes de Weygand, y que los ejércitos franceses estaban siendo destruidos por la aviación alemana y su propia falta de costumbre para la guerra de movimiento.
Por su parte Hitler, en un mensaje descifrado por BP, había ordenado el ataque final a la bolsa. Se abandonó la idea del perímetro y se decidió intentar embarcar algunas unidades bajo el fuego. Los cálculos más optimistas decían que se salvarían unos 40.000 si todo iba bien, menos de un sexto de los ingleses que habían empezado la batalla quince días antes. ¿Podría sobrevivir él a eso como primer ministro? ¿Sería Dunkerke (Calais estaba a punto de caer en manos alemanas) el nombre final de la lista de desastres churchillianos?. El destino otra vez se reía en su cara.
Enigma XXXIX
El lunes 27 fue un día horroroso, el peor de todos los que Churchill había vivido. Los americanos pidieron permiso para ocupar todas las bases inglesas en Canadá y las islas del Caribe, para evitar que cayeran en manos alemanas "si lo peor sucedía". Churchill se negó en redondo y les dijo que si querían ayudar le vendiesen a crédito 50 destructores...
En Dunkerque, los soldados se amontonaban en un desorden total a medida que llegaban huyendo de los alemanes. En la enorme playa al norte de la ciudad, una multitud uniformada que había abandonado sus armas intentaba subir a los barcos que esperaban. La escasez de botes creaba una enorme tensión y los oficiales que vigilaban el embarque utilizaban su pistola para evitar que los hundiesen los centenares que intentaban subirse a ellos. Algunos intentaban llegar a los barcos a nado pero casi ninguno lo conseguía ya que al llegar no tenían fuerzas para subir por la red que colgaba de las altas bordas de los destructores.
En el Gabinete de Guerra, Halifax fue más lejos que el día anterior, diciendo que la idea de hacer concesiones menores a Alemania no podía considerarse alta traición. Dijo también que el empeño del primer ministro en "resistir hasta el final" haría depender la suerte de Inglaterra del azar de la batalla, algo aceptable si estuviese en juego la independencia nacional, pero no si sólo eran concesiones menores. Por tanto propuso que se explorasen las condiciones de Hitler a través de Mussolini para saber qué era lo que estaba en juego en realidad. Churchill dijo que ese camino "conducía a una pendiente resbaladiza". Halifax desafió a Churchill y le preguntó si en "ningún caso en absoluto" aceptaría hablar con Hitler, para subrayar la vocación suicida que percibía en el primer ministro. Churchill no se atrevió a contestar nada concreto. El Gabinete estaba confuso y dividido.
Por la noche, pidió un whisky irlandés corto y con mucha soda y se retiró a pensar. ¿Hasta dónde pensaba llegar Halifax? ¿ A la dimisión? ¿O quizás incluso pediría una dimisión colectiva de todos los ministros? ¿Una moción de censura en el parlamento? ¿En quién estaba pensando como nuevo primer ministro? ¿En sí mismo?. Y por otra parte, ¿era razonable la posición de resistir?. La batalla de Francia estaba perdida y apenas quedaban tres divisiones para defender Inglaterra. ¿Existía alguna alternativa a la ocupación? ¿Cuál era su deber? ¿Qué diría de él la Historia? ¿Sería el último primer ministro de una Inglaterra soberana?
Como un personaje de Shakespeare, Churchill se interpeló obsesivamente a sí mismo hasta que su espíritu atormentado dictó la respuesta. En aquella tragedia no habría deshonor ni cobardía. Inglaterra y él marcharían juntos a través del infierno, forzando a los hados a entregarles la gloria que con tan gallarda temeridad perseguirían. Como el veterano de San Crispín que enseña sus heridas, Churchill recordó esa noche los sucesos que aún habían de acontecer y se estremeció ante la grandeza de su misión.
Al día siguiente parecía de buen humor y durante la mañana y parte de la tarde siguió con las rutinas del gabinete de Guerra repasando con detalle las consecuencias de la rendición belga y las diferentes amenazas que pesaban sobre Inglaterra (paracaidistas, bombardeos, submarinos, desembarcos, quintacolumnistas, etc.). Nuevamente surgió la cuestión de los términos en que se podía negociar. Halifax decía que era mejor negociar ahora que "cuando nuestros aeropuertos hayan sido destruidos por su aviación". Churchill contestó que los franceses les intentaban arrastrar por la "pendiente resbaladiza" en que estaban ellos y que si se empezaban conversaciones, cuando los términos inaceptables fueran presentados habría que retirarse, pero ya sin el espíritu de lucha que aún tenían. Chamberlain apoyó a Chruchill, recordando que no estaba claro en esas circunstancias que negociar fuera menos arriesgado que luchar. La ayuda de Chamberlain impidió nuevamente una resolución a favor de los contactos. Churchill suspendió la reunión bruscamente.
A primera hora de la tarde acudió al parlamento, que zumbía de rumores sobre "qué términos podía ofrecer Hitler" y "cuáles eran los aceptables". En un breve discurso dejó claro que ni la rendición de Francia, ni el aniquilamiento de los ingleses en Dunkerque y ni siquiera la ocupación de Inglaterra serían razones para rendirse. Inglaterra seguiría luchando desde sus colonias. Para aliviar un poco la tensión hizo una descripción más optimista que realista de las opciones de Francia de contener a los alemanes.
Poco después, reunió al gabinete entero (no sólo los cinco ministros del Gabinete de Guerra) y les dijo que quería hacer una declaración. Había calculado que la mitad estaban a su favor y pensaba convencer a la otra mitad de una sola tacada.
Empezó calmadamente diciendo que había estado considerando si era en interés de Inglaterra entablar negociaciones con "ese hombre" (refiriéndose a Hitler), pero que había decidido que eso no era conveniente puesto que era ilusorio pensar que se podían obtener mejores condiciones que en caso de ser derrotados. Dijo que en cualquiera de los dos casos Inglaterra se convertiría en esclava de Alemania. Pero si luchaban, gracias a los grandes recursos que el Imperio podía movilizar, por lo menos tendrían su oportunidad. Dijo también que si se hacía la paz con Alemania no sería mientras él fuera primer ministro, sino que haría falta un gobierno de simpatizantes de los nazis para hacer tal cosa.
El tono había ido subiendo y llegó a la conclusión con la voz ligeramente turbada por los fuertes sentimientos que experimentaba ahora que por fin iba a cruzar su Rubicón personal. "Es preciso seguir luchando hasta la victoria", dijo de varias maneras, a cual más enfática. Y terminó con una frase desgarradora a la altura de las dramáticas circunstancias: "Y si la larga historia de esta isla ha de terminar, que lo haga cuando el último de todos nosotros ruede por el suelo chorreando su propia sangre". Después de unos segundos de silencio, toda la sala desató la tensión. Mientras unos aplaudían, otros contenían las lágrimas, sobrecogidos por la visión de su familia y sus posesiones destruidas mientras ellos eran enterrados por soldados alemanes en una fosa común. Ninguno de los disconformes, que los había, osó pedir la palabra. El propio Halifax no sacaría más el tema, aunque anotó en su diario que en ese momento tuvo la sensación de estar conduciendo el país al desastre sólo por mantener una pose teatral.

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