domingo, 27 de abril de 2008

Enigma Parte 5

Enigma XL

En Dunkerke estaba anocheciendo, y varios destructores comunicaron que abandonaban la posición para regresar a Inglaterra, porque las tropas reembarcadas llenaban completamente sus cubiertas, puentes y bodegas. En la playa, las multitudes habían sido organizadas para construir pasarelas que fueran hasta donde se perdía pie, arrastrando camiones y poniendo planchas sobre ellos. Una gran cantidad de pequeñas embarcaciones civiles había cruzado el canal para llevar a los soldados desde estos muelles improvisados hasta los destructores, en una rutina cada vez más sistemática que podía llenarlos en pocas horas...
En el puerto, al que los barcos no querían entrar porque allí eran presa fácil de los Stukas, la Marina inglesa había establecido otro procedimiento muy efectivo. Los barcos se ponían al pairo junto al larguísimo rompeolas, luchando contra la marea y el oleaje. Los soldados lo recorrían a la carrera y abordaban los destructores, saltando a las cubiertas que eran más bajas que el rompeolas. Era tan estrecho que ni siquiera los Stukas conseguían acertarle, y aunque recorrerlo significaba una mojadina segura por las bombas que explotaban justo al lado, la probabilidad de llegar vivo a los barcos era muy alta. Los soldados que saltaban a bordo después de recorrer el rompeolas encontraban un ambiente extrañamente frío, mientras las tripulaciones realizaban todas las maniobras sin la más leve muestra de precipitación. No era la primera vez que la Marina inglesa estaba bajo el fuego, y aunque sí era la primera vez para aquellas tripulaciones, no estaban dispuestos a que hubiera diferencia.
Si los Stukas o los bombarderos pesados empezaban a hostigar a los barcos, éstos se alejaban a toda velocidad y volvían en cuanto escampaba. Aunque era un procedimiento muy peligroso para los barcos, éstos se llenaban aún más deprisa que frente a la playa, por lo que muchos capitanes lo preferían.
El amanecer siguiente encontró a los ingleses en pleno trabajo. Durante la noche, la alarma se había producido en los puertos ingleses, cuando los cruceros que llegaban descargaron decenas de miles de soldados que quedaron vagando por las calles, antes de volver a la costa francesa a todo motor. Ante el temor de un ataque aéreo sobre aquella multitud desarmada, se organizaron convoyes de trenes, que los dispersaban a gran distancia. Por la tarde estaba claro que los trenes debían actuar como lanzadera, ya que los pueblos de la costa volvían a estar llenos y se debía repetir toda la operación.
Al anochecer el Estado Mayor inglés se dio cuenta de que aquella maquinaria salvaría a cientos de miles si podía mantenerse en funcionamiento unos pocos días. Churchill recibió la noticia como una señal del Destino. Ahora todo parecía encajar y el escriba loco que tejía su historia por fin se decidía a seguir un hilo principal. Y lo hacía con un tema y un género que le eran propicios: la guerra y el drama épico.
Pero en las playas de Dunkerke el sentimiento de los soldados no era tan jubiloso. Aparte del bombardeo constante de artillería y de la presión de los alemanes sobre la bolsa, los soldados también estaban pendientes del cielo sobre sus cabezas. A veces, eran alemanes que se ponían a bombardear en picado; otras, eran ingleses, que si no veían alemanes se iban, y en las raras ocasiones en que coincidían se entablaba una furiosa pero breve batalla.
Los ingleses no podían con los cazas alemanes M-109, que aunque no eran mejores técnicamente, estaban pilotados por veteranos que habían afilado sus tácticas sobre Polonia. En cambio los Stukas eran un blanco fácil cuando intentaban ganar altura, al salir del picado después de soltar las bombas. Iban tan lentos que apenas podían girar -como un águila que ha cogido una presa demasiado grande- y se los podía enfilar para acribillarlos sin que se apartaran. Esta táctica no caía nada bien en tierra, porque implicaba esperar a que los aviones terminaran antes de atacarlos.
Pero en un golpe final de suerte, el mal tiempo y el humo del gigantesco incendio de los tanques de combustible junto al puerto dificultaron hasta tal punto la tarea de la aviación alemana que, durante cuatro días más, los habitantes de los puertos de Kent vieron llegar a 250.000 ingleses y 150.000 franceses (que eran reembarcados hacia Francia más al sur). Aunque la mayoría se iba rápidamente con los trenes, los pubs se llenaron de soldados que eran invitados por la parroquia mientras maldecían a su jefes, a los aliados de Inglaterra y a “los niños bonitos de la RAF”, que estaban demasiado ocupados “con sus fiestas de graduación para ir a echar una mano en Dunkerke”.
El jueves, Churchill se dirigió al parlamento reunido en pleno. Empezó manifestando su alegría por ver a tantos que se daban por muertos regresar a sus casas. Pero el júbilo no debía cegar a nadie: lo que acababa de suceder era un desastre colosal. No era con retiradas como se ganaban las guerras. La batalla había terminado con una tremenda derrota y era tan inútil lamentarse como ocultarlo. Ahora Inglaterra sería el siguiente objetivo de los alemanes.
A continuación diseccionó durante una hora la relación de fuerzas. “El núcleo del ejército inglés” se había salvado en Dunquerke, por lo que ahora los alemanes deberían luchar para conquistar Inglaterra. Para hacerlo “con seguridad de prevalecer”, necesitarían por lo menos 600.000 hombres, en lugar de los 60.000 que habrían bastado una semana antes. Hacer cruzar el Canal a una fuerza de esa magnitud con sus pertrechos requería un dominio del mar que los alemanes no tenían. Aún en caso de que un tal ejército lograse desembarcar, no podrían abastecerlo para luchar 24 horas al día, “que es el tiempo que les vamos a obligar a luchar si desean sobrevivir en la isla”. Para completar el cuadro, hizo una evaluación muy optimista de las posibilidades de la aviación inglesa para mantener a raya a la alemana. Aludió con acentos épicos a “esos jóvenes que tienen una oportunidad como no se ofrecía a nadie desde los tiempos del rey Arturo y sus caballeros” para “luchar con todo el poder de destrucción de esas terribles máquinas”. No dijo que hasta ese momento la aviación inglesa había salido derrotada de todos los encuentros con la alemana, ni que desde el aire se podía destruir, no sólo toda la flota inglesa para asegurar el cruce del Canal, sino la propia isla.
Después de decir en tono distendido que él consideraba francamente más seguro estar en el bando inglés, lanzó un vibrante crescendo: “Lucharemos en las playas, lucharemos en las colinas, lucharemos en las calles,...” en el que nombraba la palabra “...lucharemos..” más de diez veces. Terminó con su nueva idea de que “... en caso que una parte o toda la isla sea ocupada, seguiremos luchando hasta que el Nuevo Mundo se una a nuestra causa”, aludiendo de forma velada a los EE.UU., que eran en efecto su única esperanza, pero que ya se habían negado a ayudar en nada todas las veces que se les había preguntado. Fue un discurso en el que Churchill embarcó finalmente a todas las fuerzas vivas inglesas en su grandiosa odisea. Sintiendo como el viento de la Historia soplaba a su alrededor, hasta los más descreídos y curtidos políticos se estremecieron. Cuando abandonaba el parlamento, tras recibir una larguísima ovación rugiente con todos los diputados puestos en pie y arrojando al aire sombreros y papeles, se le acercó un diputado laborista todavía en trance que le dijo : “Eso ha valido por diez mil cañones”.
Churchill viajaría una vez más a Francia el 10 de Junio de 1940. Después de atravesar una horrísona tormenta sobre el Canal, aterrizó en un aeropuerto semidestruido y su avión carreteó por entre los cráteres de las bombas. Nadie le esperaba y tuvo que pedir personalmente un coche a la sorprendida guarnición. Con él se dirigió a Tours, capital del Loira, donde se había refugiado el gobierno francés huyendo de Paris.
Después de que casi todo su ejército fuera destruido en la bolsa de Bélgica, los franceses habían formado una línea sobre el Somme, que había sido sobrepasada por los alemanes, aunque después de una lucha muy dura. Ahora estaban formando una nueva línea cerca de la península de Bretaña. Los soldados franceses ya no reaccionaban como unas semanas atrás. Se habían acostumbrado al bombardeo en picado, que por muy verticales que cayeran las bombas no podía ni compararse a las cortinas de artillería pesada que los oficiales conocían de la Gran Guerra. Sabían que un fuego cerrado de fusilería contra los Stukas cuando volaban lento y bajo tras soltar las bombas, era muy efectivo. Habían comprobado también que su viejo cañón de 75 podía inmovilizar e incluso destruir los Panzer IV si uno se ponía suficientemente cerca y no perdía los nervios.
Aunque los alemanes se movían muy rápido, dependían completamente de las carreteras para hacerlo, ya que sus tanques no podían correr deprisa campo a través. Sus unidades de vanguardia, formadas por batallones de soldados en moto, resultaban ridículamente vulnerables para dos ametralladoras dispuestas con astucia. Controlando los cruces y hostigando la retaguardia alemana era posible detenerlos si se adoptaba una disposición irregular, que impidiese al enemigo coordinar los movimientos de masas que eran su especialidad. Mezclándose con ellos, se dificultaba mucho su fuego de apoyo y todo el ballet alemán de flanqueos se convertía en una lucha confusa en la que no tenían tanta ventaja.
Pero mientras el optimismo y el ansia de venganza animaban a la soldadesca que se arremolinaba en torno a Nantes, el más negro derrotismo poblaba las mentes de los generales de más rango. Habían intentado formar siempre las líneas demasiado cerca de los alemanes y éstos siempre habían llegado antes. Del hecho cierto de que no habían sido capaces de formar un frente continuo, dedujeron erróneamente que no podían hacer nada. Existen testimonios de que ya el 26 de Mayo, Weygand consideraba que la guerra estaba perdida. Qué pensaría ahora, con el enemigo preparándose para asaltar Paris...
Cuando Churchill logró encontrar a Reynaud en la prefectura de Tours, éeste le dijo en el tono más grave y deprimido posible que iban a verse forzados a pedir un armisticio a Alemania y que pedían a Inglaterra que les diese permiso para firmar una paz separada. Churchill se secó las lágrimas que esta petición hizo correr por su cara y le pidió que defendieran París casa por casa. Le prometió que si podían sobrevivir un mes les enviaría parte de las divisiones que viajaban desde todos los rincones del Imperio en dirección a la isla en ese mismo momento. Ante el poco efecto que hacían sus palabras le pidió que por lo menos esperasen una semana, a lo que Reynaud contestó bajando la cabeza en silencio. Churchill sabía que Reynaud era partidario de seguir, pero que era casi el único de su gobierno. Cuando volvió a Londres, amanecía. Le esperaba la noticia de que París había caído. Era la sexta capital europea tras Varsovia, Oslo, Copenhague, La Haya y Bruselas que era conquistada por la Alemania Nazi.
Al día siguiente por la tarde el gobierno francés se reunió en Tours para discutir las alternativas. Reynaud y los partidarios de la guerra propusieron varios cursos de acción, como evacuar el ejército a África del norte, evacuarlo a Inglaterra, resistir en el Sur, resistir en el Oeste, contraatacar sobre París, etc... pero no sirvió de nada. Había algo más que estúpida tozudez derrotista en la actitud de Petain y Weygand. Pensaban que la democracia y los izquierdistas habían hundido a Francia y que quizás bajo un gobierno ‘moderno’ como el que tenían los alemanes, podría renacer la Patria. Y así fue como convirtieron su incompetencia y cobardía ante el enemigo en un simulacro de patriotismo. Por la noche, Reynaud, agotado hasta la extenuación, dimitió. Petain tomó el relevo y pidió el armisticio. El asesino de Verdún no cayó en la cuenta de que para ser justo con todos los que había matado, debía fusilarse a sí mismo en el acto.
Enigma XLI

Durante la batalla de Francia, el cobertizo 6 de Whelchman anegó al Cobertizo 3 en una marea de papel. Los mensajes que salían por el túnel a docenas se amontonaban encima de las mesas, mientras los analistas trasteaban frenéticamente al azar. Garrapateaban notas apresuradas -que eran despachadas por correo urgente a sus destinatarios- o se sentaban en las mesas, rodeados de papeles a traducir. Para hacer frente al colapso se contrató a una nueva oleada de reclutas civiles, que resultaron ser en su mayoría parientes o amigos íntimos de los que ya estaban, para así proteger el secreto. A esas alturas, prácticamente toda la aristrocracia ilustrada inglesa tenía algún pariente en Bletchley Park...
Pero el aumento de personal no se tradujo en un aumento de eficiencia, sino más bien al contrario. La multitud que se arremolinaba entre las mesas, a duras penas podía revisar los mensajes marcados como urgentes, que de todas formas nadie estaba seguro que lo fueran. Algunos eran traducidos completamente, mientras de otros sólo existían extractos y no se podía saber si existían las dos cosas o ninguna de algún documento en particular. Las traducciones se resumían o ampliaban al gusto de quien las tomara y se embutían en sacas rotuladas erráticamente, que se arrumbaban bajo las mesas o donde cupieran. Algunos receptores de la información en otros servicios pedían aclaraciones sobre algún tema concreto y en caso de que se hallara se les informaba por teléfono, para escándalo de los que tenían experiencia como agentes sobre el terreno.
Los veteranos decidieron que había llegado la hora de poner un poco de profesionalidad también al analisis y a la diseminación, tal como había hecho Whelchman con la captación y descifrado. Aunque la naturaleza, calidad y abundancia de la fuente eran completamente singulares, aquello no dejaba de ser una operación de inteligencia. Travis convenció a Denniston para realizar una concienzuda reorganización, que se planificó e implementó de forma inmediata.
En lugar de un tumulto de gente a jornada completa, se establecieron guardias de ocho horas para el Cobertizo 3. El personal de cada turno se sentaba en la parte exterior de una mesa en forma de herradura de cara a un "oficial" (muchas veces era un civil), nombrado Número Uno de la guardia. Éste era el responsable de asignar las tareas y disponía de una gran mesa rectangular situada en la abertura. Le flanqueaban miembros de inteligencia del ejército y de la fuerza aérea.
Los mensajes que se recibían por el túnel se ponían sobre la mesa del Número Uno, que los ordenaba por importancia y los repartía para su traducción consultando con sus comensales. Una vez traducidos y corregidos eran devueltos a la mesa. Tras ser estudiados se clasificaban para su envío en bloques, que eran transmitidos a la sede de Londres por télex, desde donde se diseminaban siguiendo las indicaciones de su cabecera. Los oficiales de inteligencia militar y aérea realizaban anotaciones y comentarios que se adjuntaban. Una vez enviados eran devueltos una vez más a la mesa, donde se procedía a indexarlos en índices temáticos cruzados antes de archivarlos por número.
Nigel de Grey organizó un departamento auxiliar de documentación, que mantenía un archivo de mapas militares que sustituyeron a las guías turísticas utilizadas al principio. También mantenía un diccionario de términos y abreviaturas usadas por los alemanes y lo actualizaba constantemente. Comenzó a compilar un diagrama completo de todo el ejército alemán, sobre el que se pudieran mantener los datos que se sacaban de los mensajes sobre suministros, refuerzos, bajas, nombres de los oficiales al mando, etc.... Esto permitió que pronto se empezaran a emitir informes completos de contexto, que eran enviados junto con los mensajes.
La comunicación externa operativa en ambas direcciones se limitó a partir de entonces a unos télex punto a punto que comunicaban BP con la sede del SIS en Londres. Nadie ajeno al servicio debía saber cuál era el origen primero de la información y debía crearse la apariencia de que se originaba en dicha sede a partir de fuentes sobre el terreno. Los documentos que contuvieran productos directos de la fuente llevarían escrita en grandes letras la palabra Ultra y sólo las personas con acreditación expresa podían tener acceso a ellas.
Se enviaron al edificio de St. James algunas docenas de analistas del cobertizo 6 para que gestionaran la diseminación desde allí. Uno de los que tuvo que marcharse fue Whinterbotam, que lamentó mucho verse alejado del excitante ambiente de la mansión sólo unas semanas después de su llegada. Tras su éxito con la fotografía aérea, había formado parte de un comité secreto para investigar aplicaciones militares de los avances cientificos, antes de ser arrastrado por la corriente creada por la sed inagotable de personal que sufría BP. Ahora se ocuparía de centralizar la distribución de material referido al arma aérea.
El nuevo sistema resultó mucho más eficiente, y la información empezó a fluir por toda la maquinaria de guerra inglesa. El personal de Londres creaba una tapadera para cada mensaje antes de reenviarlo, creando un velo que cubría incluso la mera existencia de BP. "Un documento obtenido en el cuartel general del ... cuerpo de ejército decía...", "un agente sobre el terreno informa que ha visto pasar una división acorazada en dirección a...", "un soldado enemigo cometió las siguientes indiscrecciones en un bar de...", "...un agente logró reproducir el mensaje que había en un papel quemado que sacó de las cenizas del hotel..." etc... La mayoría de estos supuestos agentes formaban parte de una red imaginaria con el nombre clave "Bonifacio" y todos los mensajes se clasificaban bajo las siglas CX, que eran las utilizadas en la primera guerra mundial para los informes de inteligencia obtenidos por colaboradores reclutados entre la población de los paises ocupados.
No dejó de llamar la atención la súbita avalancha de material de primera calidad, y muchos oficiales, al recibir los informes y mensajes, manifestaban una gran admiración por aquellos héroes que conseguían cumplir con su deber en circunstancias tan adversas. Fuera del restringido círculo de los que estaban en el secreto, circulaban diversas teorías sobe la personalidad de algunos de ellos. Legendarios espías como Sir Paul Dukes, que se había infiltrado con gran éxito en el Ejército Bolchevique al final de la Gran Guerra, eran invocados entre conjeturas susurradas.
Los mensajes más urgentes eran los que se referían a movimientos concretos de tropas enemigas que estaban en contacto con unidades propias. Estos mensajes eran cifrados nuevamente, para ser transmitidos desde Londres directamente a unos camiones del Servicio Secreto que seguían por Francia a los cuarteles generales ingleses. Los camiones operaban bajo las siglas SU (Unidad de Señales) y tenían su propia antena, así como personal para el descifrado. Uno fue destruido en Dunkerke para que no cayera en manos enemigas. Los que habían quedado fuera de la bolsa fueron bajando hacia el sur a medida que los aliados cedían terreno, para terminar huyendo desesperadamente buscando un puerto para embarcar de vuelta, junto al resto de soldados ingleses.

Enigma XLII

En Bletchley, la mayoría de personas sólo conocían el desarrollo de la batalla de Francia por los boletines de la BBC. Aunque desdibujado por la censura, el cuadro que emergía del viejo receptor del salón era inquietante. Sumándole las caras de los responsables del análisis, se obtenía un resultado claro y desolador. Francia se derrumbaba y la batalla terminaría con su derrota completa. Entre los oyentes más asiduos había un grupo de oficiales de enlace franceses. Su creciente desesperación, y sobre todo la forma en que dejaban que trasluciera, chocaban mucho a los ingleses. La noche que cayó París, durante la cena previa a la guardia de medianoche, varios se pusieron a llorar. Los ingleses les miraron consternados unos momentos, pero luego siguieron cenando de forma enérgica. Tenían por delante un turno de guardia y no era el momento de entretenerse en emocionalidades...
El 10 de Julio el cobertizo 6 descifró un mensaje que, cuando fue traducido en el cobertizo 3, hizo fruncir el ceño de todos los que lo leían. Era una comunicación rutinaria de la red Roja, la que usaban los oficiales de enlace de la aviación, que viajaban con las tropas terrestres de primera línea para dirigir el apoyo aéreo de los Stukas. El mensaje informaba sobre la distribución de mapas de carreteras. Eran mapas de carreteras de la zona oriental de Inglaterra, la más cercana a la costa del Canal de la Mancha.
En las dos semanas siguientes, mezclados con la planificación de la ocupación y saqueo de la Europa continental, se fueron recopilando cientos de mensajes relacionados con una operación que absorbía cada vez más recursos de la logística alemana. Largas pistas de aterrizaje y despegue para bombarderos pesados se establecían y aprovisionaban en el interior de Francia y Bélgica, mientras otras más pequeñas se situaban cerca de la costa para los cazas. Se realizaban obras cerca de los puertos, instalando campamentos para la infantería y las unidades acorazadas.
Estos puertos habían sido confiscados y eran reformados a toda prisa. Cargueros de todos los tamaños se abarloaban en sus muelles, protegidos por globos cautivos y artillería antiaérea. Barcazas traídas de todos los ríos de Europa eran trasladadas hacia el mar. Se hacían planes para bloquear con minas los dos extremos del Canal. La minuciosidad alemana y su ignorancia de la debilidad de Enigma, revelaban a la audiencia secreta de Bletchley Park todos los detalles de la operación, que los mensajes denominaban "León Marino", y que no era otra que el asalto a la isla. Los antecedentes de Polonia, Noruega, Holanda y Bélgica-Francia fueron estudiados una vez más con frenesí.
Durante la invasión de Noruega, los alemanes habían tomado el aropuerto de Oslo al asalto mediante paracaidistas. A continuación, éstos lo habían vuelto a poner en servicio, permitiendo el aterrizaje de un puente aéreo continuo que había transportado una gran fuerza, que atacó la ciudad desde la retaguardia tras el fracaso del intento de desembarco. En Holanda los paracaidistas habían ocupado los puentes y los habían mantenido hasta la llegada de las unidades acorazadas. En Bélgica habían logrado una victoria legendaria contra el famoso fuerte que cubría la confluencia del canal Príncipe Alberto con el río Mosa. Estos "soldados voladores" capturaban la imaginación de todos y causaban auténtico terror, tanto a los militares como a la gente en general.
Para vigilar el territorio se formaron unidades de civiles voluntarios. Aunque no se esperaba que resistiesen mucho tiempo contra los paracaidistas alemanes, por lo menos debían evitar la sorpresa y estorbarles hasta que llegasen las unidades del ejército regular. Se trataba de personas no aptas para el servicio, normalmente por causa de la edad. Un tercio de los movilizados eran veteranos de la Gran Guerra, muchos de los cuales no podían reprimir la emoción y la angustia al empuñar de nuevo el fusil para enfrentarse a la negra incertidumbre de la batalla.
Estos grupos de irregulares patrullaban campos y bosques que conocían bien. Sin embargo, presas de estados de ánimo que alternaban la euforia con el pánico, provocaron muchos incidentes, sobre todo durante las noches, que eran muy oscuras ya que estaba prohibido encender luces que pudieran guiar al enemigo. Los tiroteos nocturnos, producto de malentendidos y falsas alarmas, crearon un ambiente de histeria en el que no era raro que sucediese algún accidente mortal cada dos o tres días. Especialmente peligroso era circular cuando había rumores de paracaidistas difrazados de civiles ingleses.
Una mañana, una unidad mixta del ejército y las milicias se presentó en Bletchley Park para organizar un grupo que pudiera proteger la mansión y sus alrededores. Los soldados tenían un aspecto razonablemente marcial, pero los miembros de la milicia parecían una partida de bandoleros. Algunos eran exiliados de países europeos, vestidos con viejos uniformes de unidades diferentes. Como los alemanes habían denunciado en la prensa internacional estas milicias como contrarias a la Convención de Ginebra (que impide armar a civiles y permite su fusilamiento inmediato en caso de captura con armas), se había procurado que todo el mundo vistiese algún uniforme. El ejército había suministrado algunos excedentes, que en su mayoría eran tallas imposibles o piezas con grandes taras. Los que ni siquiera tenían eso se habían procurado ropa de campo. Para unificar los atuendos y garantizarles a todos tratamiento de soldados, llevaban unas bandas en el brazo derecho. Las armas eran una mezcla heterogénea de fusiles canadienses rechazados y escopetas de caza, y algunos incluso enarbolaban garrotes, a la espera de conseguir algo mejor, probablemente de un compañero caído.
La respuesta de los criptoanalistas fue entusiasta y pronto se formó una pequeña unidad en la que se entrenaban los que no estaban de turno. Turing fue uno de los que primero se apuntó. Escuchó las explicaciones sobre el uso y mantenimiento del fusil con su característica concentración extrema. Después realizó movimientos sobre el césped, como lanzarse al suelo y correr agachado con el arma en ristre. Era un gran atleta y aprendió pronto los gestos estereotipados que le enseñaron. Finalmente, practicó la puntería obsesivamente durante días, hasta que estuvo seguro de que no fallaría a una distancia razonable. Entonces súbitamente se levantó y entregó su fusil al oficial al mando. Le dijo : "Ya sé hacer todo lo que hace falta. Renuncio a seguir en la milicia". El oficial le contestó que al enrolarse había firmado estar sometido a disciplina militar hasta que fuera liberado. Turing le miró y con cara muy seria le indicó que debía volver a mirar el documento porque él "no había firmado esa parte". Cuando el oficial lo comprobó, se encontró con que Turing había tachado y enmendado el documento antes de firmarlo.
Entrenarse para la guerra hizo a Turing darse cuenta de la situación y preguntarse qué pasaría en el futuro. Un compañero le dijo que había cambiado todo su dinero por lingotes de plata para eludir la devaluación de la Libra contra el Marco, que los alemanes forzarían tras la invasión, como habían hecho con el Franco para poder saquear el país. A Turing le gustó la idea, pero quiso llevarla aún más allá y en lugar de depositar los lingotes en el banco, los enterró en el bosque, apuntando el lugar con un sistema de cifrado que inventó para la ocasión. Una vez tranquilo respecto a su capital, empezó a rumiar un plan para comprar una maleta enorme y llenarla de maquinillas de afeitar. Decía que en caso de apuro las vendería por las esquinas para sobrevivir, porque había observado que a los alemanes les gustaba ir muy bien afeitados.
Menzies y Denniston también se preparaban para lo peor. Hicieron venir cuatro autobuses de Londres -que aparcaron cerca de la mansión- y publicaron una lista de personal imprescindible. A los que estaban en la lista se les se entregó un salvoconducto especial con su foto. En caso de que el enemigo se acercara, todos ellos debían subir a los autobuses para evacuar la mansión. Los autobuses no causaron muy buena impresión a los criptoanalistas. Eran muy viejos y alguien señaló que gastaban tanto combustible que no llegarían lejos, a menos que se consiguiera un camión cisterna para escoltarlos. Diana Rusell Clark, una joven aristócrata que había traído su coche particular -un Bentley último modelo- lo ofreció para el convoy, al igual que hicieron otros. Con esta variopinta mezcla de vehículos se organizó la llamada Columna BQ, que si todo iba definitivamente mal, debería embarcarse hacia Canadá desde algún puerto de Escocia.
Aquellos que no estaban incluidos en la evacuación se lo tomaron a la tremenda, y mirando la expresión de cada persona en el comedor el día que se hizo pública la lista, se podía saber a qué grupo pertenecía. Sin embargo, pronto el humor negro hizo su aparición y algunos de los que se quedarían dijeron a los que se iban que no debían preocuparse por dejarlos atrás, ya que gracias a que casi todos sabían alemán, seguramente encontrarían buen acomodo en la nueva administración.

Enigma XLIII

Mientras se planificaba la logística de la Columna BQ, el Cobertizo 3 seguía acumulando evidencias ominosas. Los alemanes estaban preparando la ocupación y dividían el país en sectores y zonas, asignando las unidades de las SS que llevarían a término la represión en cada lugar. Establecían cuidadosamente los puntos de concentración para los 250.000 hombres, de entre 20 y 35 años, que tenían previsto trasladar a Alemania para trabajar como esclavos en las minas y fábricas. Confeccionaban listas de las obras de arte que debían ser confiscadas. También habían elaborado una lista de instituciones y personas que debían ser neutralizadas con toda prontitud...
Entre los que figuraban se encontraba la flor y nata de la sociedad inglesa. Muchos de ellos, discretamente advertidos, hicieron acopio de pastillas de cianuro o engrasaron sus pistolas para la eventualidad. Una señora a quien le filtraron la lista, al ver los nombres que había en ella, llamó a su marido para decirle: "Querido, no puedes ni imaginarte junto a qué grupo tan selecto de personalidades nos quieren matar". Los alemanes habían sin embargo excluido a todos aquellos que se habían opuesto mínimamente a la guerra y sobre éstos cayó un estigma de vergüenza, en la mayoría de casos injusto.
Churchill, por su parte, llevó a un grupo de miembros del gabinete a un campo de tiro y les instruyó durante un día entero sobre el uso de las diferentes armas, realizando una demostración de su puntería, que aunque destacable no era extraordinaria. Algunos nunca habían disparado y quedaron horrorizados ante la brutalidad de las detalladas explicaciones sobre "las diferentes formas de liquidar a un Huno". Después fueron a visitar una playa y cuando el comandante pidió que le enviaran munición para prácticas, porque sólo tenía seis obuses para su cañón antitanque, Churchill le contestó que dijera a sus hombres que cuando llegara el momento debían esperar a que los tanques se acercaran y disparar a bocajarro, para que no se notara la falta de práctica.
Pero aunque a primera vista los tonos que pintaban el futuro eran muy oscuros, el análisis atento del contexto de los mensajes de Enigma revelaba que los alemanes tenían dudas y no se comportaban con la fría profesionalidad que había precedido las campañas anteriores. La operación "León Marino" no estaba definida con la precisión del asalto a Noruega, la conquista de Polonia o el gambito sobre Francia. En algunos mensajes se expresaban dudas -que parecían proceder de la Marina alemana- sobre las consecuencias de intentar cruzar el Canal con aquella flota de mercantes y barcazas, muchas de ellas sin motor y que por tanto debían ser remolcadas. Los expertos insistían en que tal cruce debía hacerse teniendo el dominio total del aire y una vez tanto las defensas costeras como la moral inglesa estuviesen muy debilitadas. El ejército por el contrario era partidario de un cruce sorpresa, en la seguridad de que podrían tomar los puertos y prevalecer hasta que fuesen reforzados, bien por mar o bien por un puente aéreo.
La única persona que tenía mando sobre todas las armas era Hitler, que carecía de la preparación militar para organizar la coordinación necesaria. Las campañas anteriores habían sido preparadas detalladamente por concienzudos comités, pero esta vez, cuando abrió la carpeta correspondiente, sólo encontró algunos esbozos preparados en 1938, cuando la invasión de Inglaterra no era más que una lejana posibilidad y por tanto lo mejor de su inteligencia estratégica se concentraba en la guerra continental. Faltos de un plan director, en lo único que coincidían la Marina y el ejército en sus largos alegatos a Hitler, descifrados por Enigma, era en que la iniciativa debía partir de la aviación alemana, sin la cual ni el cruce en fuerza ni la aventura relámpago tenían ninguna posibilidad.
Frente a esta evidencia chocaba el amateurismo del mando de la flota aérea alemana. El Mariscal Goering, antiguo compañero del Barón Von Richstoffen en el Circo Volador durante la Gran Guerra, dirigía la incipiente batalla de una forma errática e histriónica. En lugar de instalarse cerca de los aeropuertos para estar en contacto diario con sus oficiales, vivía en su enorme su mansión en Alemania, servida por criados disfrazados de pajes del Gran Turco. Las salas estaban profusamente decoradas con obras de arte robadas a particulares y museos de toda Europa. Las reuniones a las que debía asistir se realizaban en medio de extravagantes banquetes, regados con polvorientas botellas saqueadas a punta de bayoneta de las más ilustres bodegas de los châteaus franceses.
En Bletchley Park se leían con regocijo los comunicados que enviaba diariamente desde su residencia a los oficiales al mando en los aeropuertos. Siempre hablaban de las cosas más absurdas, como la falta de marcialidad de la mayoría de pilotos o la suciedad de los uniformes de aquellos a los que imponía medallas. Era tan meticuloso que estos mensajes revelaban toda la distribución de los escuadrones alemanes por aeropuertos, puesto que todo el mundo estaba o sucio o limpio y por tanto todos acababan saliendo en los informes.
Goering consideraba que la fuerza aérea alemana era invencible y que por tanto Inglaterra se rendiría antes o después. En Polonia, Noruega y Francia, el Estado Mayor le había pasado una lista de objetivos y cronogramas como parte del plan general. Ahora nadie le daba ninguna directiva y él aleccionaba a sus subordinados para que atacasen blancos fáciles, como convoyes en el canal de la Mancha o los puertos justo al otro lado, para poder publicar listas de operaciones exitosas.
Así fueron pasando las semanas de Julio. Churchill estaba ansioso por combatir. Su concepto de la guerra le hacía pensar que era necesario mantener la posesión del aire sobre el Canal, tal como la infantería ligera tomaba el terreno frente a los batallones de línea. Por ello obligaba a los cazas a patrullarlo, escoltando los convoyes y entablando combate en todas las situaciones. Esto provocaba grandes pérdidas de aviones, que aunque no le preocupaban porque no creía en las estimaciones alarmistas de BP sobre la fuerza alemana, le causaban una cierta inquietud, porque le sugerían que las cosas no iban bien.
Pero mientras Goering y Churchill no sabían qué hacer exactamente a continuación, había una persona que tenía las ideas muy claras y llevaba años preparándose para el caso concreto que ahora se planteaba. Era Sir Hugh Dowding, comandante de la Defensa Aérea y responsable por tanto del Mando de Caza.Enigma XLIV
En el Ministerio del Aire siempre se le había considerado demasiado defensivo, por su oposición a gastar todo el presupuesto en la flota de bombardeo estratégico. Esto le había traído muchos retrasos en los ascensos y le había condenado al puesto que ahora tenía. Lejos de decepcionarse, Dowding se tomó su nuevo trabajo con entusiasmo...
Calculó la distancia de su aeropuerto a la que era efectivo un caza de forma que pudiera volver a repostar. Utilizando esto como unidad, creó sectores que disponían de un aeropuerto principal y varios auxiliares. Cada sector tendría asignados unos escuadrones determinados, que serían dirigidos a la batalla desde una sala de control situada en el aeropuerto principal. Dependiendo de la dirección del ataque, los escuadrones podían ser reasignados por un control central de los sectores de cada región. Todos los controles regionales (llamados Grupos) serían coordinados por el Mando de Caza en Stanmore, cerca de Londres.
Los centros de control -tanto de los aeropuertos como de los grupos- y el propio de Stanmore fueron diseñados por Dowding personalmente. Quería que la experiencia de la batalla para los oficiales al mando fuera lo más parecida a lo que estaban acostumbrados, para que pudieran tomar decisiones rapidas y correctas. Para que la batalla se pudiera visualizar en tiempo real situó una mesa grande con un mapa a gran escala de la zona de control. Desde una sala un poco más alta, y separados en algunos controles por una vidriera anti-ruidos, los oficiales dictarían las ordenes para cada escuadrón o para aeropuertos enteros. Unas operadoras armadas con palos de croupier moverían fichas sobre la mesa, que representarían las unidades propias o enemigas, siguiendo las instrucciones que recibían de otras operadoras situadas en los laterales y que estaban en contacto telefónico con puestos de guardia repartidos por todo el territorio. Dowding había creado una red de miles de puestos, aprovechando estafetas de correos, comisarías de policía, clubs de golf o cabinas aisladas servidas por miembros de la milicia.
Aunque Dowding quedó pronto satisfecho de cómo podrían conducir la batalla una vez desatada, le preocupaba la experiencia polaca, en la que todos los aviones habían sido destruidos sin haber llegado a volar. Los cazas ingleses necesitarían tiempo para despegar y ganar altura, tanto para no ser aniquilados en tierra como para no enzarzarse en condiciones muy desventajosas con los alemanes, dominándoles desde arriba. Poner aviones centinelas lejos de la costa era condenarlos a una muerte segura y mantener todo el día esas patrullas requería un desgaste tremendo. La solución de amplificar el sonido, experimentada por muchos países, era extremadamente engañosa y daba tantos falsos positivos como falsos negativos.
En una demostración con unos científicos dos años antes de la guerra, había encontrado la solución. Al parecer alguien del arma aérea se había dirigido a ellos para preguntarles si era posible fabricar un "rayo de la muerte" que derribase aviones en pleno vuelo. Se había reportado que los alemanes eran capaces de matar un conejo a tres metros con una fuente de microondas "sin tocarlo". Los científicos habían contestado que de momento no era posible matar nada más grande ni más lejos, pero que quizás en el futuro pudiera hacerse. De momento se les estaba ocurriendo que podría usarse esa misma fuente para localizar el objetivo, ya que esas ondas tienen una frecuencia tan alta que rebotan y leyendo el eco se sabría dónde concentrar el tiro. Wattson-Watt, que estaba entre ellos, había usado este método para seguir tormentas y predecir su dirección.
Dowding asistió a una demostración en la que un avión inglés voló sobre un equipo mientras los militares miraban la pantalla y comprendió que aquello era la respuesta. Gracias a su esfuerzo personal, ahora una línea continua de estos dispositivos seguía la costa inglesa del Canal. La señal de vuelta era muy confusa, siendo imposible discernir la distancia, altura y composición de la flota enemiga. Pero lo que estaba claro es que nada podría adentrarse sobre el Canal sin ser detectado. Cuando llegase a tierra, los puestos de observación, ya en sobreaviso, transmitirían el resto de detalles. Durante el invierno anterior a la invasión de Francia, Dowding organizó prácticas continuas durante meses, hasta que todos los implicados adquirieron experiencia suficiente.
A finales de Julio el sistema funcionaba perfectamente y toda la cadena del Mando de Caza podía dirigir los escuadrones hacia el enemigo mirando las mesas, con la misma facilidad con la que una ajedrecista estudia una jugada. Sin embargo Dowding no estaba nada contento, porque había preparado su batalla para luchar sobre Inglaterra y Churchill le obligaba a escaramucear sobre el Canal sufriendo grandes pérdidas.
Goering consideraba que las cosas iban bien y enviaba mensajes con las condecoraciones que impondría en sus giras relámpago por los aeropuertos. En cambio Hitler se estaba poniendo muy nervioso porque veía como el tiempo fluía de manera improductiva. Para ver si podía terminar sin necesidad de luchar , hizo un discurso en el que anunció que "un gran imperio iba a ser destruido por la estupidez de sus líderes, que se empeñaban en una guerra inútil que él intentaba evitar". Un colaborador de Lord Halifax estableció contacto a través de la diplomacia sueca, pero cuando Hitler lanzó octavillas con su discurso sobre Inglaterra, la población hizo acopio y en todos los pubs y casas particulares se convirtió en el papel higiénico de uso. Ante esto, Hitler lanzó la Directiva 16, que fue interceptada, traducida y enviada a Londres desde BP. Era una exhortación a Goering para que entablase una batalla decisiva que destruyera las defensas inglesas.
Goering organizó algunas degustaciones y libaciones junto a sus consejeros, durante las que se decidió seguir con las erráticas misiones de bombardeo, buscando objetivos según el clima y el humor de cada día. Por otro lado, y para cumplir la orden de Hitler de hacer algo decisivo, se organizaron grandes flotas de cazas que volaban sobre los aeropuertos ingleses realizando maniobras desafiantes para obligar a los cazas enemigos a atacarlos. Pero Dowding no seguía el libreto melodrámatico del Barón Von Richtoffen, sino que era más bien adepto a las tácticas antirrománticas del Duque de Wellington. Bajo sus órdenes estrictas, los cazas ingleses eludían el contacto, esperando a que a los alemanes se les acabase el combustible y decidieran volver a Francia para perseguirlos brevemente. Churchill exigía que entablasen combate y las primeras reuniones habían terminado con Dowding exigiendo a Churchill a gritos que lo relevara si no estaba de acuerdo con él. Sin embargo, poco a poco este último se se fue dando cuenta de la verdadera magnitud de la amenaza que enfrentaban y de la conveniencia de no dejarse llevar por el instinto.

Enigma XLV

Julio dio paso a Agosto y ahora Hitler estaba realmente preocupado. La Marina le insistía en que cruzar el canal con una flota de barcazas era difícil de por sí, ya que se trata de una de las zonas del mundo en que las mareas y corrientes son más violentas, pero que cruzarlo fuera de temporada era directamente suicida, incluso sin oposición. La época más propicia sería a finales de Agosto y después las mareas favorables no se darían otra vez hasta Octubre, cuando la mar gruesa haría imposible el cruce. Hitler montó en cólera y emitió la Directiva 17, puntualmente interceptada y traducida, en la que ordenaba perentoriamente a Goering que destruyese de forma inmediata la fuerza de cazas como primera fase de la invasión, abandonando cualquier otro de los objetivos en que había estado dispersándose durante más de un mes...
Esta vez, Goering reaccionó. En varios banquetes fastuosos empezó a planificar con su Estado Mayor un gran ataque que pudiera dar resultados decisivos. En el Cobertizo 6 se compiló una nueva palabra clave: Adlertag, "El Día del Águila". Toda la fuerza de bombardeo alemana se concentraría en destruir las instalaciones de tierra del Mando de Caza, y los cazas alemanes destruirían a los cazas ingleses cuando lo intentasen impedir.
Tal como era norma en los alemanes, una vez definido el objetivo todo el esfuerzo se galvanizó en torno a él y un plan completo empezó a emerger del túnel en el Cobertizo 3. Los analistas ingleses estudiaban con cuidado las complejas misiones diseñadas por los planificadores enemigos. El principal problema al que tenían que hacer frente estos planificadores era la diferencia de velocidad entre los bombarderos y los cazas, así como el menor alcance de estos últimos. Dowding y su staff se prepararon para contrarrestar cada misión, no sin sentir un cierto escalofrío al ver el enorme número de aviones de todos los tipos que realizarían cada asalto. El día 8 de Agosto se descifró una orden de Goering a todas las unidades que terminaba así: " Dentro de muy pocos días borraremos del mapa a los ingleses". Churchill pidió dos copias y entregó una en persona al Rey.
Los alemanes desencadenaron su primer ataque masivo el 11 de Agosto. Unidades especiales aéreas destruyeron dos estaciones de radar mediante bombardeo rasante, y por el punto ciego creado entraron cientos de bombarderos a varias alturas, protegidos por nubes de cazas BF-109 que llegaban de todos los puntos del horizonte. Durante todo el día atacaron todos los aeropuertos junto a la costa que formaban la primera línea de defensa y que en su mayoría resultaron casi destruidos.
Al día siguiente destruyeron completamente varios aeropuertos de la segunda línea, aunque ninguno de los principales porque al parecer carecían de una idea clara sobre la disposición de la fuerza inglesa. Los aeropuertos de la costa que quedaban activos fueron bombardeados con Stukas. La coordinación de los ingleses fue determinante para que sus cazas se enfrentaran solos contra varias escuadrillas alemanas, antes de que llegaran los cazas para protegerlos. Los Stukas siempre habían operado en cielos sobre los que los alemanes tenían la posesión y, sorprendidos sin escolta, fueron destrozados. Excepto en el momento mismo del picado, los Stukas eran presas fáciles. Cuando salían de éste, raseaban sin poder maniobrar y ganar altura a la vez, por lo que se convertían en blancos de prácticas.
El BF-110, supuestamente un "cazabombardero" -es decir, que podía lanzar bombas y luchar contra los cazas- resultó demasiado lento para presentar batalla, por lo que tampoco podía luchar solo. Incluso los H-111 de cuatro motores, armados con varias ametralladoras pesadas para defenderse, resultaban vulnerables una vez los cazas ingleses aprendieron a acercarse por sus puntos ciegos para dispararles a bocajarro. Sólo operando a gran altura los bombarderos podían llegar hasta sus objetivos sin ser molestados, pero entonces carecían de precisión. Por otro lado, los cazas alemanes luchaban muy incómodos si no podían alejarse de los bombarderos a los que escoltaban. Así que entre que los cazas no podían desarrollar sus tácticas de combate y que los bombarderos solos estaban inermes, cada día de batalla representaba una catástrofe para los alemanes.
Una vez el complicado plan de la misión no podía ejecutarse, cada escuadrón quedaba a su albur, sin que el control de tierra tuviera forma de organizarlos otra vez ya que ni siquiera sabía dónde estaba exactamente cada uno. Los ingleses en cambio se comportaban como un solo organismo, que concentraba sus fuerzas a voluntad. Los escuadrones despegaban, luchaban hasta ser sustituidos y luego repostaban para despegar otra vez, a la manera de los manípulos de una legión romana. En muchos momentos todos los aviones estaban luchando o repostando. La multiplicación de misiones para cada avión, el mando en tiempo real de toda la flota y la ventaja intrínseca del que defiende compensaban la enorme desproporción de medios. Pero a pesar de las pérdidas enormes, la ofensiva alemana siguió desarrollándose durante seis días más de violencia creciente.
Los ingleses sin embargo no podían anticipar los movimientos enemigos, porque aunque en una pared del control central en Stanmore había una cabina con un télefono directo a BP, los alemanes escogían de su menú de misiones las que más se adaptaban al tiempo meteorológico de cada día, transmitiendo estos cambios de planes por línea terrestre. Los oficiales miraban las fichas enemigas moverse sobre la mesa tratando de anticiparse con las propias, "como una defensa de rugby que jugara contra varias delanteras a la vez".
Cada día algún aeropuerto sufría un demoledor bombardeo, pero como la carga frontal de los cazas ingleses deshacía no sólo las grandes formaciones sino incluso los escuadrones, muchas veces cada avión se veía obligado a buscar el blanco por su cuenta. Una vez solos, los navegantes de los aviones que no eran guías solían bombardear el primer aeropuerto que veían, por lo que los principales rara vez recibían más que una fracción de la carga que tenían destinada. La fuerza aérea inglesa se había renovado completamente desde 1939 y los cientos de aviones abandonados en aeropuertos secundarios resultaron ser un objetivo muy goloso para los aviones solitarios o los escuadrones cuyo guía se perdía. De los aeropuertos incluidos en la red del Mando de Caza, tan sólo uno junto a la costa tuvo que ser abandonado definitivamente. El resto nunca pasó cerrado más de un día y medio, porque sólo la pista era imprescindible y era más facil de reparar que de dañar.
Algunos días, en el control del Grupo 11 (que cubría el suroeste de Inglaterra, por donde llegaban la mayoría de ataques) las operadoras veían una nube de humo detrás de los oficiales. Sabían que era el primer ministro Winston Churchill que seguía la batalla sobre la mesa, con discrección pero con la misma intensidad que si hubiera estado en la cima de Bussaco junto a Lord Welleseley. Cuando todos los aviones ingleses estaban en el aire y aparecía una nueva ficha alemana sobre el mar, se agitaba ligeramente hasta que algún escuadrón amigo entablaba combate. Era una experiencia tan intensa para él que al anochecer abandonaba la sala rendido. El día 15, después de una jornada durísima pero saldada una vez más con ventaja inglesa (21 aviones perdidos contra casi 100 del enemigo), le dijo con voz trémula al General Ismay que le acompañaba en el coche de vuelta: "Por favor, no me hable durante un rato. Nunca he estado tan conmovido." Tras un largo silencio, pronunció una frase como si fuera una oración: "Nunca en la historia de los conflictos humanos, tantos habían debido tanto a tan pocos".
Los civiles presenciaban la batalla desde el suelo, mientras veían caer una lluvia de cartuchos y de cuando en cuando aviones y/o pilotos de ambos bandos. Los pilotos alemanes eran detenidos rápidamente por la milicia, mientras los propios eran invitados a una rápida copa en la casa club o en el pub local y luego enviados a su aeropuerto o al hospital más cercano, según su estado. Los aviones ingleses recibían al poco rato de caer la visita de unos talleres móviles que, o bien desmontaban las piezas utilizables, o si era posible los reparaban para ser enviados volando a los talleres.
La ofensiva alemana alcanzó su paroxismo el día 18 de Agosto, en el que todos sus aviones volaron y algunos varias veces. Aunque varios aeropuertos fueron muy dañados, los atacantes sufrieron pérdidas aún más catastróficas si cabe que los días anteriores. Acostumbrados a no tener apenas bajas en las anteriores campañas, los pilotos alemanes empezaban a perder sus nervios ante la masacre diaria a la que estaban sometidos.
También los pilotos ingleses se vieron afectados por la fatiga del combate, y el espíritu deportivo del principio fue siendo sustituido por una negra resignación. Los entierros de los pilotos muertos, en muchos de los cuales se ponían algunos ladrillos junto con los restos para que no se notara que el ataúd estaba prácticamente vacío, eran momentos de especial dramatismo en los que todos se juramentaban para seguir hasta el final. Pilotos polacos y checoslovacos, que se unieron a los escuadrones ingleses para sustituir a los caídos, inyectaron una gran dosis de odio, y su ansia enfermiza de matar alemanes terminó de acrisolar la nueva personalidad de la fuerza de caza. Ya no eran los audaces aficionados al vuelo deportivo que se habían alistado por sentido del deber, sino un grupo de veteranos supervivientes sin más sentimiento que hacer prevalecer su determinación asesina sobre las oleadas de metal que asaltaban los aeropuertos a todas horas.

Enigma XLVI

Aunque Bletchley Park no era un objetivo, porque los alemanes ignoraban su existencia, la cercanía del cruce de ferrocarriles hacía que muchos aviones perdidos descargaran sus bombas en la zona antes de volver a Francia. Las alarmas aéreas eran continuas y todos corrían cada vez a lanzarse a una larga trinchera excavada por el contratista muy cerca de los cobertizos. Cuando sonaba la segunda sirena, volvían a salir y continuaban con su trabajo, sucios de tierra...
La sección aérea de Cooper no tenía cobertizo y seguía en una de las salas de la mansión. Los mensajes cifrados con Enigma eran procesados por los Cobertizos 6 y 3 pero ellos tenían mucho trabajo con los códigos que usaban los aviones entre sí y con los aeropuertos. Sobre la mesa se amontonaban pequeños libros de claves arrebatados a los prisioneros o recogidos de restos de aviones. Muchos de ellos estaban manchados de sangre como ominoso recordatorio de lo que estaba en juego. Aunque eran fáciles de resolver, había muchos y cambiaban bastante a menudo por lo que Cooper estaba en un estado constante de agitación para mantenerse siempre al día. Había desarrollado un tic muy notorio que consistía en golpearse con la mano derecha el hombro izquierdo todo el tiempo. A veces entraba en la sala, decía algo ininteligible y volvía a salir a toda prisa.
Entre sus obligaciones estaba la de desplazarse a prisiones militares para asistir a los interrogatorios de algunos pilotos capturados. Un día estaba sentado tras una mesa con varios oficiales de Inteligencia esperando para uno de esos interrogatorios. Consultaba absorto sus notas cuando entró un alemán impecablemente vestido de uniforme y con la gorra bajo el brazo. Marcó el paso de la oca hasta estar frente a la mesa y golpeando los tacones hizo el saludo nazi mientras gritaba "Heil Hitler". Al oir el grito, Cooper salió de su ensoñación y al alzar la vista vio al oficial. Sobresaltado, no se le ocurrió nada más que levantarse de golpe y saludarlo de igual forma con otro sonoro "Heil Hitler" brazo en alto. Al darse cuenta de su error, intentó sentarse precipitadamente con tan mala suerte que el taburete se volcó y Cooper cayó al suelo con gran estruendo. A raíz de éste y otros episodios, algunos miembros de la inteligencia militar aérea pidieron su relevo por alguien más convencional. Denniston, muy acostrumbrado a las excentricidades de los criptoanalistas de BP, se negó en redondo, sabiendo que ése era el precio que pagaban por tener genios en plantilla.
El día 19 de Agosto comenzó un período de mal tiempo que duraría hasta el 22 y durante el cual no hubo ataques. La pausa fue aprovechada para reparar aeropuertos y aviones, así como para evaluar la marcha de la batalla hasta ese momento. La conclusión no podía ser más optimista. Las continuas pérdidas del enemigo -que quintuplicaban las inglesas- unidas al hecho de que mientras los ingleses fabricaban aviones día y noche los alemanes no parecían reforzarse en absoluto, hacían que a esas alturas los ingleses tuvieran más aviones de caza que los alemanes.
Aunque la organización que fabricaba y reparaba los aviones, puesta en pie por un empresario amigo personal de Churchill, estaba exhausta después de que todo su personal hubiera trabajado dieciséis horas diarias durante dos meses y daba signos de desfallecimiento, no había duda que la guerra total de los ingleses había batido a los alemanes, que se habían comportado como un ejército antiguo acampando ante las murallas de una ciudad. La imposibilidad de recuperar los pilotos caídos sobre la isla habría sido en cualquier caso una desventaja, pero los errores garrafales de Goering al darles más de un mes de ventaja y no exigir a Berlín un continuo aporte de refuerzos, habían sellado el destino de la batalla.
A pesar de eso los ataques continuaron a partir del 22, pero con mucha menos decisión y reservando los preciosos Stukas, que fueron enviados a Alemania para preparar la invasión de Rusia, que estaba sustituyendo en la imaginación de Hitler las frustraciones de la batalla de Inglaterra.
Hasta entonces, y obedeciendo según algunos autores un pacto secreto establecido antes de la guerra a través de la mediación sueca, ambos bandos habían evitado atacar objetivos civiles. A principios de septiembre, después de que un bombardero alemán dejara caer por error algunas bombas en un suburbio de Londres, Churchill ordenó a la flota de bombardeo estratégico bombardear Berlín. La respuesta alemana no se hizo esperar y el día 28 de Agosto los alemanes pusieron en marcha un nuevo plan, consistente en demoler Londres abandonando los costosos e inútiles ataques a los aeropuertos de la fuerza de caza. Atacando desde gran altura podrían romper la disyuntiva entre precisión y grandes pérdidas, porque para bombardear ciudades no hacía falta casi ni apuntar. Mediante bombardeos nocturnos masivos pensaban doblegar Inglaterra o reducirla a escombros sin que los cazas ingleses pudieran hacer nada.
Esa noche, cuando empezaron los bombardeos, Churchill se negó a bajar al refugio y por el contrario subió a la azotea del 10 de Downing Street con una botella de coñac y su guardaespaldas personal. En silencio, y dando cortos tragos, observó al enemigo en acción, como había hecho durante toda su vida militar. En sus memorias consignó que Londres se le apareció como un enorme dinosaurio al que disparaban unos cazadores. Era tan grande que no podían fallar, pero era tan poderoso que podía absorber todo el castigo sin que lo derribaran.
Al amanecer visitó los destrozos causados por las bombas y aunque para estándares civiles la destrucción era tremenda, para alguien que había visitado ruinas de ciudades belgas demolidas durante la Gran Guerra por las cortinas de artillería pesada de los Big Bertha, no era algo en absoluto impresionante. Por mucho que dijeran los expertos, los alemanes no podían demoler Londres sin multiplicar por cien su fuerza. Además, la gente lo recibía con vitores y cantando espontáneamente el Rule Britannia. Tal como había pasado en las ciudades españolas como Barcelona, el bombardeo aéreo más bien había movilizado a la población civil que otra cosa y a la que cesaba el estruendo el ánimo volvía rápidamente. Muchos inocentes iban a morir, pero Alemania no ganaría la guerra de esa forma.

Enigma XLVII

Pocos días después, el Cobertizo 6 descifró con júbilo un mensaje en el que se suspendía definitivamente la operación León Marino y se ordenaba el regreso de todas las unidades de tierra a Alemania.
Consciente de la victoria épica que había conseguido, Churchill despidió a Hitler desde la tribuna de la Cámara de los Comunes con su característico tono enfático: "...que lo sepa ese hombre malvado, encarnación del odio, incubador de cánceres del alma, aborto de envidia e infamia: a partir de ahora vamos a pegarnos a sus talones empuñando la larga espada de la justicia..."
Los siguientes meses fueron un infierno para los civiles de Londres y de todas las grandes ciudades de Inglaterra. Los alemanes intentaron demolerlas sistemáticamente, con la esperanza de que la población perdiera la moral y exigiera al gobierno un cese de las hostilidades. El efecto fue contrario y ese ataque brutal e indiscriminado soldó muchas de las líneas de fractura de la sociedad inglesa. Los sindicatos, que al principio habían visto la guerra como un efecto de la voluntad imperialista de la clase dominante, adoptando su tradicional postura de internacionalismo proletario, abandonaron completamente esa posición. Churchill, que había sido su bestia negra desde que en 1931 había propuesto sacar el ejército a la calle para reprimir una huelga general, se convirtió en su héroe. Los teóricos y activistas de la lucha de clases, decidieron aplazar hasta después de la guerra cualquier reivindicación social, aunque tomaron nota del hecho de que resultaba evidente que Inglaterra dependía de ellos para su defensa y que algún día eso debería pagarse.
Para cuando llegó la navidad de 1940, las bombas alemanas habían abierto enormes claros en la trama urbana de Londres y habían demolido ciudades enteras como Coventry, destruida en una sola noche. Pero entre sirenas, carreras hasta los refugios e incendios que se dejaban arder porque su tamaño era demasiado grande para los bomberos, Inglaterra seguía en pie. Los periodistas norteamericanos escribían fascinados el detalle diario de la vida bajo las bombas, e incluso algunos corresponsales de emisoras de radio lograron retransmitir bombardeos en directo.
La opinión pública norteamericana, aunque no quería verse envuelta en los problemas europeos, poco a poco se fue concienciando de que en esa guerra había buenos y malos, y que los malos eran malísimos. Churchill, paseando con su aire grave pero resuelto entre ruinas humeantes o lanzando desafios bíblicos a las fuerzas del mal, se convirtió en un icono. Si ese hombre, armado sólo con su resolución, osaba enfrentarse a un monstruo como la Alemania Nazi y no era destruido ¿acaso no era el deber de EEUU ponerse a su lado y materializar el designio de la Providencia?. Aunque nunca se dio el paso de declarar la guerra a Alemania, el escenario anímico quedó claramente establecido.

A máquina

La historia de la criptografía es una historia secreta. La mayoría de episodios se ha perdido para siempre, porque el puñado de personas que los conocía murió sin revelarlos. En el caso de Enigma, algunos hechos pueden ser hoy conocidos al detalle porque de ellos se levantaron actas oficiales que se guardaron en secreto durante decenios. Desgraciadamente, hay otros de los que sólo se conservan los recuerdos de los supervivientes. En estos casos es común encontrar discrepancias enormes, ya que la mente de cada persona guarda las cosas en un adobo diferente...
Y nada hay tan personal como la percepción del tiempo. Al igual que las cronologías de la batalla de Waterloo nunca consiguen encajar las horas, cualquier explicación sobre la creación de la Bomba Criptográfica está sujeta a una gran incertidumbre temporal, que desgraciadamente no se mide en minutos -como en el caso de la batalla- sino en semanas o incluso meses. El entorno enloquecido en el que se llevaron a cabo las primeras fases del desarrollo, con el país en estado de shock por los continuos reveses militares y la amenaza de invasión, sumado a los treinta años que pasaron los testigos sin hablar de ello con nadie, han hundido todo el proceso en una niebla legendaria, en la que es díficil vislumbrar los contornos de lo que realmente pasó y completamente imposible saber cuándo pasó.
La primera mención fiable de que se había decidido realmente construir físicamente la máquina para descifrar Enigma, son algunas notas tomadas por Harold Keen y recopiladas por su hijo tras la muerte de éste, muchos años después. Al empezar la guerra, Harold Keen era el director de Ingeniería de la British Tabulating Machines (BTM), empresa seleccionada para llevar adelante el proyecto. Él estaba presente en la reunión inicial entre los responsables de la firma y Travis, que visitó la fábrica para comunicarles el encargo. Esas notas no tienen fecha, pero deben datar de poco después de comenzar la guerra, quizás tan pronto como Octubre de 1939. Recordemos que los polacos habían mostrado su Bomba a los ingleses el verano anterior.
Como continuación de la reunión en la fábrica, se sabe que poco después tuvo lugar una serie de contactos entre Keen y los criptoanalistas, que acontecían en pubs de los alrededores de Bletchley Park. Es más que probable que el lúpulo y el alcohol fueran invocados en abundancia como ayuda en el proceso de reflexión. Se sabe a ciencia cierta que muchos de esos intercambios de ideas tuvieron lugar en el White Hart Inn, en la localidad de Buckinham, relativamente cerca tanto de BP como de la sede central de la BTM. Se sabe que asistían Turing, Peter Twin y el propio Harold Keen, aunque no es seguro que fueran los únicos. Es probable que Whelchman asistiese más de una vez, ya que había sido un impulsor de la idea desde el principio, pero no lo menciona en sus memorias.
Aunque el pensamiento de Turing solía volar a una altura y velocidad difíciles de seguir para el resto de mortales, poco a poco en estas reuniones de pub se había ido configurando una idea básica común. Hacía falta construir Enigmas abiertas, que tuvieran dos caminos separados de entrada y salida. De esta forma era posible conectar varias para realizar pruebas simultáneas que implicaran configuraciones consecutivas, como las que se producían al operar Enigmas. Los polacos usaban su Bomba para comparar configuraciones que implicaban seis posiciones de los rotores (el indicador de tres letras repetido) pero Turing quería generalizar el concepto para usarla con implicaciones extraídas de palabras probables largas, y que por tanto necesitaban cadenas de muchas Enigmas para ser testeadas de forma simultánea. Peter Twin le dijo a Keen que cada Bomba debía contener por lo menos 40 Enigmas trabajando en línea. Keen no tomó notas en ese momento, pero en su mente quedó grabada la enormidad de la cifra.
Esto representaba un problema técnico bastante grande, pero es que además no estaba claro cómo configurar el resto de circuitos para esquivar la complejidad del panel de conexionado. La Bomba polaca había trabajado con las configuraciones hembra -que eran transparentes al panel- pero las palabras probables no lo eran en absoluto. Turing les planteó el problema a los polacos durante su visita a la estación de descifrado a orillas del Marne. De ahí sacó algunas ideas, pero que no acababan de cuadrar en un diseño de circuitos.
Un problema lógico al que sí estaba encontrando solución -ante las protestas de Keen por el tamaño excesivo de la cadena de Enigmas- era buscar configuraciones características que no implicaran muchas posiciones. Buscando ciclos en el alfabeto determinado por la combinación de transposiciones que actuaban durante el cifrado de la palabra probable, podía limitar las pruebas a las posiciones que participaban en dichos ciclos. Pero esto hacía aparecer otro problema técnico, ya que había que crear circuitos que se activasen cuando esos ciclos se manifestaran. Este problema se sumaba al de cómo representar o neutralizar el panel para dar lugar a un rompecabezas lo bastante intrincado como para forzar mentes tan preparadas como las de los tres miembros fijos de la cofradía y las de sus eventuales acompañantes.
Harold Keen era la persona más indicada que existía en Inglaterra para acometer el diseño y la construcción de la Bomba. Su compañía, la BTM, se dedicaba a la construcción de máquinas para almacenar información, usando una patente que tenía ya cuarenta años. Se trataba de las Tarjetas de Holleritz, unos tarjetones de cartón de 7x15 en los que se dibujaban 80 columnas de 10 posiciones. Para grabar la información, se realizaban agujeros en el cartón. Cada columna representaba un valor alfanúmerico que dependía de la posición del agujero. Típicamente, algunas columnas se dedicaban a nombrar la naturaleza de la información, mientras otras guardaban el valor de ésta. Las máquinas que fabricaba BTM eran capaces de seleccionar todas las tarjetas que cumplían una condición o de ordenar las tarjetas siguiendo patrones determinados.
La compañía había sido fundada por el ex-director del censo estadounidense, emigrado a las Islas, que las había visto usar a la empresa antecesora de IBM en la elaboración del censo de 1895. Tras treinta años de actividad, aunque con diferentes razones sociales, BTM era líder en la fabricación de estas máquinas para todo el territorio del Imperio, excepto Canadá, que prefería abastecerse de la pionera IBM. Las instituciones del gobierno y las grandes compañías tenían una demanda siempre creciente de estos eficientes medios para manejar automáticamente información en cantidades masivas.
Harold Keen era la estrella de la compañía. Como niño vivió la eclosión tecnológica del cambio de siglo, con la generalización de muchas aplicaciones sorprendentes de la electricidad, que iban desde la bombilla eléctrica hasta el Morse. La fascinación por ese extraño fluido y sus inmensas posibilidades le hicieron estudiar ingeniería eléctrica. Durante la Gran Guerra estuvo destacado en Francia como personal de tierra en un aeropuerto militar, dando mantenimiento a los motores de los aviones que realizaban misiones en territorio enemigo. Allí adquirió una gran experiencia sobre mecánica en condiciones límite, que después pudo aplicar a su trabajo.
Como ingeniero de mantenimiento primero y como jefe de Ingeniería después, visitaba a los clientes resolviendo los problemas que surgían en las instalaciones. La perforación, manejo automático y lectura a alta velocidad de las tarjetas Holleritz representaba un desafío técnico de primera magnitud. Eran máquinas intrincadas, sometidas a un trabajo intensivo, y que en caso de fallo paralizaban procesos críticos para el cliente.
Cuando una de las máquinas se atascaba más de lo corriente, era común que los operadores recibieran la visita de Keen, apodado "el Doctor" ("Doc") por su costumbre de llevar un maletín flexible más propio de esa profesión. La exposición continua a las debilidades de la tecnología punta hizo de Keen un experto ingeniero, cuyos diseños aunaban la sofisticación con el uso de técnicas bien probadas, dando una importancia capital a la facilidad de mantenimiento y sustitución de piezas dañadas. Todo este bagaje hizo que Harold Doc Keen quedara horrorizado ante lo que le estaban pidiendo aquellos dos matemáticos, entre el ruido de las conversaciones de los parroquianos y el entrechocar de las jarras.

Enigma XLIX

A partir de ese momento, BTM permitió a Keen dedicarse a CANTAB (el nombre que le asignaron al proyecto en la fábrica) en exclusiva. Éste decidió desentenderse del problema lógico -suponiendo con acierto que de eso ya se ocuparían los matemáticos- para intentar crear un aparato lo más versátil posible, capaz de actuar de muchas maneras diferentes. Para ello montaría las Enigmas abiertas (llamadas por Turing en su futuro manual de operación "Enigmas de Levenworth", por el nombre de la ciudad donde estaba la fábrica BTM), formadas por tres ruedas colocadas verticalmente en columna -como un semáforo- en filas sobre un rack pero desconectadas entre sí.
Las ruedas tendrían cuatro círculos de contactos en el mismo lado, cableados para simular la circuitería de los rotores de Enigma. De esta manera la electricidad podía pasar dos veces por cada rueda al igual que en la Enigma real, sólo que aquí lo hacía por caminos separados en lugar de hacerlo como ida y vuelta. Como había cinco cableados distintos, haría falta fabricar tantos juegos de cinco ruedas como Enigmas contuviera la bomba. La rueda más baja de cada Enigma abierta sería la rueda rápida, la de enmedio la media y la de arriba la lenta. Todas las Enigmas de un mismo rack girarían sincronizadamente y en movimientos discretos. Afortunadamente, ésta era una de las tecnologías que más dominaba BTM, puesto que sincronizar movimientos y lecturas era imprescindible para trabajar con las tarjetas Holleritz...
En la parte trasera estaban las entradas y salidas de las Enigmas, que iban soldadas a un conector de 26 pines. Mediante cables de 26 hilos con el mismo tipo de conector se podría unir unas con otras o llevar las entradas o salidas a unos paneles donde se podían cruzar los hilos a voluntad.
El prototipo de esta Bomba resultó bastante dificil de realizar en la práctica y a pesar de que en los archivos de BP se conservan notas que afirman que en Noviembre de 1939 ya estaba montándose, la verdad es que el primer equipo no fue instalado allí hasta el 18 de Marzo del año siguiente. Sólo contenía 10 Enigmas abiertas,
La idea convencional que uno tiene de cómo usar la bomba es tomar una palabra probable y encajarla con el trozo de texto en el que va. Esto nos determina un número de correspondencias ordenadas igual a la longitud de la palabra probable (p.e. posición 1 a->Z, posición 2 j->N, posición 3 b->X, etc..). Bastará con conectar sucesivamente tantas Enigmas abiertas como letras tenga la palabra probable, teniendo la precaución de que la supuesta letra de salida de cada una esté enchufada a la supuesta letra de entrada de la siguiente.
Entonces cada Enigma abierta se adelanta tantos órdenes de ruedas como su posición relativa para simular los avances que tuvieron lugar cuando se cifró el mensaje. Basta ponerla en marcha y cuando la electricidad pasa por todas ellas, detenerla y comprobar la posición de la primera, ya que hemos hallado una serie de alfabetos sucesivos que cumple las correspondencias determinadas por la relación texto en claro-criptotexto. Aunque hay que hacerlo para cada orden posible de las ruedas, se trata de un ataque de fuerza bruta infalible. En caso que se hallen varios órdenes de ruedas y/o varias posiciones iniciales compatibles, se procede a probarlas en una réplica de Enigma con el resto del mensaje, pero la probabilidad de que haya más de uno si la palabra probable es larga es infinitesimal.
Desgraciadamente, esta aproximación adolece del mismo fallo que el rodding y por las mismas razones. El panel de conexionado, que recordemos utilizaban las Enigmas militares, enmascara la relación texto en claro-criptotexto e imposibitlita el ataque. Como se ha dicho, Turing era consciente de esto y había sido su principal preocupación desde el principio. Cuando Keen se presentó con su Bomba, bautizada “Victory” de forma quizás demasiado optimista, ya había encontrado la solución, pero había fracasado en su intento de implementarla.
La solución que Turing había estado intentando implementar consiste en buscar ciclos en las parejas determinadas por la relación texto en claro-criptotexto. Estos ciclos consisten en series de parejas en las que cada una termine como empieza la siguiente y que la última pareja termine como empieza la primera, cerrando el círculo. (p.e. posición 1 b->J, posición 7 j->N, posición 4 N->b.)
Si tenemos varios ciclos que tengan una letra en común (llamada "central" en la jerga de Turing) podemos construir un grafo con todos ellos. Estos grafos tienen la virtud de que permiten averiguar si la letra central está o no conectada a otra en el panel de conexionado. De hecho lo que permiten es descartar muchas posibles conexiones, de manera que por reducción al absurdo sólo quedan algunas (o con suerte sólo una). Si suponemos que en la Enigma con la que se cifró el texto, la R estaba conectada a la C (es decir que al pulsar R esta entraba en Enigma como C y cuando salía C se encendía la bombilla R), utilizando dos o tres ciclos de este tipo -que utilicen una de estas letras- podemos buscar cadenas de implicaciones incompatibles y descartar esa posibilidad.
La forma de hacerlo usando la Bomba es conectar varios juegos de Enigmas abiertas, tantos como ciclos tengamos, y con tantas cada uno como letras contenga el ciclo. Una vez conectadas, se configuran las ruedas rápidas con un decalaje que sea el mismo que la distancia entre las posiciones de Enigma que produjeron las transposiciones correspondientes a cada una de las parejas que forman el ciclo. A continuación se conecta electricidad a la entrada de la primera Enigma en una de las letras. Finalmente se ponen en marcha todas las cadenas a la vez y se hace que recorran todos los alfabetos posibles (para cada uno de los órdenes de ruedas, lo que implica o bien 60 montajes y desmontajes o bien varias pruebas simultáneas hasta agotar el número de Enigmas abiertas disponibles).
Como quiera que estos ciclos son inmunes al panel de conexionado a causa de la naturaleza recíproca de éste, si en algún momento se cumplen las condiciones de todos los ciclos la corriente pasa a través de todo el circuito. Esto significa que la letra central de todos los ciclos están conectada en el panel de conexionado a la letra en la que se estuviera entrando la corriente en ese momento.
Basta probar sistemáticamente las 26 letras para saber si la letra central de los ciclos está o no conectada a otra (si no está conectada a ninguna otra, se cierra el circuito cuando metemos corriente en esa letra y entonces decimos en la jerga de Turing que esa letra está "autoconectada"). Esta prueba produce también en las Enigmas intermedias las conexiones del panel de todas las letras implicadas en el ciclo, además de una posición inicial de las ruedas. Así pues obtenemos de un solo golpe varias letras afectadas por el panel de conexionado, junto con la posición de las ruedas con la que se cifró el mensaje. Aunque muchas veces obtenemos varias posibilidades, basta con probarlas en una réplica de Enigma para hallar la correcta.
Mientras Keen construía el prototipo Victory, Turing buscaba la forma de reducir el número de pruebas necesarias. Aunque apenas han quedado rastros de ello, parece que contactó con una empresa llamada Pye en Cambridge para que construyera algunos circuitos que añadidos a la Bomba de Keen permitirían realizar muchas pruebas de consistencia con los ciclos de una sola pasada. Turing dejó anotado de pasada que los ingenieros implicados tuvieron muchos problemas de desarrollo ya que debían desarrollar gran cantidad de tecnología. Cuando Keen ya había terminado, éstos apenas estaban empezando.
Lo que sucedió a continuación fue que Whelchman hizo su segunda gran contribución al éxito de BP. Turing buscaba lo que él llamaba el "escaneado simultáneo", que evitara tener que probar las hipotésis sobre el conexionado una por una. Whelchman descubrió un sistema sorprendentemente simple. El truco está en darse cuenta de que cuando metemos corriente a una letra de la primera Enigma de cada grupo que representa un ciclo, las otras letras no se están utilizando. Si conectamos todas las salidas de la última Enigma del ciclo a todas las de la primera, como la corriente que sale sin duda por alguna letra de la última vuelve a entrar por la primera, muchas hipótesis se prueban a la vez gracias a la naturaleza recíproca de Enigma.
El resultado neto es que si conectamos bombillas a los circuitos resultantes, en la inmensa mayoría de los casos se encenderán todas. Pero existirá un grupo de sub-casos en los que esto no pasará. A veces, o bien se encenderán todas menos una o bien sólo una. En estos casos, la que se comporta diferente es la candidata a estar conectada con aquella que era común a todos los ciclos. Al igual que antes, no sólo tenemos una posición inicial de las ruedas, sino también varias de las letras afectadas por el panel de conexionado y a qué letras están conectadas. En la Bomba, en lugar de bombillas se utilizaban para detener la prueba relés, conectados de forma que operasen con esta lógica.
El cableado adicional propuesto por Whelchman pasó a llamarse Tablero Diagonal. Que comprender su utilidad no es algo trivial lo ilustra el hecho de que a Turing le costó un tiempo aceptar que realmente permitía el escaneo simultáneo. Las fuentes divergen sobre cuánto tardó en darse cuenta. Algunos dicen que fueron días, pero Joan Clark, recién asignada al Cobertizo 8 afima que sólo fueron unos minutos. En cualquier caso, la complejidad del circuito resultante es tal que resulta imposible dibujarlo con una mínima claridad y sólo usando diagramas de una Enigma que maneje pocas ruedas es posible atisbar la estructura de la configuración. (Este cronista confiesa que sólo tras largas horas de dura reflexión ha conseguido a veces vislumbrar algo por entre la niebla de su propia estulticia)
Keen fue enviado de nuevo a su taller para hacer un prototipo que incorporase el Tablero Diagonal. Hasta ocho ingenieros participaron en la confección del nuevo prototipo, que quedó listo el 10 de Agosto de 1940, pocos días antes de que empezara la fase crucial de la Batalla de Inglaterra.
Éste disponía de 12 Enigmas abiertas y fue llamado oficialmente Agnus Dei, el Cordero de Dios. Sin embargo, en el ambiente informal de BP pronto fue rebautizado como "Agnes" o La Araña, a causa del entramado infernal de cables que lucía su parte trasera. Estos cables dejaron una honda impresión en los testigos a los que se permitió una fugaz visita al Cobertizo que contenía la Bomba. Algunos los equiparaban a los de un jersey tejido de forma enloquecida con lanas de muchos colores.
Es curioso que incluso el detalle del color de los cables está envuelto en el misterio. A pesar de que los investigadores modernos afirman que todos eran o rojos o negros, como se ha dicho no falta quien recuerda manojos de cables multicolores. Como quiera que ni tan sólo es posible saber cuántos prototipos de cada modelo se construyeron (uno o dos según las fuentes), ni cuándo cada testigo los vio, no hay forma de aclarar este punto, que resulta ilustrativo de lo engañosa que puede ser la memoria (o de lo fútil de las investigaciones si los testigos tienen razón).
En el capítulo de incertidumbres hemos de señalar también que el hijo de Keen afirma que hubo un prototipo mucho más primitivo, previo al Victory. En caso de que existiera, nunca fue trasladado a BP y nadie más que su autor tuvo noticia de él. En BP sólo se registraron oficialmente las entradas de la Victory en Marzo y la Agnus Dei (Agnes o Araña) en Agosto.
Mientras la aviación británica luchaba su batalla desesperada en los cielos de la Isla, los criptoanalistas comprobaron con satisfacción que el concepto funcionaba perfectamente. Algunos mensajes del Mayo anterior -único mes para el que se disponía de claves que permitieran suplir la falta de tablas de dígrafos- que ya habían sido rotos tras penosas y largas pruebas con la Victory, cayeron ahora en muchísimo menos tiempo. Keen volvió nuevamente a su taller, pero ahora ya no dependía de otros.
Revisó y racionalizó todo el diseño mejorando cientos de detalles a la luz de la experiencia obtenida en los montajes anteriores. Decidió que montaría tres filas de doce Enigmas cada una, con lo que se obtenían 36, muy cerca de las 40 sugeridas por Twin. Con el Tablero Diagonal, que permitía el escaneo simultáneo, la potencia sería mucho mayor de lo previsto en las reuniones de los pubs para una Bomba de 40. En Octubre entregó en BP el primer modelo industrial, mientras la BTM comenzaba a preparar la producción en masa.

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